Pedro Burruezo y Nur Camerata

 

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Casa Golferichs (Barcelona), 26 de febrero de 2021

Con los años, la Camerata ha ido siempre evolucionando –ya fuera como Bohemia Camerata, Medievalia Camerata, Claustrofóbica Camerata, o la más reciente Nur Camerata– según los músicos que han contribuido a su desarrollo manteniendo siempre la esencia, que no es otra que la voz y la energía que insufla su líder, el carismático Pedro Burruezo. Su particular hibridación de las músicas sufíes, hebraicas y medievales le ha permitido abrir un prolífico horizonte a la investigación de las raíces sonoras de nuestra cultura que, aun no siendo del todo purista, conjuga en tan singular proyecto el mismo espíritu inquieto que nutría su ancestral Claustrofobia en las décadas de 1980-1990. Un año ha pasado desde la publicación de su último disco –Al Andalus s. XXI (2019, Satélite K)– con una pandemia de covid en medio que ha obligado a suspender todos los bolos preparados para su presentación en directo. Ahora que se han abierto ciertas licencias que hasta el momento asfixiaban cualquier evento que reuniera una importante concentración de gente, la sala Golferichs de Barcelona ha aprovechado para invitar a la Nur Camerata con el fin de romper tan angustioso silencio, aunque el concierto no pudiera durar más de una hora por culpa de un castrante toque de queda sanitario. Quizá por esas ganas contenidas desde hace tiempo por actuar frente a un público en vivo, Pedro y los suyos arrancaron con un inusitado Dicker Jondo de soberbio engranaje que parecía beber de la base rítmica que trufa ese álbum seminal e inspirador que fue el No Quarter (1994, Atlantic Records) de Led Zeppelin –o, mejor dicho, de la mitad del grupo, compuesto al alimón por Robert Plant y Jimmy Page junto a varias orquestas sinfónicas de Egipto y Marruecos. Sin duda la fuerza la llevaba en esta ocasión la percusión de Jordi Rallo, ejercitado sobre todo en jazz y flamenco pero capaz de amoldarse con arte magistral a cualquier género musical. Las otras nuevas incorporaciones de la Nur Camerata fueron Berna Jones al violín y Teo Larrosa en la flauta travesera, presumiendo de algún puntual momento de lucimiento propio a lo largo de todo el repertorio. Las intervenciones de Larrosa –que es, por cierto, también un consumado pianista con un estilo ágil y muy dúctil que lo mismo se atreve a improvisar sobre una pieza de Thelonius Monk que una melodía de Ryuichi Sakamoto– se limitaban no obstante a fraseos breves y juguetones, casi metafóricos gorjeos de un pajarillo en el arroyuelo, más deudores de los acentos aflamencados de Jorge Pardo que de los circunloquios bucólicos de Jethro Tull. La citada Berna Jones tuvo su especial peso en el bis final, un tema dedicado a San Juan de la Cruz que el propio Burruezo reconoció influido por la versión que Enrique Morente incluyó en su disco Cruz y luna (1983, Zafiro).yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Pedro Burruezo y Nur Camerata

El Cantar del alma del místico se benefició ahora del violín plañidero de Jones, quien lo hacía llorar entrecortadamente entre los arrobados versos que loan al misterio de la noche y a toda luz venida. Por su parte, Robert Santamaría sigue siendo un pistón importantísimo para esta última encarnación de la Camerata, responsabilizándose de los imaginativos toques de qanun con que enriquece con exquisitos matices rincones ya conocidos. Aman Aman fue también embellecida con una sensible introducción de cello a cargo de Jordi Ortega. En general, fue un recital con aciertos y también algún tropiezo. El sonido de ambulancias cruzando las calles –que se ha convertido por desgracia en un fondo sonoro habitual en la Ciudad Condal desde el inicio de la pandemia– laceraba algunas piezas en directo. Larache tuvo su merecido protagonismo, así como sendas invocaciones divinas convenientemente melismatizadas –olé por esa rebautizada Mora d’Aragó–. Evidentemente, el centro de la atención radicaba en su último disco. Por eso sonaron temas como Nur-LLum, Ibn Al Arabi, una Qurtuba XXI alto errática y torpona, una Fermosa e donzeyya que brinda tributo a Santa Teresa de Jesús que resultó algo excesiva en su cuerpo sonoro, figurándola trotando a lomos de un egregio corcel como una Lady Godiva de indisimulado furor uterino, y La Tarara se fue a Istambul, entre otras, aunque también hubo espacio para repescas de su cancionero clásico. Burruezo incluso se atrevió a hacer un guiño a Eduardo Paniagua al revisar una variante arabizada de la Marcha de Granaderos que sirvió de base para el himno español, mal que les pese a los votantes de Vox. Fue, por ende, un concierto breve pero intenso, aunque supo a muy poco. El lugar de la cita –una señorial casa de la alta burguesía catalana del siglo XIX remodelada hoy como institución dedicada a la promoción cultural– añadía belleza al encuentro, pero sus reducidas dimensiones y la imposición de la distancia entre butacas con fines de saneamiento y prevención le proporcionó escaso calor a un recital que, precisamente por lo íntimo de la circunstancia, hubiera agradecido más cariño del que acogió a los músicos. Conviene mimar mucho más a nuestros artistas, se nos seca el alma de no hacerlo. Lo hinchada que se le queda a uno con un poco de Camerata ya evidencia la sed que la reclama.  + info | relacionados | fotos: Casa Golferichs

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