Jordi Savall
Jordi Savall
Festival Internacional Pau Casals
El Vendrell, Auditori Pau Casals
25 de agosto de 2007
Hubo una vez, en el Medievo, un lugar llamado Mediterráneo poblado por muchas culturas en total armonía. La mutua influencia musical del Oriente y el Occidente así lo prueba, igual que la evolución de sus instrumentos: del ûd árabe descendería toda la gama de laúdes y primos arcaicos de la guitarra; el pandero egipcio, con miles de años de antigüedad, se ha heredado tal cual con mínimas variaciones formales; del santur de los persas provendrá la familia de los salterios y posteriores clavicémbalos, abuelos “modernos” del piano; del saz iraní derivará la estilizada moresca, citada en algunas de las cántigas de Alfonso X El Sabio… Pero, ay, ¡cuán lejos quedan hoy esos tiempos de paz! En una época de continuos conflictos donde se mezcla lo político, lo económico, lo religioso y lo racial (pero particularmente lo primero), Jordi Savall ha visto necesario reflejar con este proyecto la posibilidad de compartir un mismo escenario con músicos de toda la costa mediterránea, recuperando parte del repertorio medieval que aún resta casi inédito y que en algunas regiones sólo se conserva por tradición oral. Relegadas al desconocimiento y la indiferencia, muchas de estas piezas tienen aquí el valor añadido de aunar lenguajes diversos, ya sea tonal o técnicamente. Reducido ahora el cómputo de la banda a tan sólo cuatro integrantes –a diferencia de su estreno en L'Auditori de Barcelona hace unos meses, acompañado entonces por Montserrat Figueras, Arianna Savall, Yair Dalal, Ustad Mahwash, Begoña Olavide y Prabhu Edouard), el programa sufrió ligeros cambios para adaptarse a las especialidades de cada músico. Jordi Savall, por ejemplo, aparcó para la ocasión sus consabidas violas de gamba para ofrecer una lección magistral de ancestros: el rebeco, el rebab y la viella, de sonido más seco y grave y cuyas limitaciones melódicas se suplían con el contraste de los demás instrumentos. Si bien Savall actuaba en calidad de maestro de ceremonias y conductor, la verdad es que sus compañeros tuvieron sus destacados momentos para el lucimiento solista: Savall en Alba, un tema andalusí que abrió velada y viaje por el cancionero bereber, sefardí, otomano, cristiano y judío; Dimitri Psonis –conocido por sus colaboraciones con Maria del Mar Bonet y Javier Paxariño– brilló al timón del santur y en una joyita titulada Lamento di Tristano que haría las delicias del tándem Page-Plant; Driss El Maloumi asombró a propios y extraños con su perfectísima ejecución con la mano izquierda en su personal Diálogo de los dedos; Pedro Estevan –integrante de Hespèrion XXI, Paul Winter Consort y Orquesta Barroca de Sevilla, entre otras– presumió también en Las estrellas de los cielos y Rotundellos. El broche final antes del bis fue un mano a mano entre los cuatro con el Saltarello que popularizó Dead Can Dance. Un poco perdida por el camino la frescura de “la primera vez” –no en vano, Savall es un creativo prolífico, cuya media productiva es de seis discos por año y giras de 140 conciertos seguidos–, la velada se resintió esta vez de un ritmo algo cansino y una duración excesiva de algunas piezas. Quizá pudo más la urgencia de la paz que la comodidad del público, aunque el abajo firmante sea del parecer que al oyente hay que incomodarle para urgirle a la reflexión. De lo contrario surge la sordera del aburguesado y la intolerancia del talibán. // Iván Sánchez Moreno