La La La Human Steps
La La La Human Steps
«Amjad»
Mercat de les Flors, Barcelona
16 de noviembre de 2007
MIra!
“Ballet clásico transformado en un tren de alta velocidad”, rezaba un crítico canadiense sobre Amjad, el último espectáculo de esta compañía de danza. Y no le falta razón. Desde su fundación a principios de los `80 en Montreal y tras sus colaboraciones con Leonard Cohen, Bowie o Zappa, entre otros, la prestigiosa La La La Human Steps regresa a Barcelona diez años después de su intervención en la gira mundial de Sound + Vision. Sobre el escenario, nueve bailarines se desgañitan sin descanso en innumerables dúos y tríos con un ritmo indómito, parodiando El lago de los cisnes y La bella durmiente. La versión posmoderna del coreógrafo Édouard Lock es irreverente y gamberra, pervirtiendo el modelo de ballet que dio fama a Petipa y cambiando aquí el tutú por traje y chaqueta (para ellos) o camisón de noche (para ellas), si se tercia. Incluso la partitura original de Tchaikovsky ha sido deconstruida para la ocasión, recreada por Gavin Bryars –The Sinking of The Titanic (1995), Jesus´ Blood Never Failed Me Yet (1993), ambos editados por Philips–, David Lang y Blake Hargreaves en clave minimalista pero sin perder su esencia clásica. Un escueto cuarteto de cámara –piano, chelo y violas– dirigido por Njo Kong Kie secunda los tensos y rápidos gestos histéricos de los bailarines, que intercalan sus números con proyecciones videocliperas del escultor Armand Vaillancourt (bonitas, sí, pero algo fuera de lugar). Todo en Amjad parece antinatural; no por místico, sino porque aquí el lirismo naïf no tiene cabida y sí en cambio un desquiciado frenesí casi inhumano. De hecho, con un primitivismo llevado al extremo, los bailarines –pese a calzar zapatillas de punta de un blanco inmaculado– tratan sin compasión a sus compañeras de reparto como si fueran peonzas o meros objetos de goma en largos bailes de cortejo animal, poniendo en solfa la pretendida “civilidad” del hombre urbanita confrontándolo a (y enamorándolo de) la protagonista de la obra, desdoblada en varias mujeres que, como un ideal inalcanzable, se escurría entre las sombras, huyendo siempre de la luz. Por ende, los foquistas no tuvieron respiro alguno en 90 minutos de espectáculo, así como tampoco los bailarines… ni el público, que asistía al continuo vaivén de personajes y piezas contagiado por la agotadora energía de la compañía, a la que quizá hubiera dopado previamente su director con cinco o seis tazas de café bien cargado. Ver por fin quietos a músicos y bailarines arrancó más de un suspiro por haberse liberado uno de las invisibles ataduras del agobio. Como metáfora del mundo occidental funciona a la perfección, pero la experiencia sobrepasa el límite de lo sensible y deviene al poco rato en un duro sacrificio para la atención del espectador, confundiéndose peligrosamente inmunidad con monotonía. // Iván Sánchez Moreno