P.Jaroussky & F. Barockorchester


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Philippe Jaroussky & Freiburger Barockorchester

Palau de la Música, Barcelona. 14 de noviembre de 2016


El pasado 14 de noviembre actuó en Barcelona el contratenor Philippe Jaroussky, promocionando el disco Sacred Cantatas. Para dicho evento organizó un concierto con varios extractos de Johann Sebastian Bach (1685-1750) y Georg Philipp Telemann (1681-1767).
Se suele caer en fútiles reduccionismos cuando se asume la forma cantata como cualquiera de las piezas sacras para voz solista o coro que se cantaban los domingos por la mañana en las iglesias luteranas. Aún más simplista parece la descripción estructural que la equiparaba con una especie de ópera religiosa constituida por una serie de arias y recitativos. Sin embargo, no le falta razón a esta definición si nos atenemos a la importancia del gesto y la expresión emocional que precisan los cantantes para interpretar psicológicamente las palabras que se refieren en los pasajes bíblicos escogidos para la ocasión. Philippe Jaroussky es de los que sabe dónde está la medida justa de gestualidad y cadencia vocal para acentuar la expresividad de los versos, como probó en directo el pasado lunes 14 en el Palau de la Música.

Acompañado por una orquesta de 16 músicos –la Frieburger Barockorchester, dirigida por Petra Müllejans–, Jaroussky consiguió un lleno absoluto para ofrecer una muestra de su último trabajo: el disco Sacred Cantatas (Erato/Warner, 2016). La fuerte ovación con que se le recibió nada más pisar el escenario ya anticipaba el éxito de la noche. Cuatro razones indiscutibles avalaron su concierto: para empezar, la pasión y el esfuerzo físico con que los músicos nos obsequiaron con casi dos horas de pie, ejecutando con energía sus respectivos instrumentos; la distribución del programa –dedicando cada mitad a un compositor distinto– también fue un acierto que permitió contrastar matices interpretativos y estilísticos entre ambos autores; en tercer lugar, la voz omnipresente de Jaroussky, capaz de alcanzar todos los rincones de la mítica sala en la que se oficiaba el acto; por último, el brillo de su voz resultaba idónea para reflejar la beatífica alegría de reunirse con el abrazo de Dios tras la muerte terrenal en la cruz. Al respecto, su versión del aria Die Stille Nacht está llamada desde ya a ser un referente para futuras interpretaciones de la obra de Telemann.

Tanto éste como Bach, los dos autores que integran estas Sacred Cantatas, exponen musicalmente actitudes muy diversas ante la muerte de Cristo. Si bien el primero escribió apenas una docena de cantatas para voz solista, estampó su firma a más de 1400 obras. Sin embargo, es Bach quien, con menos catálogo operístico, concibió más de 200 cantatas a lo largo de toda su vida. En una época en que la vida solía ser tan corta como difícil, la muerte parecía impregnarlo todo cada día. No en vano, la cantata de Bach que Jaroussky desestimó incluir en el programa de su concierto –Vergnügte Ruh (“Plácido reposo”)– concluye con una aria que descansa sobre un mortificante verso (“Cómo detesto vivir”), mientras que Ich habe genug, la cantata que ocuparía la segunda parte del concierto, se apoya en frases de gran carácter sombrío (“Dormíos, ojos abatidos”; “Pláceme pensar en la muerte”).

La postura de Telemann, por el contrario, es más vitalista y resta pesadumbre a la música que da soporte a las últimas plegarias del mesías antes de morir. Su utilización del oboe para la cantata Der sterbende Jesus añade a la línea vocal que canta la pena de Cristo unos sensualísimos rasgos presumiblemente erotizante que remarcan el doble sentido del deseo de yacer con Dios en su seno. Aunque dicha cantata insista tanto en poner el acento en la palabra Tod (“muerte”), el sonido del oboe acompaña las exultantes cuerdas en el momento de la Gloria final que casi deja sin respiración a Jaroussky. El contratenor incluso se reservó una broma con el público estirando un significativo silencio en el último verso –“allá donde la alabanza no tiene fin”–, haciéndole un guiño al aplauso que vendría luego. El color que Jaroussky confiere a la obra de Telemann no evitó el tremendismo que los vientos de la orquesta invirtieron en la obertura de la Brockes-Passion, donde el oboe de Ann-Kathrin Brüggemann marcó el tono elegíaco que iba a empapar la cantata posterior. Cabe advertir que abrir el concierto con una introducción de la Pasión de San Mateo fue toda una declaración de intenciones que, además, servía al oyente para conocer el motivo que inspiró a su autor.

Bach, en cambio, recurriría al oboe con una mayor gravedad, subrayando el sufrimiento cristiano y dotando al instrumento de un carácter más carnal frente a la expresión melancólica de la voz. Así, en Ich habe genug, el diálogo que se estableció entre Jaroussky y Brüggemann remarcaba aún más el contraste dual entre cuerpo y alma ante el temor de la muerte. El resto de la orquesta, reforzaba sobre todo por violas y violines, le brindaba a Jaroussky un cómodo lienzo con el que fundir su voz, tejiendo una sutil continuidad en las notas más agudas. En las tres breves sinfonías instrumentales que abrieron esta segunda parte del concierto se hizo más patente la robustez de las formas bachianas, las cuales precisan de una ejecución muy marcada. Su extremada exigencia quedó de sobras aclarada cuando, al final de Ich habe genug, el tutti orquestal ganó terreno sobre una voz ya cansada y de menor fuelle, pero que aún mantenía la frescura y la agilidad inicial en endiablados ejercicios contrapuntísticos.

Bach entendió demasiado bien que la muerte está presente en cada minuto del reloj. Pero lejos de atemorizarse o amedrentarse ante ella, compuso su cantata a partir de una nana –Schlummert ein, ihr matten Augen–, concretando así una circularidad entre la cuna y la tumba, situando en una misma obra los polos del alfa y del omega de la propia vida. Comprender las intenciones interpretativas de la tierna voz de Jaroussky me hizo sentir que el alma de un pequeño ser descansaba sobre mi regazo, dándome el calor de antaño. La noche antes del concierto, un nuevo ángel llegó al cielo. Antes de que eso sucediera, una larga enfermedad consumió hasta los huesos a una vieja gata que, para hacer saber que se había rendido ya a la evidencia de la muerte, dejó de comer en los últimos días. Ni siquiera se quejó cuando fue trasladada en un cesto de mimbre hasta el veterinario. Ronroneó hasta que se le paralizó el corazón tras la inyección que la sedaría para siempre, entre cariñosas caricias que calmaron su breve ansiedad. Desde pequeñita se le había despojado del fuero instintivo de su especie. Sin uñas, sin sexo y sin apenas un hilo de voz que emergía de su cuello cuando maullaba, el capricho humano la convirtió en un triste juguete. Ella se aferró con orgullo a la vida que se le dio con santísima paciencia y resignación. Hoy, ahora ya, es un ángel peludito que desovilla alguna nube.+info | Iván Sánchez-Moreno