La febbre
La febbre
Dirigida por Alessandro D’Alatri
Italia, 2005
Al revés que sus gentes, el cine italiano se muestra cauto y tímido últimamente, dándonos pocas películas y muy de vez en cuando. ¡Nada que ver con los gloriosos momentos de Totó, de Sica, Antonioni o Passolini! De un tiempo a esta parte, el cansancio creativo del Viejo Continente hace estragos incluso en una de las potencias cinematográficas más importantes del mundo: la bella Italia! Un desastre si no fuera por filigranas como ésta que nos llega de un director poco conocido fuera de sus fronteras, el romano Alessandro D’Alatri. Con tan sólo cuatro largometrajes en sus espaldas, pero un intenso trabajo en el mundo de la publicidad, la televisión y los documentales, D’Alatri ha conseguido una película de ésas que sólo puede hacer un cineasta italiano. Comedia, tragedia, acidísima crítica político-social, altas dosis de amor –¡l'amore no podía faltar!–, entusiasmo, realismo y surrealismo… En primer lugar se agradece que, en tiempos de mediocridad y miedo globalizador, un director de cine se “manche las manos con la realidad” –según propias palabras de D’Alatri– y tenga el valor de decir a toda pantalla que así la cosa no puede continuar. En eso el cine italiano vuelve a demostrarnos que anda mucho más limpio de lastres que el nuestro y que baja a pie de calle para meter de lleno el dedo en la llaga del problema crónico de la sociedad estamental mediterránea, de la envidia y de los modos corruptos de unos pocos. Pero en La febbre hay mucho más: hay la evidencia de esa obsesión sudeuropea por conseguir el trabajo fijo, de la actitud funcionarial, del inmovilismo enmascarado en problemas económicos, de los jóvenes que no se mueven de casa hasta pasados los treinta y, lo más grave, de esa envidia hacia quien aún cree en un futuro mejor, quien tiene talento e ideas frescas dentro de una inercia gris y burocrática que no va hacia ningún lado. “Se l'invidia fosse febbre, tutto il mondo ce l'avrebbe”: ésa es la envidia febril de la que habla D’Alatri en boca de un soberbio Mario interpretado por Fabio Volo, quien finalmente se ve obligado a vendarse los ojos y correr contracorriente, asumiendo cualquier efecto secundario, por dañino que sea. Además, las buenas chispas oníricas y algunos contorneos de una cámara caprichosamente surrealista acaban de hacer las delicias de cualquier nostálgico de ese gran cine que en sus buenos tiempos nos regalo il maestro Federico Fellini, por ejemplo. Atención especial merece la banda sonora a cargo de Fabio Barovero, cofundador del sui generis grupo piamontés Mau Mau, quien, junto al napolitano Louis Siciliano, echa mano del mismísimo Roy Paci y su Banda Ionica y de la joven formación Negramaro, procedente de Lecce, para poner buen sonido y mucho color a esta gran película. // María José López Vilalta, ‘La Morocha’