Zanmari Baré
«Mayor flér», Cobalt, 2013
Zanmari Baré lo tuvo claro desde crío. Su padre solía cantar en casa y esto le marcó irreversiblemente en su camino en la vida como artista. La curiosidad de niño le llevó a armarse de un bok (un bote de conserva de hojalata) para acompañar percusivamente sus canciones de infancia. Nativo de la isla de la Reunión (enclave situado en el océano Índico, al este de Madagascar), donde la música corre por las venas de sus habitantes, pronto quedó prendado de las canciones de Simon Lagarrigue, y de ese estilo característico llamado maloya, género criollo en el que se cantan historias de esclavos y pobres. De hecho, este tipo de música estuvo prohibida por el gobierno de la isla hasta 1981, debido a sus ideas autodeterministas y su simpatía hacia el Partido Comunista de la isla. Paradójicamente en 2009 el maloya fue inscrito en la Lista Representativa de la Herencia Intangible Cultural de Humanidad de la UNESCO por Francia, lo que acentua aún más su valor cultural. Las peculiaridades culturales de la isla de Reunión vienen dadas por su estratégica situación geográfica, ya que a lo largo de su historia fue ocupada por árabes, chinos, portugueses, franceses, malayos y otros asiáticos, lo que le dota una personalidad única, producto de ese crisol de etnias tan distintas entre si.
La música de Zanmari Baré está muy cerca de la de Danyèl Waro, el músico local más representativo a nivel mundial. Se caracteriza por unas melódicas voces en criollo con coros, en formato de llamada y respuesta, y que van acompañadas de una sección de percusión tañida con instrumentos locales. Así en Mayok Flér se escuchan el roulér (tambor bajo) y el kayanm (un sonajero ensamblado con tubos de caña de azúcar y semillas). En Mayok flér, titulo que responde a la flor de la yuca (ese tubérculo tan extendido y recurrente en la cocina del continente africano), no todo es repique de tambores. También hay cierta laxitud en temas como Blandine donde suena el bobre, una especie de berimbau típico de Madagascar y de Reunión, y donde la seductora voz de Baré queda casi al desnudo con los coros y un acompañamiento minimalista; o Mayor flér, una pieza con reminiscencias africanas del continente al incluir la kora de Sami Pageaux-Waro, hijo del célebre Danyél Waro, al que aludíamos líneas más arriba, dónde la voz de Zanmari se torna más melosa y romántica. El disco también tiene espacio para la poesía en la rapsodia de Kosa in soz papa y en el tema que cierra el disco, Piman Krazé, que suena con aires dramáticos como un texto de una obra de teatro. Nout lang está interpretada totalmente a pecho descubierto, es decir a capella y desnuda de acompañamiento instrumental alguno, sin perder por ello un ápice de sentimiento. Y Misyé lansiv se muestra enérgica con la percusión, y los coros del estribillo recuerdan en cierta forma a la música gospel sudafricana. Quizás lo que más se eche en falta en este delicioso álbum sean las traducciones de las letras de las canciones, que aparecen en kreol réyoné en un jugoso libreto acompañado de fotografías de los músicos. + info I Miguel Ángel Sánchez Gárate