Hector Zazou

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Hector ZazouHector Zazou

“Corps Electriques”

Signature / Radio France, 2008

Presumir de padre diplomático es toda una suerte si tu sueño es ser músico; los constantes viajes de la familia le permiten a uno absorber muchas culturas e influencias del mundo. Sin duda, esa ventaja le hizo al guitarrista Lone Kent ganarse la confianza de Hector Zazou, poeta francés del sonido, la atmósfera y el matiz. Proyecto éste compartido al alimón con la preciosa voz de cristal de Katie Jane Garside –bregada en varias bandas de punk antes de recalar aquí–, el percusionista Bill Rieflin –a quien conociera por sus sesiones en el disco Strong Currents (Materiali Sonori, 2003)– y la trompeta de Nils Petter Molvaer –cercana al jazz de aura sedosa de Jon Hassell–, Zazou aparca sus escarceos étnicos de anteriores productos –como sus incursiones por las músicas escandinavas en Chanson de mers froides (Sony, 1994) con colaboraciones de grupos de world-music como Värttina o el cuarteto Balanescu, aires africanos junto a Bony Bikaye y bandas sonoras imaginarias para la Juana de Arco de Dreyer que presentó en el último Festival LEM de Barcelona– y sobrevuela el ambient y el trip hop en este encargo para el Festival Présences Electronique del año pasado. Formado en las filas de Brian Eno, Peter Gabriel, David Sylvian, Ryuichi Sakamoto o Laurie Anderson, entre otros, Zazou se ha ganado un prestigio intachable en el círculo de la avantgarde modernilla, siendo solicitado por artistas tan dispares como Lisa Gerrard, Asia Argento, John Cale o la intocable Björk. Entre coros gospel, chilliditos de éxtasis de Kati Jane y guitarrazos nerviosos, Zazou teje sus telares electrónicos en ejercicios semiimprovisados e hipnóticos. Si la vida es una gran fábrica de sueños (y pesadillas), el mundo es, para Zazou, un campo de pruebas donde experimentar con el sonido. Con los años, Zazou ha ido “despoblando” cada vez más la música, partiendo de ritmos exóticos hasta concentrar esa vibración sonora en el propio cuerpo del oyente, en hacer carne misma de su sensualidad. La música ya no delimita un lugar que habitar mientras ésta dure, sino un estado que nos posee, como muestran las fotos de Michael Batory que ilustran portada y contraportada: el eco ha suplantado el ego, el pulso cardíaco es el crepitar de la aguja sobre un viejo vinilo. // Iván Sánchez Moreno