New York Standards Quartet
New York Standards Quartet
Ciclo Jazz a L´Auditori
El Vendrell, Auditori Pau Casals
21 de marzo de 2009
No es casualidad que la imagen representativa de este ciclo de jazz sea la silueta de un saxofonista, teniendo en cuenta algunas de las cabezas de cartel: Jerry Bergonzi, Victor de Diego, Peter King, Perico Sambeat, Tim Armacost… Este último vino en calidad de líder del New York Standards Quartet, grupo formado hace casi un lustro con músicos lo suficientemente competentes como para no hacer sombra sin su obligado momento de lucimiento solista. Claro que ése no es tampoco el caso de Armacost, poco dado a la filigrana, con el toque justo y cómodo al neófito oído. Bregado en las bandas de Jimmy Cobb, Randy Brecker, Billy Hart y Maria Schneider, entre otros, el estilo de Armacost bebe sobretodo de los clásicos –Coleman, Coltrane, Rollins…–. Y de hecho el programa de la noche lo conformaban exclusivamente un puñado de estándares de Monk, Parker, etcétera, más alguna pieza esporádica de propia autoría (o casi, pues las versiones transformaban considerablemente el tema original).
Aunque no presume de un lenguaje fijo que le identifique, tiene Armacost bastantes tablas como para lidiar con un variado repertorio. Explorador nato de sonidos, su formación musicológica le ha llevado por Suiza, Holanda, Alemania, India o Japón, una enriquecedora experiencia que ha sabido verter en sus trabajos en solitario –Live at Smalls (Double Time, 1998), Five (Concord, 1995), The Wishing Well (Double Time, 2000)–, así como en sus colaboraciones en conjunto –por ejemplo en Double Double (Cadence Jazz, 1998) con David White, Cape Twin Blues (Naxos, 2003) con Ugetsu, o In New York (Fine Notes, 1997) con Shozo Okuda–. Es en ese registro donde se aprecian mejor las artes de Armacost, cuando se libera del corsé del jazz de sesión y le saca brillo a las influencias ajenas al género: reminiscencias afro entre sedas que hace mover con su sombra Coltrane en Brightly Dark (Satchmo, 2003), aires hindú-nipones en Rhythm and Transformation (autoeditado en 2007) entre guiños a Mingus, Ellington y Monk…
En cambio, en el seno del cuarteto adoptó un rol equitativo dando más cancha a los compañeros y relegándose convenientemente a un lado cuando la cosa iba fluyendo por sí sola. Intervenciones que no eran largas ni densas ni empalagosas, improvisaciones medidas y comedidas, dibujos de arabescos ambientales –emulando con la flauta la magia que otrora cultivara Eric Dolphy (en un solo momento que fue tan breve como intenso)–… Todo estaba tan bien pautado y pactado que se echó en falta el nervio que no se avistó hasta pasado el ecuador del concierto. Por más que los demás se esforzaran por repetir fórmulas ya antes vistas en el escenario –una batería con más volumen que tacto (imaginen a Gene Kupra en una mina de sal), un contrabajista que de tan sutil precisaba de amplificación, un pianista que probaba sonoridades sobre la marcha (estirando los temas, retorciendo las líneas, rompiendo los ritmos o haciendo vibrar objetos pequeños sobre las cuerdas del instrumento, cual desnortado John Cage)–, el contexto idóneo para oír el concierto podría haber sido acodado en una barra de bar, pelando la pava con la camarera mientras se paladea un buen whisky. Al menos, siempre habría algo (la música, la bebida o la compañía) a disfrutar. // Iván Sánchez Moreno