Beefeater In-Edit 2013

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B!ritmos en Beefeater In-Edit 2013
Barcelona, del 24 de octubre al 4 de noviembre de 2013

Superada la década desde su primera edición, el Festival In-Edit se consolidó el pasado 4 de noviembre con otro éxito de crítica y público. La película ganadora del certamen fue en esta ocasión The Punk Singer, de Sini Anderson (2013), un emotivo homenaje a la cantante de Le Tigre y Bikini Kill. Sin embargo, los intereses del abajo firmante fueron por otros derroteros, como se verá.

 

El primero de los films a destacar se centra exclusivamente en el auge y la ruina de un excéntrico personaje del rock, Peaches Does Herself (2012). Constituida como una ópera trash, esta biografía firmada por la propia artista se sustenta en grandes dosis de ironía sobre los estereotipos del mainstream del pop-rock, una brillante puesta en escena electro-cabaretera, una actitud cínicamente punk y las indispensables coreografías de Jeremy Wade. Entre tanta pluma, maquillaje y lentejuela, la astracanada en cuestión se nutre de inteligentes citas a Foucault y referencias a la androginia glam de Bowie, la música industrial, los clubs de neón y la estética sado-maso, así como mezcla sin pudor strippers de 90 años (Sandy Kane), bellos transexuales tatuados y multitudinarias simulaciones de orgías con chochos volantes y prótesis fálicas por doquier. Si quien lee esto gozó con un título fundamental como Hedwig and the Ungry Inch (John Cameron Mitchell, 2001), sin duda disfrutará con esta carcajeante ida de olla que cruza la estética formal de las obras Divine y la voz de raspa de PJ Harvey con beats y bases musicales de Digitalism, Simian Mobile Disco y Gonzales. No se olvida fácilmente.

Más difícil lo tiene uno/a para mantenerse indiferente frente a una película como Naked Opera (Angela Christlieb, 2013), falso retrato de un millonario melómano y moribundo que viaja por el mundo sólo para ver representaciones del Don Giovanni de Mozart. Marc Rollinger –que así se llama este pájaro– tiene objetivos menos prosaicos, como es el acostarse con todos los boys de pago que se presten a su decadente visión del lujo y del glamour. De la mano de este divo feo, contrahecho y desgraciado, perpetuamente pegado a su iPhone, viajamos a Venecia, Viena, Berlín y Luxemburgo y, de paso, conocemos todo un catálogo de amantes salidos del porno gay que encajan mal y peor que él en un mundo tan poco respetable como es el del fanático de la ópera. El film en cuestión destila mala leche en dosis vitriólicas y juega en todo momento con la duda entre ficción y realidad, creando todo un universo alrededor de un personaje que parece huir de sí mismo obsesionándose con su patético héroe operístico. Arrogante, prepotente, pedante y engreído, pretende infructuosamente extender su yo en todo lo que hace –véase sino el pingüino que guarda en la nevera, por ejemplo–. Despojada de toda moralina y bendecida con una cuidada elegancia visual, la película se enriquece con breves extractos de la canónica versión que grabó Joseph Losey para el cine en 1979.

Y llegamos a la más hermosa de las películas vistas en el festival, como es Teenage (Matt Wolf, 2013). Si bien las otras dos tenían en mayor o menor medida la música como hilo conductor, no es éste el caso que nos ocupa. Construido a base de imágenes de archivo y recortes de prensa de cada época, el documental sintetiza la historia de la adolescencia desde principios del siglo XX hasta 1945, año en que se publicó en EEUU un manifiesto por los derechos adolescentes, denunciando los abusos con que las generaciones anteriores habían marcado el porvenir de sus tiernas ilusiones. La tesis de fondo va más allá, diciendo que la adolescencia sirvió a los intereses de la industria de mercado y como carne de cañón para la guerra a lo largo del siglo pasado. La supuesta libertad que se otorgaba al adolescente tan sólo respondía a una filosofía y a un estilo de vida, pero el control sobre su propio futuro seguía estando en manos del adulto.

