ZAZ al Auditori de Girona
ZAZ
Auditori de Girona, 19 de marzo de 2022
El primer contacto musical que tuve con Zaz, fue en 2009, viéndola en un video de Youtube, en una calle de París, acompañada por un contrabajo y una guitarra, con el abrigo puesto y las manos en los bolsillos, muerta de frio, cantando el tema, Mon amant de Saint Jean, de Emile Carrara y Leon Agel, que hiciera famoso en Francia la cantante Lucienne Delyle, allá por los años 40. Desde ese momento, estuve buscándola por las redes —me perdí su etapa en la orquesta de baile Izar–Adatz―, con algunos videos memorables como su fantástica versión de, La Foule, —acompañada por un piano dentro de un bar, con un sonido fatal, pero cantado de forma magistral―; hasta escuchar sus grabaciones discográficas: desde aquel su primer trabajo, ZAZ, hasta este último, Isa. Siete discos —dos en directo—, desde ZAZ, con su nombre artístico, a, Isa, el apócope de Isabelle Geffroy, su verdadero nombre. Toda una carrera musical y vital.
Fue el 25 de julio de 2015 cuando, finalmente, la pude ver en directo por primera vez. El Guitar Festival BCN la presentaba en un escenario habilitado en la Plaza Mayor del Pueblo Español de Barcelona, ante unas dos mil personas que la esperaba con absoluta expectación ―yo diría que casi con devoción previa―, llenando por completo todo el espacio, en una de esas actuaciones multitudinarias que ella ofrecía entonces, acompañada por un buen número de músicos y un coro —aunque algo reducido en su paso por Barcelona—, de la que no salió nadie decepcionado, en absoluto.
La actuación en el Auditori de Girona, dentro del Black Music Festival, era la ocasión para ver a Zaz en un registro diferente, pues si bien las entradas estaban absolutamente agotadas y los que iban a verla tenían una actitud muy similar a la de los espectadores de Barcelona, el lugar era muy distinto y, por lo tanto, había que ver cuál iba a ser el resultado.
Para no mantener la intriga, decir que el éxito fue absoluto y la artista cuajó una actuación acorde con el mismo.
Zaz llevaba tres años sin actuar. En parte por la pandemia que además de sus terribles consecuencias para la salud, también frenó, casi totalmente, todas las actividades culturales. De todas formas, para la artista, este periodo de reflexión obligada la llevó a ser consciente de que el personaje se estaba comiendo a la persona, y que debía replantearse no solo su carrea, si no su vida entera. Había querido ser una superhéroe, como ella explica, pero eso no funcionaba. Después de casi tres años sin escenarios, sin actuaciones, empezó un proceso creativo, todo ello videografiado en diez entregas de apenas 2 minutos cada una, que fue publicando como El diario de Isa. Comenta, habla sobre su entorno, expresa sus ideas. Nos dice, por ejemplo, que el arte genera preguntas, genera reacciones, genera dudas; te hace reflexionar. Si alguien expresa lo que tú sientes, pero que tú no sabes expresar, y reconoces tus sentimientos en lo que dice otro, pues eso te cura. Es una curación. Te ayuda, te sana. El mundo es la suma de todos los individuos y si a cada individuo le llegan al corazón, puedes llegar a toda la sociedad, porque la sociedad es el reflejo del individuo, va explicando Zaz.
Estas, y otras más, son las ideas que Zaz procura transmitir en las canciones de su disco, Isa, cuya génesis se refleja en los citados diarios. Composiciones, propias o ajenas, ligadas a sus sentimientos en ese momento; temas más personales, más íntimos, más cercanos a sus estados de ánimo. Incluso, comentaba, había tenido que volver a aprender a cantar después de ese tiempo; a tomar clases de canto, de teatro, de baile: un trabajo de introspección con el que recuperó la voz, que, confiesa, la llevó, incluso, hasta dejar de fumar, de beber alcohol, de tomar café y de comer alimentos procedentes de animales vivos.
Tras este periodo de reflexión, finalmente, se presentó en concierto en un escenario muy especial, en Les Carrières de Lumières [Las canteras de las luces], un centro de artes digitales, situado en el interior de una formación calcárea de más de 20 millones de años de antigüedad, en la ciudad francesa de Baux-de-Provence. Allí, a las nuevas canciones que había creado y que presentaba por primera vez, se les unió la experiencia de proyectar sus pinturas en las paredes de la cueva, una actividad, la pintura, que a la que ella da en estos momentos mucha importancia. Después de tres años sin actuar, ese primer concierto, como ella dijo: «Fue como abrir mi diario íntimo y enseñarlo».
Con esas premisas acudíamos a ese concierto de Zaz, en Girona. Un concierto perteneciente a su gira, Organique Tour, que, presumíamos, estaría cargado de contenido, como así fue, que ella presentó basandose en los cinco elementos, que forman parte de la vida, dando una mayor importancia al fuego, como explicaría antes de encender la vela, que estaría presente desde ese momento en el escenario, y que ella se llevó consigo al final del concierto.
Sobre un fondo iluminado en rojo —nuevamente una alusión al fuego—, en un escenario pertrechado con unos teclados a la izquierda en una especie de podio; la batería, muy poblada de elementos, en otro, a la derecha; los diferentes instrumentos de cuerda en los atriles y con unas arañas —lámparas de cristal—, colgadas sobre el escenario, fue apareciendo la banda: David Hadjadj al piano; Jerémy Grandcamp y Guillaume Juhel a las guitarras; Swaéli Mbappé a los bajos; y Jonathan Grandcamp a la batería.
Momentos de expectación… La gente contemplando el escenario que se iba llenando de músicos, y esperando a Zaz. Empieza a sonar la música y de golpe se incorpora su voz —que no ella—, que aparece cantando en el patio de butacas, así, paseando entre el público que, y no es exagerado, la miraban con sorpresa, con admiración, incluso con devoción en muchos casos. Acababa su primer tema de la noche, Les jours heureux, de su nuevo disco, Isa, al llegar al escenario. Toda una declaración de principios para empezar su concierto —«Si alguna vez huyo/ Recuérdame quién soy/ Lo que me prometí a mí misma/[…] Desde la ventana, creemos que el mundo desaparece / pero los pájaros están allí», dice el texto.
Esta presentación, esta cercanía entre la interprete y sus admiradores, cantando junto a ellos, ―recuerdo también a Albert Pla en el Aphonica de Banyoles, apareciendo entre la gente que llenaba su concierto en un escenario al aire libre, con su guitarra en las manos―, creó una dinámica, una complicidad, que no se rompió en todo el concierto.
Una primera parte de canciones de su nueva cosecha, como Imagine, donde nos habla de un futuro lleno de esperanza; Si jamais j’oublie, ésta de su disco, En route; y su famosísimo, Que vendrá, que fue una de sus puertas de entrada a la popularidad, con ese estribillo parcialmente en castellano —«¿Qué vendrá, qué vendrá?/ Yo escribo mi camino/ Si me pierdo, es que ya me ha encontrado /Y sé que debo continuar»—, como una premonición.
Volvía a, Isa: Ce que tu est dans ma vie, dedicado a Jayna, la hija de su actual pareja, el alemán Till Lindemann; De couleurs vives, un tema contra el racismo —«¿Su único crimen hasta la fecha? Nacer de sus madres»—¿????. Avec son frère,; y, Et le reste, el último tema de su disco, Isa , —con el acompañamiento únicamente de David Hadjadj, a los teclados—, con los que dejaba aparcado su nuevo trabajo, de momento.
Zaz se declara una amante absoluta del jazz manouche, y así lo explicaba anunciando esa especie de segunda parte del concierto, compuesta por una tanda de temas interpretados de esa manera. Una tanda que empezaba con, Les passants, sobre esos que pasan de todo, sin reflexionar; uno de sus temas, que conocen todos sus admiradores, como se notó al ser coreado por el público, acompañándola. Luego llegarían la descarada, Comme-ci, comme-ça; el recuerdo a su gran amigo que nos dejó, Charles Aznavour, con la divertida, Oublie Loulou; Paris será toujour Paris, una de las clásicas de Maurice Chevalier —donde Zaz, en algunos momentos, cambió Paris por Girona, como una deferencia para la ciudad—; para acabar esta parte más alegre, con la cantante más suelta y divertida, evolucionando por el escenario, y dejando que su voz jugara con los temas, como en el caso de la magnífica, Laissez–moi.
Empezaba entonces una tercera parte, que empezaba con canciones de un corte más pop, y que nos llevaría hasta el final del concierto. Primero, On s’en remet jamais, perteneciente a su disco Effect Miroir, que nos habla de amores ya pasados; seguía con uno de sus clásicos La fée, una oda a la infancia. Volvía a, Isa, con, A perte la rue; también, Tout là-haut, un tema con desinencias folk, lleno de optimismo, sobre lo que puedes encontrar allí, arriba —una idea que ella amplió, al subirse en la escalera, al estilo musical americano, que había aparecido en el centro del escenario—; acabando con Deterre, un reivindicativo tema que pertenece a su trabajo, Recto Verso.
Apareció Zaz en escena con un pandero redondo que ella manejaba ayudada por una pequeña maza, con el que iba marcando un ritmo casi hipnótico para cantar, Serendipia, la canción que ha publicado en la edición extendida de, Isa. Encuadrada en la línea de las músicas con influencias étnicas, nos convoca, en ella, como dice el fragmento que canta en castellano a que: «Solo hay que dejarse llevar […] Si no saltas, no sabrás si puedes llegar».
Si je perds, una triste reflexión sobre la degradación de la vejez; daba paso a la parte final del concierto, con algunos de sus temas más conocidos; empezando por, Ébloui par la nuit, uno de sus primero éxitos, una preciosa balada, donde se pregunta: «Hay que amar la vida, / o sólo verla pasar?». Luego, tras preguntar a los asistentes si estaban preparados para escucharla y acompañarla, llegaba uno de esos temas que todo el Auditori esperaba, Je veux, una verdadera declaración de principios. Empezó con ese sonido de trompeta característico que ella imita con la voz —que ya había utilizado en otros momentos del concierto—, para, bajando nuevamente hasta el público, llegar al apoteosis de la noche, con la gente coreando, bailando, nuevamente de pie —como en muchos otros momentos—, consiguiendo transmitir, con esa forma personal de cantar, con su voz que se rompe por momentos, una energía que, en los tiempos que corren, no nos va nada mal para superar una época tan dura como la que estamos viviendo, donde una epidemia que, algunos dijeron que podía llegar a cambiar la forma en que veríamos el mundo, no lo ha hecho ni mucho menos, como lo demuestra esa una guerra sin sentido, pero llena de dolor, a la que estamos abocados. Pasemos de la muerte al amor, como ella nos decía en la escena.
Luego la sorpresa de cada concierto, ligada al lugar donde se desarrolla éste. Su madre, explicaba, era profesora de castellano y llevó una vez a sus clases a la Tuna de Avila, los que le enseñaron a tocar la pandereta con todo el cuerpo, precisaba, y a cantar, Clavelitos, un tema que, dijo, siempre que lo escucha la hace feliz. ¿Sorpresa? ¿Juego? ¿Divertimento…? El caso es que todo el público de Girona lo cantó con ella.
Acababa el concierto oficialmente —un falso final, como dijo— con, On irà, un canto a esas diferencias que enriquecen a los seres humanos: —«Que bella suerte/ los mil colores del ser humano/ mezclando nuestras diferencias/ en la encrucijada de los destinos»—; para volver a escena con la imprescindible, La Vie en Rose, que como dice, irónicamente, ya es casi más suya que de Édith Piaf.
Cerraba su actuación, ahora sí, con una de las canciones más bonitas de su último trabajo, Le chant des grives, un canto dedicado: «A aquellos que permanecieron fieles […] /A los, a los que hacen lo mejor […] /A quienes se esfuerzan para que la escarcha, /para que el óxido, /no les quite la sed de vida». Y con este canto melancólico, lleno de significado, abandonaba definitivamente la escena. Una forma curiosa de dejarnos, con ese tema suave, meditativo, posiblemente con la intención de que nos replanteemos muchas cosas, que reflexionemos, como ella ha hecho durante este periodo de inactividad. Isa ha sabido ganar a Zaz; sin perder las esencias, pero con un punto de madurez, de proyecto vital, que nos supo transmitir en el Auditori de Girona.
Seguro que entre el público había gente, —posiblemente mucha— que esperaban sus temas más populares, más famosos. Pero a pesar de interpretar la mayoría de las canciones de su nuevo trabajo, menos conocido entre los asistentes, Zaz mantuvo esa tensión que a ella tanto le gusta conseguir en sus conciertos, con sus movimientos constantes por la escena, sus conversaciones musicales ―a veces con gestos, palabras y casi coreografías― con sus músicos; con momentos introspectivos, acordes con su estado de ánimo actual; y, ¿cómo no?, con sus parlamentos explicando los temas, sus intenciones, su forma de ver las cosas y sus agradecimientos a personas importantes para ella; que, como una deferencia al lugar donde estaba actuando, iba leyendo en catalán, en unos folios que tenía preparados al efecto, de forma más que correcta. Esta Zaz más intima, más cercana, más reflexiva —a pesar de que hubiese sido mejor poder verla en un espacio más reducido—, pasó por Girona, como un soplo de aire fresco, en este ambiente tan cargado en el quehttps://go.ivoox.com/rf/91556654https://go.ivoox.com/rf/91556808 vivimos. +Info|Relacionado|Texto y fotos: Federico Francesch | DESAFINADO | Programa de radio Correspondiente 1a parte | Programa de radioo correspondiente 2a parte