Trilogia de la Imperfecció: Júlia
Trilogia de la Imperfecció: Júlia
Sala Atrium 27 de enero de 2017
Júlia. Segunda parte de la Trilogia de la Imperfecció. Segunda visión masculina de las reacciones de una mujer que no está de acuerdo con el mundo que la rodea. Un mundo de contradicciones. Un mundo donde se oponen las clases sociales, los sexos, el poder, el dinero, la política, y en donde ella misma, por su educación, es una pura contradicción. Segunda obra que trata los conflictos de la mujer en su tiempo, unos conflictos que, de alguna forma, aun podemos vivir hoy. Tras la Nora, aquella protagonista de la Casa de Nines de Henrik Ibsen, ahora es el turno de la Senyoreta Júlia de August Strindberg. Otra mujer cautiva de su entorno, como aquella, pero también cautiva de sí misma, que intenta resolver su conflicto interno de forma aparentemente inconsciente, para acabar descubriendo que ese, evidentemente, no es el camino. Dos autores masculinos, a los que se unirá Antón Txèkhov, para hablarnos de la Nina que protagoniza La Gabina. Tres visiones que retratan a la mujer que no acepta, de una forma pasiva, la realidad que la rodea.
En Júlia, son tres los personajes se mueven en escena, mientras un cuarto, aunque ausente, está siempre omnipresente, representando el origen del conflicto, de los conflictos. Júlia como en una actitud de niña inconsciente y malcriada, jugará a enamorar a uno de los criados, pero ese juego de seducción, y de dominio, se volverá contra ella misma, hasta llevarla a una situación insostenible, bajo la reacción de dominio sobre ella que quiere ejercer Jean, el criado que ve que con el sexo la puede someter, y la mirada cauta ―¿cauta?, o simplemente perversamente egoísta― de Cristina, la criada, oficialmente novia de Jean, que con su presencia, prácticamente como observadora, es un referente de la realidad de la situación, más allá de los pensamientos y las actitudes de los otros dos, en muchos casos lejos de esa realidad.
Vuelve a dirigir y a adaptar el texto de la obra original, Raimon Molina, de forma absolutamente solvente, como hiciera en Nora. Un texto que nos habla de la inestabilidad emocional de Júlia, que es a la vez verdugo y esclava, lo que lleva a los que la rodean a sufrir con ella o a hacerla sufrir. Esa dicotomía en su actitud ante la realidad es lo que la actriz protagonista, Patricia Mendoza, de una forma acertadísima, nos muestra en escena, manteniendo un difícil equilibrio entre las demostraciones de inconsciencia y egoísmo infantil, junto a los momentos en que, oprimida, desengañada, se desespera y se esconde tras una violencia que realmente no sabe ejercer. Una actitud que Patricia Mendoza nos consigue transmitir de manera totalmente convincente, con su forma de afrontar este difícil papel, que la lleva desde la fragilidad a la intransigencia, desde la inconsciencia a la reflexión culpable. Su interpretación nos muestra claramente a ese personaje oprimido por su familia, por su condición de mujer, por la sociedad que marca sus estrictas normas, que intenta, en un ejercicio de evasión, relativizarlo todo, ejercer dominio sobre los que la rodean, pero sin convicción y sin éxito.
Otro tanto pasa con Jean que interpreta Jordi Llordella. Fuerte cuando está con ella, dejándose seducir para, después, dominarla, pero siempre con la dicotomía del miedo al amo, al que tiene siempre en su mente, y del que se quiere vengar seduciendo, destruyendo, a la hija de aquel, Júlia, aunque crea amarla, porque el temor que le tiene solo puede canalizarlo de esta manera. El actor logra transmitirnos perfectamente esta dicotomía que él mismo también tiene, entre una postura de poder junta a otra de sumisión.
Como una figura que contempla lo que ocurre sin casi intervenir, más que por miedo, porque sabe que todo se va a poner nuevamente en su sitio, Cristina, la criada que interpreta Mireia Trias, es como aquella Mrs. Danvers de la película Rebeca, presente a la vez que ausente, con esa visión que casi como un espectador más, a pesar de su miedo al amo, sus celos del criado, su actitud entre despreciativa o, por momentos, casi comprensiva hacia Júlia, transmite de una forma contenida pero expresando a la vez todo aquello que siente ante los hechos. Difícil papel el que le toca interpretar, porque ha de conseguir con su aparente hieratismo, mostrar al espectador su lucha interna, ante unos hechos que ocurren ante ella, en los que no quiere intervenir de forma directa, pero que sabe que influirán en su vida. Una situación que Mireia Trias consigue plasmar de forma impecable.
Como ocurría en Nora, el video, el cine, tiene un papel muy importante en la obra. Como una extensión de la mirada de Cristina, nos enseña lo que ocurre fuera de nuestros ojos, expresiones lugares en los que se mueven los intérpretes y que no vemos. Pero aun va más allá y en una serie de continuadas analepsias que, en muchos casos los actores narran, nos presentan situaciones del pasado con imágenes cinematográficas que se proyectan en la escena. Una cuidadísima labor de Joan Rondón. Igual que en Nora, la escenografía y la iluminación están en manos de Clàudia Vilà y Maria Domènech, respectivamente, de forma notable.
Si en Nora vemos a la mujer que es oprimida por su entorno, donde se siente como un objeto; en Júlia son las contradicciones lo que la desconciertan, hasta llevarla a la decisión más drástica. Unos personajes que nos retratan a unas mujeres que, a pesar de los años transcurridos desde que fueron creados, no dejan de ser vigentes. Un nuevo acierto de la Sala Atrium dentro de esa trilogía que culminará con el personaje de Nina, con una acertada dirección y puesta en escena, culminada por una labor actoral precisa, convincente y llena de matrices. + Info | Relacionados | Fotos: Cristina Sánchez | Texto: Federico Francesch | DESAFINADO RADIO