Trio Kandinsky

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Trio Kandinsky Trio Kandinsky
El Vendrell, Auditori Pau Casals
16 de noviembre de 2008

¿Puede alguien amar a dos personas a la vez? Sin duda ese pensamiento inspiraba los suspiros que se le escapaban a Clara Schumann cuando oía o interpretaba al piano las obras de su marido y las de su amigo y pupilo Brahms. Recreando un poquito de esa atmósfera intimista rodeando a los músicos con sillas sobre el escenario, el Trio Kandinsky rindió un breve tributo a la época romántica con dos piezas de los citados autores. Décimo concierto del Cicle de Tardor organizado por el Auditori Pau Casals –tras el encuentro de este conjunto residente el pasado mes con Joan Guinjoan introducido por una conferencia de Agustí Charles–, el Trio Kandinsky deleitó con una doble sesión de entorno tan hogareño que, pese al cava y los aperitivos del final, tan sólo faltaban las velas y la luz del ocaso entrando por esa preciosa vidriera de los artistas Vila Grau y Granell… y sobraron los “solos” de desenrosque de envoltorio caramelero y las cadencias de carraspera de entretiempo. Para la primera parte escogieron el Trío opus 8 de Brahms; para la segunda, el Cuarteto 47 de Schumann con la colaboración de la violista Gisella Curtolo (curtida en los frentes del Teatro de la Fenice, la Orquesta de Santa Cecilia de Roma y la Orquesta Mozart de Claudio Abbado). Donde uno es el sosiego melancólico, el otro es desbocado y desmedido –es lo mismo que lo mismo da– y más sobre la partitura o empuñando los instrumentos, donde se iban a notar más todavía las apasionadas maneras por impresionar a Clara Wieck y, de ser unos jipis liberales, de paso montarse un trío. Algo de eso transmitía el Trío opus 8, en realidad una obra de juventud reescrita en 1891, casi a punto de morir su autor. Concebido en su primer movimiento como un alegre diálogo donde el violín parecía querer seducir con una briosa voz solista al piano, despertó el cariño de Robert Schumann y su joven esposa. El scherzo, en cambio, se presentaba como un divertimento con trote juguetón incluido –y donde la pedalera del piano iba loca–, en oposición al inicio algo dubitativo del adagio, difícil en su ejecución por disponer de notas muy largas para las cuerdas. El Trio Kandinsky demostró su compenetración en la última parte de la obra que, pese a tratarse de un allegro, terminaba con un final enérgico y cabreado, muy ciclotímicamente brahmsiano. El Cuarteto nº 47 de Schumann, por otro lado, malvive un poco relegado a la sombra del Quinteto con piano op. 44, aunque contiene bellísimos pasajes como el andante cantabile, lastrado por cierta falta de ligereza del violín y las toses tísicas de algunos de los presentes; sin embargo, cuando la melodía fue retomada por la viola con el violín doblando la voz y el punteo del chelo, la cosa adquirió un momento muy inspirado, para rematar ese tema el relevo final del chelo… ¡ah, qué bonito! Pero no hay que llevarse a engaño, pues el reposo no iba a ser la constante de este Cuarteto: si ya el arranque resultó brillante por sus contrastes, el scherzo se sostenía con un mareante y acelerado ritmo marcado inicialmente por el chelo, que posteriormente iban a intercambiarse los demás instrumentos, antes de acabar con una divertida y vivísima chacona al estilo de Bach –qué inmensa deuda nos quedará por siempre al charcutero de Mendelssohn por el redescubrimiento del “maestro Peluca”– en la que los músicos jugaban a perseguirse entre líneas fuguísticas y responsos (el piano se perdería a veces en tal mogollón de cruces, pero sin llegar a aguas mayores). Aún queda en programa un próximo homenaje al nacimiento de Olivier Messiaen a cargo del Trio Kandinsky, así que tras sentirse uno tan complacido como la competida Clara, no hay razón para perdérselo. ¿Cómo sonarán las estrellas cuando el ornitólogo francés las haga hablar con Dios a manos del Trio Kandinsky? Yo ya empiezo a suspirar, como Clara. // Iván Sánchez Moreno