Orquestra Simfònica del Vallès

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Rèquiem de LLums

Palau de la Música, Barcelona. 24 de noviembre de 2012

Maestro y discípulo respectivamente, Gabriel Fauré y Maurice Ravel fueron dos de los más prestigiosos autores de la música francesa de finales del siglo XIX y principios del XX. Acusada su obra de remilgada y algo frívola, ambos se enfrentaban a los pomposos arreglos de gusto wagneriano y a los efectismos populistas de la ópera italiana de su época. Pero con el tiempo, esta misma apuesta estética ha quedado vinculada a una cierta postura conservadora, como si en su afán por fijar en la partitura las melodías más hermosas se perdieran el sabor del riesgo, confundiendo ideal y acomodo. En efecto, la música de Fauré y (aunque no tanto) Ravel carece de la inventiva de otros paisanos como Erik Satie o Claude Debussy.

Un poco de eso acusó también la representación escénica de Els Comediants que aderezaba el concierto de la Orquestra Simfònica del Vallès (OSV), bajo la muy sobria dirección de Rubén Gimeno. Tan sobria que parecía carente de energía, sin llegar a ser relamida ni grandilocuente. Por el contrario, las tres elecciones para el programa resultaron incluso aburridas. Lo frustrante del caso es que la temática aglutinante era ni más ni menos que la muerte: no en vano, el título genérico era el de Rèquiem de LLums. La primera pieza, Le tombeau de Couperin, de Ravel, fue dedicada a varios de sus amigos –Jacques Charlot, Gabriel Deluc, Jean Dreyfus, Pierre y Pascal Gaudin, etc.–, quienes cayeron en la I guerra mundial. Le seguía la Pavana para una infanta difunta, que se convirtió en el leitmotiv conductor de la velada mientras, en el fondo, un actor caracterizado de pintor iba retratando a los homenajeados de la primera obra y al autor de la segunda, el citado Fauré, al tiempo que una dama vestida de negro se iba llevando los cuadros uno a uno. Por último, sonó el Réquiem de Fauré, que éste escribiera para su padre en 1888.

El principal rasgo que define las tres obras es su aire esperanzador y vitalista, nada afectado. El tono melancólico se disfraza en todas con los vivos colores de una orquestación que, no obstante, brilló por su ausencia en este día. La suite de Ravel presumió mucho de esa falta de engrudo entre las distintas secciones de cuerda, algo que volvió a constatarse en la versión coral –a cargo del Cor de Cambra del Palau– de la Pavana de Fauré, en la que lucieron los vientos desligados del resto y que Gimeno dirigió de manera más acelerada de lo habitual. Quizá lo hiciera con el fin de darle más nervio al conjunto, pero tal vez debiera atribuirse a que la acústica de la sala impidió gozar de los sonidos más graves, a la par que las voces se imponían sobre la orquesta. Lo cierto es que la sensación de laxitud podría también achacarse a la sencillísima puesta en escena de Els Comediants, con esa viudita decimonónica con pamela que se paseaba por entre los músicos, una parca con una enfermiza obsesión por acaparar todos los cuadros para el salón-comedor de su ático en el Averno.

El Réquiem no corrió mejor suerte. El coro apenas arrancaba con fuerza, de modo muy tímido, algo que en otras ocasiones se podría interpretar como un síntoma de contención, pero que aquí atendía a una expresión emocional casi burocrática. Poco contribuían las cansinas apariciones de la muerte con facciones de Ángel Pavlovsky y el segundo concierto paralelo de toses, móviles, cremalleras, velcros y celofanes de caramelo que emergía de las butacas. La pobreza coral y la escasez de solemnidad del Réquiem se salvaron (sólo un poquito) gracias a la intervención solista de Josep-Ramon Olivé en el Libera me y el Offertorium y, sobre todo, la voz angelical de Maria Chapman en el Pie Jesu, que fue sin duda lo mejor de la velada. Sin embargo, el colofón no fue tal al cerrar el concierto con un In Paradisum de juguete que se ganó un breve aplauso de cortesía. Había más siesta que muerte en la sala, según se desprendía de las caras y los comentarios al encenderse la luz. Igual era a esto a lo que se refería el título genérico del evento en cuestión. | +info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno