Pascal Comelade y Enric Casasses
Pascal Comelade y Enric Casasses
Festival Grec
Barcelona, Teatre Grec
11 de julio de 2007
Mientras los grandes del rock se pasean por enormes escenarios con espectaculares efectos especiales que esconden su falta de ideas, Pascal Comelade sigue defendiendo una propuesta única de sencillez y buen gusto. Mientras los adjetivos se juntan en impronunciables etiquetas para estar al día en la época de la globalización, mientras las músicas se mezclan no como evolución natural sino para amedrentar al nuevo consumidor, Comelade sigue siendo perfecto para que los papás bailen valses, pasodobles o sardanas, y los hijos sigan viendo que el punk como protesta sigue vivo. Cuando hay que versionar a alguien, Comelade sabe de dónde proviene: Casasses transforma Russian roulette de Lords of The New Church en Allò, Knockin' on heaven's door de Bob Dylan pasa a ser Plus Ultra y el público agradece dos himnos como Egyptian reggae de Jonathan Ritchman o Mack the knife de Kurt Weill. Este hombre, con una treintena de discos a sus espaldas, escogió para este concierto su parte primitivista: dejó sus botas, se calzó sus espardenyes y bajó a la capital, a esa capital que por fin le invitaba al festival del verano, y recordó Café, copa y puro de Ragazzin' the blues (Les disques du soleil et de l'acier, 1992) o Si de L'argot de bruit (Les disques du soleil et de l'acier, 1998), y dejó que Casasses tocara el triángulo y nos ofreciera un recital de poesía que debería figurar ya mismo entre lo mejor del año. Juntos repasaron esa maravilla de trabajo que es La manera més salvatge (Discmedi, 2006): Sense el ressó del dring, América, Les cases del meu carrer, La manera més salvatge, Terminal B… Además, Casasses improvisó poemas en otras piezas. Creo que si algo podía entrar en la propuesta original de Comelade era, solamente, la poesía de Enric Casasses. ¿Qué más necesitaban? ¿Un mago? Ahí estaba Pep Pascual, el único capaz de sacar todos los sonidos del mundo de una pajita de plástico, de un globo que se deshincha o de un clarinete que llora en una esquina. ¿Queréis más? Gérard Méloux, con su guitarra de plástico y un conejito de juguete que toca la batería. Sí, muchas cosas ya las habíamos visto en los últimos conciertos. Pero cuando, después de más de dos horas, el anfiteatro lleno y puesto en pie despidió al septeto, hasta el tímido Comelade se quedó un buen rato aplaudiendo a un público que cada vez tiene más cerca. Una noche mágica. // Cándido Querol.