Andrés Marín
SFB El Dorado. Sandaru 13 del 12 de 2018
Último concierto del año en la Sandaru, el sevillano Andrés Marín volvía a demostrar que lo más innovador del flamenco se encuentra ahora mismo en el baile. Un servidor no había visto nunca a este hombre ni en vivo ni en vídeo. Armado de unos platillos a modo de yelmo y escudo se movía por el escenario como nuestro ilustre hidalgo, hasta la barba y la figura enjuta se adaptaban al modelo. Después leí que su último espectáculo, Don Quijote, había triunfado en la Bienal de Sevilla de este mismo año. Empezó Marín sentado en el borde del escenario cantando una solea por bulerías, la guitarra de Salvador Gutiérrez le secundaba necesaria pero atrás. Completaban la escena la batería de Daniel Suarez y un Segundo Falcón al cante, que enseguida nos trajo unas letras muy curiosas que hablaban del norte de España, y se fueron centrando en una Farruca, Marín con un sobre esfuerzo que iba a ser la constante de toda la noche se dejaba la piel en cada palo, en cada momento de un espectáculo que bebía de retazos de sus obras, para traer a este público en general novel, su forma de entender y vivir la danza. Después he leído y revisado sus entrevistas y videos y he ido entendiendo que este hombre en su comunicación va más allá del flamenco para transmitir emociones desde el baile, un baile sobre todo de esfuerzo, como aquellas primeras obras de La Fura dels Baus, dónde el compromiso con el esfuerzo y la entrega total eran imprescindibles o aquellos primeros espectáculos de La Cuadra de Sevilla. Se vacía en cada movimiento, lo da todo en cada detalle, sea con sus brazos cual aspas de molino creando energía, con sus taconeos o con la mirada lanzando desafíos al infinito a ti mismo como observador. De repente se pone un gorro de papel como usa el niño Picassiano para jugar o el loco Napoleón para dominar el mundo. Pero cuándo parece que el taconeo y la batería perfectamente acoplada van a destrozar el aire, una sencilla mascara veneciana lo transformaba en mujer y el baile, ahora totalmente femenino, nos mostraba una cara diferente del personaje, Romance, siguió una Seguiriya, aquí el entendimiento entre la batería y el baile fue de lo mejor que he visto en mucho tiempo. Parecía que aquel hombre se iba a morir en escena. Cuándo no bailaba se movía inquieto sin poder parar por el escenario, como si se tratara de un tigre encerrado en una jaula. Él mismo anunció una solea de guitarra y cante para así poder descansar. Cantó bien Segundo Falcón, como ya nos tiene acostumbraos, pero estaba claro que la noche era de las percusiones (batería y baile) Iban cerrando con una Caña y Polo, cuándo ya parece que lo han dado todo, Marín se empieza a sacar la camiseta, luego las botas y los calcetines y con una bota en la cabeza y otra en el hombro se desliza hacia el final del espectáculo. Un espectáculo de fuerza, de locura, de compromiso con el público. Después de que unas cuantas mujeres esos últimos años reinventaran el baile flamenco, ahora viene este hombre al que de pequeño su padre enseñó a bailar y los años le han enseñado a profundizar en el ama humana. + info | relacionados | fotos Joan Cortès