Marion Cotillard & OBC
Marion Cotillard & OBC | Joana d’Arc a la foguera
L’Auditori, Barcelona. 17 de noviembre de 2012
Sobrevolaba una gran expectativa para ver (y oír) a la oscarizada Marion Cotillard encarnando el papel de Juana de Arco junto a la Orquestra Simfònica de Barcelona (OBC). Y cabe decir que la actriz se ganó un merecido aplauso que duró más de diez minutos. Por descontado, el papel no iba a ser nada fácil, pues el personaje trasciende en esta obra desde la más pura inocencia –rayana en una candorosa ingenuidad– hasta la toma de conciencia sobre las injusticias por las que la condenan a la muerte.
De hecho, Joana d’Arc a la foguera (1935), de Arthur Honegger, supuso un valiente rompimiento con respecto al ideario del Grupo de los Seis bajo el liderazgo intelectual de Jean Cocteau. Fervientes admiradores de la estética hedonista de Erik Satie y el ruidismo de Igor Stravinsky –tras el polémico estreno de su Consagración de la primavera casi veinte años atrás–, Poulenc, Milhaud, Auric, Durey, Tailleferre y el citado Honegger adoptaron un estilo frívolo y elegante, a caballo entre el post-romanticismo francés y la vanguardia de entreguerras. Pero en Honegger ese aire juguetón obtendría visos más nihilistas con el paso del tiempo. El tenebrismo inicial de esta Joana d’Arc ya vaticinaba que el oyente se enfrentaba a una cosa tremenda. Y no es para menos, porque el libreto de Paul Claudel recrea las últimas horas de Juana después de ser juzgada, esperando el tormento de la hoguera.
Aunque el protagonismo recae casi absolutamente sobre Juana y el fraile dominico que vela por su alma –interpretado por todo un especialista en teatro clásico como es Xavier Gallais–, el texto del oratorio se reparte entre otros tantos actores y cantantes: hasta una decena en la versión que se vio en Barcelona, destacando sobre todo el polifacético Yann Beuron, dotado éste de una voz dúctil y una expresividad tan histriónica como camaleónica. Marion Cotillard también sobresalió (y sorprendió) con su particular Juana, declamando con claridad pero escatimando los gestos acotados del texto. Quizá con una buena voz no bastara para sobrellevar un rol tan rico en matices. No obstante, la Cotillard, tan menudita y guapa, logró convencer al público del cambio psicológico obrado en la joven mártir al manifestar una gran fuerza y entereza frente al conocimiento de su inevitable destino. Su voz se iba tornando más dura, más brillante y más doliente a medida que se disipaban las nieblas de su propio delirio interior –en el que dialoga de tú a tú con Santa Caterina, Santa Margarita y la Virgen María– y, de regreso a la razón, se percata de sentimientos hasta entonces inéditos como el miedo y la rabia. Juana ensalza aquí valores como los de la fe, la esperanza o el amor, más poderosos que el odio visceral que los demás vierten sobre su nombre. Mas, a diferencia de otros falsos beatos, Juana de Arco clama por la bienaventuranza ajena, antes que por la redención y la gloria propias, hallando refugio en una esquizofrenia que le protege hasta cierto punto del cobarde silencio de Dios.
En consecuencia, la importancia de los coros –aquí el Cor Vivaldi, el Cor Madrigal y el Cor Lieder Càmera– fue fundamental para dar réplica a los recitativos y los pasajes cantados por los solistas. El resultado fue sin duda fascinante, encadenando un total de once escenas en casi hora y media de función que pasaron volando, como si el autor las hubiera compuesto pensando en términos cinematográficos. No nos parece aventurado afirmar esto, considerando los múltiples planos vocales, los cambios de dimensión entre ficción psicótica y triste realidad, los efectos sonoros de saxo y ondas martenot que acentuaban algunos motivos (unos aullidos en mitad de la noche, un petirrojo que anuncia el alba, unas campanas que quiebran el cielo), etc. Además, el anárquico espíritu de Honegger asomará sin disimulo en momentos como el surrealista juicio de Juana a cargo de una corte de bestias –un cerdo presidiendo el tribunal, una serpiente oficiando de fiscal de la acusada, unos borregos asistiendo a su defensa, un asno apuntador…–, el juego de cartas que es la guerra, o la mezcla caótica de fanfarrias que se intercalarán con canciones tradicionales del pueblo, ignorante éste del designio que sus mandatarios habrían sentenciado sin misericordia alguna para nadie. Este tono de farsa cabaretera, que Honegger sabía mantener con suma maestría entre giros abruptos de intenso dramatismo, adquiere aquí cotas insuperables que recuerdan forzosamente a otros títulos de Stravinsky como Historia de un soldado (1918) o Renard el zorro (1916).
Al frente de la OBC, Marc Soustrot se reveló como un esforzado director a quien a veces esta partitura, tan endiabladamente difícil, se le quedaba grande. Eso no impidió que Juana/Marion emocionara a la audiencia en un crescendo épico al relatar cómo arengaba a las tropas en Rheims, o en el clímax final en el que confluyen orquesta, coros y voces, coincidiendo con la ascensión del alma de Juana al morir. En raras ocasiones el éxtasis borda tanta significación como en esta obra, y no habría sido muy posible sin la aportación de esta soberbia actriz que es Marion Cotillard. +info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno