Penguin Cafe
Penguin Cafe
“A matter of life…” Penguin Cafe Ltd.
Simon Jeffes murió muy joven, sin alcanzar a cumplir las bodas de oro con la vida. Trece años después, su hijo Arthur retoma el mando de su propuesta estética. Y huelga decir que la expresión popular “de tal palo, tal astilla” es la más apropiada en el caso que nos ocupa. Para desmarcarse del proyecto original, la nueva formación prescinde de la Orchestra en su nombre y se presenta como una continuación de aquél, sin por ello dejar de sonar à la Jeffes. El testigo musical queda de manifiesto en los instrumentos casi de juguete que son ya marca de la casa, aportando esa sonoridad tan característica del grupo, entre lo onírico y lo mágico: ukeleles, violines, glockenspiels, órganos y un incansable piano (más rítmico que melódico), entre otra cacharrería de alegres timbres –hay hasta espacio para una gaita en Landau–.
Entre las filas de la “recompuesta” Penguin Café se encuentran músicos que a priori no se hubieran previsto en una aventura como ésta, como Cass Browne, Des Murphy o Neil Codling, cuyas artes ya han degustado los fans de Suede, Gorillaz o Delakota, por ejemplo. Sin embargo, el resultado es 100% PCO. A ello contribuye el hecho de que muchas de las piezas contenidas en este disco remiten a ciertos guiños del pasado conocidos por los seguidores de la banda de Simon: el inicio de la preciosa Finland recuerda el eco del triángulo que abría Wildlife, The fox and the leopard se asienta sobre el trote de Paul’s Dance, Sundog retoma la reconocible tonada de Pythagora’s Trousers, Coriolis rememora en su título a Rosasolis, etc… y, por supuesto, no podían faltar las célebres habichuelas de Penguin: Two Bean Shaker trae a la memoria las añejas Bean Fields y Salty Bean Fumble. Algunas otras fueron inspiradas por las grabaciones que Simon atesoraba de sus paseos por Cuba, Congo, Senegal, Sierra Leona y el Delta del Mississippi, como antaño hicieran otros musicólogos y antropólogos como Bartók y Janácek por tierras balcánicas, Stumpf y Hornbostel con la música oriental, y Boas con la de los nativos americanos. Incluso un riff Calypso de Toots and the Maytals sirve de base para Ghost in the Pond. Aunque A matter of life… carece del elemento sorpresa, ofrece temas que, si uno no lee los créditos del álbum, atribuiría sin dudarlo al propio Simon: hemos citado ya la intimista Finland; la rarísima From a Blue Temple, magistral divertimento hipnótico sobre un obsesivo desarrollo minimalista, y la lírica Harry Piers, escrita por Arthur en homenaje a su padre, merecen ya mismo engrosar la lista de clásicos de la Penguin.
La emotiva portada de Emily Young, que tanto contribuyó al imaginario visual de la PCO y, además, madre de Arthur, enmarca un detalle de Signs of Life (EG Records, 1987). ¿Recuerdan aquel simpático pingüinito –enano y peludo, para más señas– que montaba en bicicleta alrededor de una acaramelada pareja de “antropomorfingüinos” que bailaba desnuda al son de sus amigos? En algunas ediciones, esta criatura aparece tocando el violín o la carraca. A su lado, un niño de espaldas abraza por los hombros a otro pingüino regordete mientras contemplan ensoñadoramente un río asilvestrado al fondo. Pues bien, amos personajes nos invitan a pensar que, en efecto, Arthur ya estaba allí. Su padre Simon puede quedarse tranquilo, el legado está a salvo. | Penguin Café | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno