Marc Cuevas
“Carta Blanca” Underpool, 2018
Escondidos entre los grandes festivales de jazz y las grandes discográficas al acecho de los superéxitos están estos hombres que en su quehacer diario intentan que esa música llamada jazz siga investigando, arriesgando y en definitiva intentando que no le pase lo que a otras músicas (dormirse en los laureles), tarea difícil. Como en todas las artes la mayoría de gente que vive de la música prefiere no arriesgar demasiado por eso el sello Underpool y en este caso el Estival de jazz (Igualada) merecen mi más sincera enhorabuena. Cada año este festival ofrece a un músico la Carta blanca. Con el formato que elija puede presentar unas composiciones originales que serán gravadas y editadas. Libertad absoluta, y claro los músicos aprovechan y ¡pasa lo que pasa! No te asustes, por supuesto que no es un disco comercial pero tampoco te va a morder. Marc Cuevas sin duda es el contrabajista “residente” del sello Underpool. Para la ocasión ha escogido a su fiel compañero de sección Carlos Falanga (baterista) el piano de Toni Saigi (otro que se prodiga mucho últimamente en el sello) y el trompetista Óscar Latorre al que no conocía. Todos ellos además de su instrumento han “jugado” con la electrónica. Son seis composiciones de las cuales solo la primera tiene título Tot el que no som. Composiciones que en la mayoría de los casos, solo salvaría a la quinta, busca más ambientes que no melodías o canciones. De hecho, en el primer tema de casi ocho minutos, excepto la batería de Falanga que trabaja desde atrás acústicamente el resto es una amalgama de sonidos eléctricos que tejen una red que te atrapa sin agobiar. El segundo tema trae ya más claridad, la niebla electrónica parece abrirse con las primeras luces del piano y una trompeta que cuál faro anuncia un camino a seguir. El contrabajo de Cuevas ya ha marcado una dirección y el cuarteto parece dirigirse con seguridad hacia caminos de música minimalista, patrones que se encadenan aportando imágenes deudoras de Man Ray u otros cineastas de la época. En el tercer tema, el ritmo parece imponerse, pero quizás sea un espejismo, la electrónica vuelve a traer la niebla hasta mis oídos, la trompeta de Latorre y, en ocasiones, el piano de Saigi intentan desenchufarse pero en general la libertad eléctrica vuelve a dominar el cotarro. En el siguiente tema ocurre lo mismo, piano y trompeta rebuscan entre sus notas el esquema de una melodía pero vuelven a quedar atrapados en la materia gris, en ciertos momentos la trompeta de Latorre se impone a las nieblas y muestra un rayo claro de luz, de lo más seductor, bravo por él. Y ya estamos en el tema quinto y ahora sí que podemos decir que la luz es más clara, el jazz se ha impuesto a la industria pesada. Hacia mitad del tema el cuarteto se ha transformado totalmente en un cuarteto acústico, los cuatro músicos han llegado a un puerto dónde se respira calma, pero no, al final la tensión vuelve, el riesgo aparece y enfilamos la última parte, el tema más largo del disco, detalles eléctricos quieren envolver un contrabajo que desearía decir la suya, pero la trompeta quiere lastimar, Falanga destella en miles de gotas que repiquetean en el tejadillo. Ya vencido, subo el volumen, ajusto mejor los cascos a mis oídos y decido perderme en esa niebla que cada vez me resulta menos fría. Y vuelvo a empezar, ¡tú mismo! + info | relacionados