Toto – Bona – Kanza
Toto – Bona – Kanza
Veranos de la Villa
Patio Central de Conde Duque. Madrid
18 de julio de 2008
El martiniqués Gerald Toto, el camerunés Richard Bona y el congoleño Lokua Kanza son tres "galácticos" de las partituras. Y eso queda más que demostrado con su exquisita discografía por separado. Pero si a su buen hacer se le une la vis cómica, y el saber como granjearse al público, el mérito es mucho mayor. Así que, además de confirmarse como unos intérpretes fuera de serie, dejaron sentado que son unos comunicadores de excepción. Y con su simpatía y su sobresaliente ejecución se ganaron desde el primer momento los favores del público. Su música es eminentemente suave y melódica. Es un conglomerado que aglutina lo mejor de Africa del Oeste, el jazz de fusión, el pop occidental y el soul. Y se vale en muchos momentos de la improvisación. Empezaron suave la noche con L´Endormie, donde el scat a lo Bobby Mc Ferrin de Kanza y Bona dejaba vía libre a la majestuosa voz de Toto. Siguió Kwalelo con el silbido inicial de Bona y sus recitados en su lengua madre, el douala. La presentación de los músicos no tardó en llegar. "Este hombre viene del mejor país del mundo después de España: Martinica", dijo el camerunés de su compañero al microfóno, el espigado Toto. Etienne Stadwijk, un teclista que ha mamado lo suyo de Joe Zawinul y su Syndicate, venía de Holanda, "el país más democrático del mundo". "El único sitio donde puedes fumar libremente marihuana", bromeó Bona. Completaban el tándem el percusionista y teclista ocasional Patrick Goraguer, de Francia. Y un batería de lo más sutil y elegante, el cubano Ernesto Simpson, que sacaba dinamita de los platos y el charles con un estilo sobrio pero efectivo. Fue divertido cuando Bona advirtió el llanto de un bebé e hizo un inciso: "¿Qué es eso? ¿Un niño llorando? ¿Cómo estás?". Lisanga fue uno de los momentos cumbres de la noche. Una pieza con mucho swing que hizo vibrar a todo el público en el foso y también en las gradas. Al igual que la intervención en solitario de Gerald Toto que se despachó un número acústico que lindaba con el gag cómico. Su estribillo de "Chocolate cake with cream and rapsberries" y el baile de San Vito de su pierna derecha, que parecía que tenía vida propia con sus convulsivos movimientos laterales, se ganaron la connivencia del público, que lo coreó masivamente. Y es que el de Martinica, un animador nato, no puede parar quieto con sus contoneos y graciosos bailoteos, que arrancaron la sonrisa a más de uno. Lokua Kanza se hizo querer también por la guitarra a la que acaricia como se hace con un amante, con cariño. Pero también con sabiduría y templanza. Ghana blues se alzó como otra de las delicatessen de la noche, con el toque característico que imprime Bona a sus piezas de cosecha propia, con unos juegos vocales de altura y los solos de rigor. Un exaltado exclamó "de puta madre" y Bona no dudó en señalarle y comentar sonriente al respecto, "me gusta esa palabra". Tras poco más de una hora escasa en la que devoraron los restos de su único álbum de 2004, desaparecieron tras las bambalinas. El zapateado y los gritos del público les animaron a regresar de inmediato. Bona dijo que nos olvidaramos de lo que habíamos escuchado antes, y que el verdadero concierto comenzaba en este momento. La caliente interpretación de la salsera Te dikalo, de Scenes from my life, primer disco en solitario de Richard Bona, animó la pista de baile improvisada que se montó en las primeras filas. La noche terminó de nuevo con Lisanga, que en la lengua de Kanza, el lingala, significa "unidad". Perfecto símil de la comunión entre artistas y público que se escenificó en esta gloriosa noche. Todo acabó en la zona del bar, donde Bona hizo una copiosa firma de discos mientras esbozaba una sonrisa de marfil. La mejor metáfora de una velada sublime. // Miguel Angel Sánchez Gárate