Xavier Baró
Xavier Baró
Barcelona, Luz de Gas
10 de febrero de 2007
Un cantautor es, sobre todo, un poeta que canta. Su obra es literatura hecha música, lo que equivale a un tempo distinto para el formato de concierto y una disposición previa de su público que va, ante todo, a escuchar sus versos. Los poemas épicos de Xavier Baró, en cambio, ganan más en la corta distancia. Uno acude a sus discos con la misma regularidad con que se relee un libro de poesía que pueda llevarse en el bolsillo. Baró es un Dylan catalán, con las facciones de Vincent Gallo y los rizos de Art Garfunkel, que compone del odio al mundo unas exquisitas canciones de maestro orfebre. Desde luego cantando no es la alegría de la huerta, pero su obra es pura filosofía hedonista, una gran oda a los vicios de la vida, poblada por mortales dioses paganos con nombre y apellidos, náufragos de tormentas a la deriva, duendes y hadas enamorados. Desde su homenaje a Arthur Rimbaud (Satchmo, 2001), Baró lleva años enfrascado en una apasionada búsqueda de héroes reales para combatir la soledad que mina de plomo los corazones, denunciando a los falsos poetas pagados por el Estado que oran palabras huecas y reivindicando a los soñadores que fueron marcados al rojo vivo por la primavera. Arropado por un denso muro de sonido entretejido por L’Art de la Troba (Victor Verdú, Ramon Godes y Alejandro Royo), el bardo ilerdense presentaba Flors de joglaria (Quadrant, 2006) y las precedentes Cançons de temps de destrals (Satchmo, 2004), un compendio de elegías y coplas del desamor con aires de himno mariano y visos de misa solemne –con repique de procesión y órgano de iglesia incluidos, como en Els corbs–. Su descriptiva crónica del asedio de Lérida del día 24 de julio de 1643 es tan sensible como descarnada. Y el biográfico Romanço d’en Vinaixa –artista de la publicación satírica L’Esquella de la Torratxa que, tras la Guerra Civil, sufrió como tantos otros el olvido y el ostracismo, muriendo en silencio y en la miseria– le arranca al alma las lágrimas de cuajo. Su melancolía empapa, es cierto, pero se le cuelan entre versos algunos resquicios de feliz esperanza, pese a todo. El mundo está lleno de mierda, aunque brotan de vez en cuando pequeñas flores de colores, parece decirnos Baró. Y cuando eso ocurre, la gloria es inmensa… Rimbaud se sentiría muy orgulloso de su discípulo. // Iván Sánchez Moreno