Ute Lemper

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Ute LemperUte Lemper
Barcelona, Palau de la Música
26 de enero de 2007
No había pasado ni un año desde su última visita a Barcelona y Ute Lemper repitió sala, banda y casi el repertorio íntegro. Aún fresco el recuerdo de aquel otro concierto, el de hoy empalidecía por su falta de norte y unidad. Embutida en una gabardina de terciopelo, un vestido de seda y un bombín negro a juego, la bella Lemper no necesita más… salvo la pasión.  Demasiado supeditada al guión del espectáculo, se la vio desganada y algo ausente, marcando mucho la distancia con lo que cantaba. Eso sí, voz no faltó, pero sobró histerismo. Arropada únicamente por piano, bajo, guitarra y batería, desgranó un programa en tres bloques con cierta continuidad narrativa. La primera parte se centró en la figura de Jacques Brel, a quien la cantante alemana presentó acertadamente como un activista político y filosófico. Sin embargo, la acritud original de Brel quedó soterrada por arreglos efectistas de cara a la galería, muy cercanos al pop de sofá –eso que llaman música aor–. Sonaron las resobadas Amsterdam y Ne me quitte pas, pero la chanson francesa no casa bien con esa cínica frialdad germánica tan propia del teatro de Brecht. El tercio siguiente sonó más libre y sincero, citando los felices años veinte de Berlín, a Lotte Lenya y a la Dietrich de El ángel azul (película dirigida por Josef von Sternberg en 1930), a quien Lemper emuló en la Lola de Hollaender antes de abordar a Kurt Weill (en Surabaya Johnny y Youkali, con aires de tango) y la experimental Dark market, dando rienda suelta a la denuncia social –de hecho, consistente en un largo número de magia en el que iba sacando del sombrero referencias al turbante de Bin Laden, la soga de Saddam Hussein, el pijama de Condoleezza Rice, el mercado negro de pasaportes y las fábricas de sectas–.  Al final revisó Black crow de Joni Mitchell y Little face, una nana dedicada a sus hijos, acabando con un bis de Makinavaja entremezclado con Bilbao, Alabama y All that jazz. Ute Lemper jugó a ser Ella Fitzgerald, haciendo scat y bebop, pero con el gesto calculado en exceso. Verle bailar frota que te frota con los músicos fue lo único que caldeó el ambiente. El resto fue tan frío y aséptico como el arte contemporáneo: inocuo, inmaculado y descomprometido, mero escaparate de vanidad. // Iván Sánchez Moreno