Muzsikás & Roel Dieltiens
Muzsikás & Roel Dieltiens
Festival Internacional Pau Casals
El Vendrell, Auditori Pau Casals
23 de agosto de 2007
Mientras que Italia y Austria se llevan todos los laureles de la ópera y la música clásica, Hungría presume de una de las canteras más enriquecedoras, y a la vez más olvidadas, de la etnomusicología occidental. Más allá de Liszt, la lista se complementa con autores del prestigio de Kodály, Ligeti, Kurtág y Bartók, entre otros. Y no obstante, la influencia de la música balcánica ha quedado siempre un tanto ensombrecida por su reivindicativo talante antiacademicista (o quizá por la negativa de puristas y demás huestes del conservadurismo por incluir las músicas “de raíz” en los auditorios de cámara). Hace ya treinta años que el grupo Muzsikás explora y exprime el legado que Bartók y Kodály recogieron en sus continuos viajes por los Cárpatos. Ambos compositores compilaron miles de canciones populares y grabaron otros tantos cientos en arcaicos discos de cera, antes de que el inexorable paso del tiempo y la futura invasión de la cultura anglosajona barriera para siempre esta procelosa herencia musical. En sus programas, Muzsikás recrea parte de esas transcripciones para cuarteto de cuerda –violines, viola y contrabajo, con esporádicas incursiones de instrumentos autóctonos como la balalaika, las flautas de caña y el gardon, como primo lejano del violonchelo que se toca percutiendo sobre las cuerdas al estilo que adoptara Tony Levin para el bajo eléctrico–. Ofreciendo un repertorio que mezcla las músicas húngara, turca, búlgara, árabe, eslovaca, rutena, croata, serbia, rumana y ucraniana, Muzsikás suele engrosar su formación con el acompañamiento vocal de Márta Sebestyén (famosa por su colaboración en la banda sonora de El paciente inglés de Anthony Minghella, 1996) y de una alumna aventajada de ésta, Mária Petrás. Con ella en escena recuperaron algunas viejas danzas de las regiones balcánicas –Kalotszeg, Gyimes, Békás, Moldavia…– y presentaron una “inédita” de Bartók a partir de unas melodías casi improvisadas que Peter Éri interpretó con una tosca flauta de más de un metro de largo y propia de los pastores de la zona. Si bien la de Muzsikás es una música que pasa de la tristeza a la más absoluta alegría con suma facilidad –y al respecto contribuye mucho la vitalidad y la entrega de los dos violinistas, Mihaly Sipos y Láslò Porteleki–, la participación del belga Roel Dieltiens no fue menos. Él solo contribuyó al evento con la rematadamente compleja Sonata para chelo, op. 8 de Kódaly, una pieza para virtuosos plagada de requiebros y matices claroscuros, toda una aventura de riesgo no siempre bien tolerada entre forofos de Bach y fans de Casals. Kódaly estrujó aquí todas y cada una de las posibilidades del instrumento para sintetizar varios temas prestados del folclore popular. Dieltiens pudo darle rienda suelta a toda una gama de expresividad, con pasajes que requerían de una velocidad endiablada seguidos de otros de una extremada agresividad de contrastes. El segundo movimiento, por ejemplo, es un ejercicio de violenta contención que arranca en la rabia y acaba en el orgullo, mientras el tercero incluye asimismo efectos percusivos sobre el violonchelo. Intercalando breves cortinillas del grupo para mostrar algunos detalles en los que se basara el autor, Dieltiens ofreció una de las más exquisitas y complicadas obras que existen para violonchelo solo. En el bis final se unieron los seis en una última danza, antes de cerrar la velada con una oración a capella dedicada al atardecer. Da igual que la música incite a que los pies bailen solos o a compungir con su extremada seriedad y dureza, si lo que toca es el corazón. Y el nuestro duele de gusto. // Iván Sánchez Moreno