Tras emanciparse de la tiranía de las fábricas en el siglo XIX, los adolescentes pasaron a convertirse en meros consumidores de entretenimiento que posteriormente serían reciclados como mano de obra barata o en milicias forzadas para el frente bélico. Un ejemplo de ello fueron las campañas de reclutamiento de los boy-scouts de Baden-Powell en EEUU y las Juventudes Hitlerianas en Alemania, con el fin de rescatar a las ovejitas descarriadas y protegerles de los círculos marginales y delicuescentes… a cambio de comida, formación moral y patriotismo de postín. Al respecto, no es casualidad que el documental se abra sardónicamente con unas palabras de Stanley Hall, padre fundador de la psicología norteamericana…

Apoyándose en el libro de igual título de Jon Savage, Teenage evoca los rasgos característicos de ciertos movimientos juveniles durante el citado período cronológico: desde las pandillas de hooligans en el Londres post-dickensiano, hasta el liberalismo de entreguerras, pasando por los hobboes o los tramps que vagabundeaban por América tras del crack del ’29 y el alistamiento masivo de jóvenes en la II Guerra Mundial. De la segunda década del siglo XX, se toma como referente el glamour de los flappers, modelo típico del charlestón, el gusto por el jazz y la estética de El Gran Gatsby. Aquellas exclusivas fiestas llenas de pomposidad disimulaban mal otras problemáticas como el fenómeno ya patente de las attention whores, el constante escándalo público en una sociedad mojigata y todavía muy cerril que no toleraba el nudismo y el travestismo como juegos inocentes y, lo peor de todo, se hacía eco de la introducción de drogas como la morfina y el opio como sustratos lúdicos. Fue la antesala de la crisis psicológica que los jóvenes heredarían con la Depresión económica de EEUU, pagando los platos rotos de un mal gobierno y una gestión deplorable de los recursos del futuro. Pulgas, por cierto, que aún pican en la actualidad.

La necesidad de desvincularse de una realidad agobiante propició la aparición de grupos automarginales de jóvenes que buscaban su propia identidad. Por el contrario, a cambio del sentimiento de pertenencia a una comunidad acabaron por perder su propia personalidad individual, como ocurrió con los miembros de las citadas Juventudes Hitlerianas, pasando a ser de inmediato parte indisoluble del engranaje político y social. No lo tenían mejor los jitterbugs en EEUU o los “rebeldes del swing” en Hamburgo, hastiados por la prohibición cultural impuesta por el régimen nazi o por el rechazo burgués de la música negra. Las victory girls también sufrieron la presión de la gente por montárselo con chicos malotes y soldados de permiso mientras consumían hierba y exigían el derecho al aborto como signos de oposición frente a una realidad opresiva y bienpensante. Mientras tanto, los riot de Harlem y los zoot switers aparecían regularmente en la prensa yanqui descritos como pandilleros negros orgullosos de su raza. Y, finalmente, se habla de las sub-deb, pijas de high school que contribuían con fervor al negocio de los blue jeans, de las cremas y potingues para el pelo y la piel, y seguían como un dogma los dictados de la publicidad y la moda (¡de nuevo la psicología norteamericana!).

Desde una perspectiva humanista y muy sensible ante el tema que trata, Teenage analiza también el peso de los medios de difusión de la música (radio, discos, salas de baile) como complemento de tales movimientos juveniles, así como establece paralelismos sociológicos entre los fans de Rodolfo Valentino, Benny Goodman, Frank Sinatra o Adolf Hitler, entre otros. Sin duda estamos hablando de uno de los títulos más profundos de cuantos se vieron en esta edición del In-Edit, aunque quedara eclipsado por productos más evidentes como The Punk Singer. Qué le vamos a hacer. +Info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno