Richard Bona Flamenco Project

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Richard Bona Flamenco Project
Festival Madrid Inquieta

Sala But, Madrid. 10 de mayo de 2014.

Ahí estaba «Bona de la Frontera», con su turbante blanco liado a la cabeza, y su quijada sonriente, de esas de las que predican que la música es aire para él. Richard la paladea con tanta intensidad como esa comicidad de la que hace gala entre canción y canción. Ya nos avisó en una entrevista previa el bajista camerunés de que lo suyo no era flamenco puro. Y es que todo lo que tocan esos dedos privilegiados, y su garganta de angelito como los que cantaba Machín, irradia mixtura, fruto de una curiosidad insaciable en la que gusta maridar distintos músicos de cualquier latitud que se le tercie. Tras varios ensayos en petit comité, Bona se presentaba con un joven equipo de flamencos.Previamente ya había rodado su espectáculo en Barcelona la noche anterior, dentro del Ciclo Round About Midnight. 

Deslumbró desde el principio el violín del galo Thomas Potirón que tomó la iniciativa desde la arrancada. No es un instrumento muy usual en este género, pero empasta a la perfección como puede hacerlo la flauta o la trompeta. La terna de guitarras compuesta por el actual Premio Nacional de Guitarra, Antonio Rey; Daniel Melón Jiménez, quién fuera escudero de Enrique Morente en la última de sus tournés; y Yerai Cortés, acapararon pronto la atención. Especialmente protagonismo tuvieron las seis cuerdas de Rey, que demostró con creces porque es acreedor de tal galardón. Ejerció con un fluido y borboteante rasgado. Mas comedidos se mostraron los otros dos guitarristas que ejercían mas de acompañantes rítmicos, aunque tuvieran sus minutos de gloria en la velada con sus respectivos y puntuales vuelos en solitario.

¿Y que nos deparó la noche? Un recorrido por los diversos palos de la música gitana: bulerías, alegrías, o esos tanguillos de «Paco» Bona, un homenaje al malogrado y genial artista de Algeciras que ejerce una notable influencia sobre el protagonista de la velada. Todos ellos interpretados en la medida en que Bona ha aprehendido en esta exigua puesta a punto, y bajo su personal mirada y libro de estilo marca de la casa. Se intuía el respeto y la circunspección con sus mesuradas líneas en las que apenas exhibía su virtuosismo, salvo algunos austeros slaps y dibujos plenos de groove, que se pudieron contar con los dedos de una mano. El sonido tuvo sus mas y sus menos, pues las voces de Sandra Carrasco y de Israel Fernández, los dos cantaores elegidos para la ocasión, parecían algo faltas de punch y bastante apagadas respecto a los niveles con los que sonaba la música en la primera recta del concierto. Debido a este desliz hubo alguna que otra increpación del público hacia el técnico de la mesa. Luego la cosa mejoraría según avanzaba la noche y las dos voces obtuvieron su recompensa en cuanto a presencia. La primera, la de Sandra, briosa y colorida como una paleta con las pinturas de Rafael Alberti, y la de Fernández con una vetusta forma de cantar, con un timbre un tanto agudo y mas propia de un cantaor ya entrado en canas y con largo recorrido en los tablaos. No obstante, Israel lleva dándole al cante jondo desde los seis años y ha macerado su voz como en barrica.

José Maldonado, el bailarín parapetado al micrófono la derecha del escenario palmeó más que bailó, pues apenas mostró su arte en un par de canciones. Se irguió con un estilo adusto y minimalista, presa de una visceralidad contenida, aunque con algún guiño que otro de genialidad en esos giros de peonza a punto de descarrilar por el vértigo. Algo parecido le ocurrió a José Montaña con el cajón. Sus repiqueteos apenas tuvieron destellos de genialidad y ejerció como un actor secundario, sin demasiadas ostentaciones en su arte.

Tal vez lo más anecdótico por experimental, y por saltarse el guión de lo andaluz, fue ese impass en el que Bona se quedó solo ante el peligro, y nos presentó su «black voodoo gypsy machine«, que no era otra cosa que una loop station; es decir, una pedalera con la que se marcó unas travesuras vocales grabando voces superpuestas. Intercalando sus melodías una encima de otra iba orquestando un espectáculo acapella más propio de un trapecista de circo que de otra cosa. Con esas generosas cuerdas vocales con las que le ha dotado la naturaleza hizo gala de un vasto abanico de registros en los que mezcló scat (imitando desde el charles de la batería a la caja  y los platos), malabarismos de impostación, gorjeos propios de un ruiseñor, y voces barítonas y de tenor en la mejor tradición africana. Una producción de semejantes características necesita su tiempo de maduración como los buenos vinos. Y pese a que Bona ejerció de impecable director de orquesta al llevar la batuta con sus miradas y gestos a su séquito gitano, el duende tuvo cierto sabor a sacarina y café descafeinado. Eso si, con sus puntuales momentos inspirados y de puro latido flamenco. + info l Relacionados l Miguel Ángel Sánchez Gárate