Antonio Molina “Choro” (baile) Jesús Corbacho (guitarra y cante)
Sala Sandaru. SFB EL Dorado, 19 del 10 del 2023
Para todos los que quieren enterrar el flamenco o confundirlo con ese flamenquito que llena estadios, les aconsejaría que se acercasen, con toda la curiosidad posible, a un espectáculo de estos dos grandes artistas. Aun que se anunciaba el espectáculo como voz y baile, fue una agradable sorpresa que Corbacho se trajese la guitarra.
La puesta en escena: una mesa con dos copas y una botella de vino, sendos cajones flamencos para poder sentarse y tocar, y un perchero al fondo con dos camisas de lunares presagiaba que el espectáculo iba a huir del costumbrismo de cantaor y guitarrista.
Como buenos onubenses empezaron con fandangos, debo reconocer que esa manera de cantar y tocar de Corbacho tan por lo bajinis no me acababa de convencer, hasta que entendí que no era más ni menos que una manera de introducirnos en un ambiente familiar cercano en el que no hace falta gritar, todo llegará, a medida que la botella vaya bajando de nivel lo iremos comprobando. Intercalaban golpes de nudillos, golpes de cajón y los primeros bailes cortitos del Choro Molina.
Aprovecho para explicarte la historia que contó el bailador y que te ayuda a ponerte en situación. Cuenta Antonio Molina “Choro” que cuando era pequeño, con ocho o diez años, su padre también bailaor, también Choro. Le pedía, en cualquier momento que hiciese un baile cortito, lo representaba con el acercamiento de pulgar e índice que se convirtió en el símbolo de la noche. Le daba igual que estuviese jugando al futbol con sus amigos (que era su pasión infantil) o que estuviese dormido a las seis de la mañana (final de fiesta paterna) Le tocaba levantarse y hacer un cortito, después de explicarlo aprovechó para marcarse el primer cortito. Y a un servidor le pareció de una elegancia fabulosa.
No es lo mismo ver bailar al Choro en un espectáculo dónde él es un acompañante a ver a este hombre, en la cercanía de un espectáculo en que dos colegas nos enseñan en un concierto – performance, lo que para ellos es una Francachela (dícese de una juerga o diversión desmesurada)
Fandangos, bulerías, serranas, una seguiriya en que Choro Molina se deslizó con soltura por todo el escenario mostrando como él sabe, la amargura de un pueblo maltratado. Guiños lumínicos que sentaban muy bien al espectáculo, la guitarra de Corbacho precisa, discreta.
Al final del concierto pensaba que demostró ser un guitarrista con un toque muy brillante pero consciente que la guitarra no es la protagonista del espectáculo.
Lo mismo ocurría con la voz, me gustó mucho esa voz tan modulada y que conoce tan bien los cantes pero tampoco fue nunca la protagonista que anula a nadie.
¿Entonces quién era el protagonista? Ahí está la grandeza del espectáculo, los protagonistas eran estos dos artistas que ponen en escena todo su arte, cante, guitarra, baile, percusión, sentimiento y sobre todo esa sensación de que lo que está pasando sólo pasa ahora y aquí, un poco como el rio de Heráclito.
Se fue al rincón Choro Molina, para sacarse la chaqueta y ponerse una camisa de lunares, un chaleco y aprovechar para beber agua, que la necesitaba más que el vino (estaba trabajando de valiente) mientras Corbacho nos deleitaba con los acordes de una malagueña que cantó Corbacho con un sentimiento y una profundidad envidiable. Como era de esperar la cerraron con unos abandolaos. El público, como no, contentísimo.
Se sentó Choro en un cajón que pertenecía a Manu Masaedo, presente en la sala, mientras Corbacho aprovechaba para ponerse también su camisa de lunares e iba tarareando unas letrillas (creo que de alegrías) por lo bajini, como sin molestar. De repente estábamos en Cádiz, alegrías, cantiñas y el Choro dejó el cajón y se lanza a la locura gaditana.
Este hombre baila con un estilo impresionante, sin querer destacar ni por brazos ni por taconeo, te ves inmerso en un vendaval de movimientos, que aunque parezca una contradicción, se basa en la templanza. Los artistas estaban a gusto y nosotros también. Y casi sin darnos cuenta, Corbacho estaba entrando en terrenos de tientos y tangos, con ese Paso el rio, paso el puente que popularizó Remedios Amaya. Corbacho se movía con una gran elegancia por el escenario y la pareja estaba tan coordinada y con tantas ganas de comunicar que no nos daban tiempo a aplaudir. De hecho había muchos momentos que hubiese sido mejor dejar los aplausos para el final del espectáculo, pero ¿quién le pone puertas a la emoción?
Demófilo, una fiesta se hace con tres personas, uno canta otro toca y otro baila, Demófilo nos falta una tercera persona.
Con esta sentencia tan flamenca Corbacho aprovechaba para invitar a Manu Masaedo y al bailaor Costi “El Chato” para cerrar la noche con una fiesta flamenca por bulerías.
No tardaron Costi y Maseado en tomar un “buchito” para entonarse y se lanzaron a la fiesta, Masaedo es el percusionista de Chano Domínguez, entre otros múltiples proyectos y el Costi uno de los bailaores más famosos de la escena de Barcelona, y no es la primera vez que sale a bailar en esta sala. Los cuatro conocen bien el mundo de la fiesta y cerraron por todo lo alto una tarde /noche a recordar. Atentos a esta pareja si pasan por tu ciudad, canelita en rama. + info | relacionados | Fotos: Joan Cortès