Gilberto Gil / Veranos de la Villa

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Veranos de la Villa

Escenario Puerta del Ángel, Madrid
26 de julio de 2009

El ex ministro de Cultura brasileño hizo gala de su carácter esponjiforme en un generoso recital compuesto de veintidós tallas de orfebrería musical. Es Gilberto Gil, un icono sonoro de ese trozo del gigante sudamericano en el que la música se respira por todos los poros y esquinas. Su inquieta forma de encarar el pentagrama le hizo flirtear en su juventud con la punta de lanza del Tropicalismo, aquella generación de músicos que fundía experimentación, pop y tradición en un arrebato inconformista. De esa guisa deconstruyeron las anquilosadas formas y dieron nuevo hálito a las siguientes generaciones. Sus colaboraciones con Os Mutantes, grupo reverenciado por popes como Beck o David Byrne, prendieron la mecha de una carrera musical poliédrica, en la que se dejó contaminar por toda suerte de estilos. Y ese variado abanico estilístico es lo que salió a relucir en la ardorosa – por la temperatura ambiental – noche madrileña. 

El maestro de rastas ya canas, y amigo de los zapateados a lo Fred Astaire, se encuentra ágil a sus más de sesenta primaveras. En su cuaderno de bitácora abundan palos tan diversos como el samba, el candombé, o el rock, sin olvidar el reggae por el que siente una absoluta debilidad. Y a todos estos géneros mira con respeto aunque sin ojos de fundamentalista. Escudado por otras dos guitarras, amén de la suya, además de por un batería, un puntual teclado y algún que otro pandero, gozó de la connivencia de un público, que sin mostrarse tan exaltado como en otras veladas, caso de la de Youssou N´Dour, si que contó con el beneplácito de la parroquia brasilera en Madrid.  

Como debía ser abrió con sonoridades afro-bahianas. Ahí estaban Filho de Gandhi, Opochoro o Parabolicamara, muestrarios impolutos de la añeja tradición costera. De ahí saltó a Argentina para interpretar a golpe de tango Cambalache, la pieza señera de Discépolo. Aquí las sonoridades criollas se doblegaban a la armonía brasilera en un curioso crossover. Cruzó el charco a los callejones galos con La reinassance, pieza grabada hace un par de años, y que sirve de celebración de la herencia africana en Brasil. No se echaban en falta vientos ni una mayor presencia de los teclados, las guitarras creaban el entramado perfecto para el sugestivo menú sin necesidad de más aditamentos. El formato sonaba lúcido y contundente, tamizado por algunos breves guiños al rock. Super homen no estaba dedicada a Superman, sino al internacional Pedro Almodóvar. Recordó como fue urdida una noche junto a Caetano Veloso, y rememoró ese momento mágico en que “la tierra gira al revés para rescatar a la amada perdida”. Gil no dudaba de tirar de castellano a la hora de hacer las presentaciones de rigor. Así nos lo hizo saber en Chiclete com banana, lubricada de samba break, o  Felicidade depois, vestida de galas funk. Con estas rindió pleitesía al samba, el género que crearon los esclavos africanos en las playas del nuevo continente. También tuvo tiempo para revisar temas como Expresso 2222 o Ven moreno.  

No podía faltar el reggae, así que revisitó Positive Vibration de su amado Bob Marley. También atacó el género jamaicano desde el prisma local en Vamos fugir. Y ya al final de todo pisó el acelerador con Toda menina y su crochet de macizo groove directo a los pies. En toda la velada penas hubo momentos de quietud, como en Aquí e agora, pues Gilberto buscaba la empatía con el público. Y vaya que si lo consiguió, sin necesidad de trucos escénicos ni efectismos. A pecho descubierto y con la sabiduría que dan los años. // Miguel Ángel Sánchez Gárate