Con esa voz pizpireta y casi de juguete con la que Babel Ruiz se desmarca del pelotón de divas, nos ofrece la continuación de Vuelvo a África, un disco en el que sentaba los cimientos de un estilo peculiar, a medio camino entre el jazz, el flamenco, la copla, el blues, y todo lo que regurgite sentimientos desde las honduras de las entrañas. Numberland incide en el tono agridulce y crítico con el que se presentaba en sociedad. Es fácil atisbar en ese timbre trémulo y quebradizo cierto parentesco con Albert Plá, en lo que podría ser su alter ego femenino, tanto en estilo como en forma narrativa, con las historias que pone sobre el atril: de hecho Adelita cabríaperfectamente en el cancionero del desarrapado outsider de Sabadell, como una posible segunda parte de Joaquín el necio, aquella historia de amores donde la carne arrastra implacablemente a la infidelidad, y también a la pasión descarnada e inconsciente. De hecho Numberland está dedicado a «todos los hombres y mujeres buenos que viven con los ojos abiertos y el corazón implicado». Dividido en tres claros bloques, en los que se incluyen canciones de temática comparable: «para los amores verdaderos», «para los amores tóxicos» y «para los que no aman», Numberland podría pasar por un disco conceptual con relatos que se suceden con cierto nexo común. La primera pieza que da título al disco cabalga vivaz y con animado swing gracias al trabajo impecable de la base rítmica que impone la batería de Noah Shave y el contrabajo de Héctor Rojo, así como el crucial trombón de Norman Hogue, músico habitual en las jam- sessions del Junco madrileño y colaborador en incontables proyectos como Los Hombres del K.O., Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat o las orquestas de Cheo Feliciano, Celia Cruz o Tito Puente. Aquí la garganta de Babel se despliega generosa, tibia y sin caer en la fragilidad con la que imposta Bolero pa ti, donde se abren sus esencias más flamencas y se respira cierta atmósfera noctívaga, amén de los traviesos scats que prodigan sus cuerdas vocales. Adelita da paso al segundo bloque de venenosos sentires, y camina entre tímida y atrevida, con un protagonismo musical del piano de Diego Ebbeler y el contrabajo deRojo, junto a las excelentes ráfagas puntuales de Hogues.
Bolero disfrazado vuelve al recato y a los dilemas del cuore. La letra de Tengo un corazón pintado remite en cierta forma a aquel Corazón de tiza de Radio Futura, aunque mas bien habla de un amante bandido con las aortas algo duras de roer y unos ademanes de hombre fatal. La canción de Lelé adquiere un tono sensual y atrevido donde la osadía se zafa del recato. Ya en la recta final de los que niegan a Cupido encontramos el vespertino y austero en lo que se refiere a arreglos Cuentan, una historia en clave de balada, donde el protagonista se viste en las pieles de un gigoló de baja catadura moral, que se aprovecha a troche y moche sin caer en el strip-tease moralino. Mientras en Sociópata blues, con un tempo inciso y rebosante de optimismo abdica del universo material en pos de algo más vaporoso y regozijante como son los aguijones del día a día. Esos que se clavan en cosas tan sencillas como un hola, una conversación a pie de portal, un guiño de ojos, compartir confindencias ante un café o una cerveza, o recibir a bote pronto una caricia o una sonrisa; o sea, la simplicidad de vivir sin someterse a los designios del «poderoso caballero don dinero». Babel Ruiz vuelve a enhebrar con puntería la aguja y con sus pespuntes de jazz repara los descosidos y «sietes» interiores a base de mucha fruición, emoción y entrega. + Info l Relacionados l Miguel Ángel Sánchez Gárate