Ute Lemper
15º Festival Mil·lenni
Palau de la Música, Barcelona. 7 de febrero de 2014
Más allá de sus encomiables labores en la recuperación del cabaret clásico de la República de Weimar (Weill, Eisler, Hollaender, Spoliansky), una de las facetas más sobresalientes en la obra de Ute Lemper es su arriesgada apuesta por peotas poco frecuentados musicalmente, como ya hiciera con Paul Celan, Charles Bukowski o Arthur Rimbaud. Ahora es el turno de Pablo Neruda desde una orientación claramente inspirada por Astor Piazzolla, a quien ya revisó a su manera en varios cortes de But one day… (2002, Decca). Compuesta en comandita con Marcelo Nisinman, la docena de canciones sobre versos del chileno insiste en el género del tango tan estimado por Lemper desde el citado disco. Pero aunque se agradece profundamente la valentía de la propuesta, no se aplaude tanto el resultado, lo que quedó patente en la puesta en escena del proyecto en el 15º Festival Mil·leni de Barcelona.
Envuelta con un frío manto de humo azulado –cuyo único contraste lo sugería el vestido rojo de la alemana–, Ute Lemper se acompañó para la ocasión con una banda de músicos provenientes de varios rincones del planeta: Buenos Aires, París, Nueva York, Berlín. Cabe advertir que la generosa y bella exhibición de arreglos musicales ocupa en sus últimos conciertos cada vez más espacio, lastrando (¿quizá sin querer?) de mayor frialdad cada nueva visita a la ciudad condal. Al respecto, Ute confunde a menudo la elegancia con la pasión, y bien es verdad que al premio Nobel le casa mal el histrionismo de la de Münster –sí, continúa gratamente gimiendo como una gata en celo, como sólo ella sabe hacerlo–.
Al no poder apoyarse en el verdadero significado de las palabras que canta al atreverse con el castellano, Ute llega a agotar con su repertorio de gestos expresivos algo azarosos e impostados. No en vano, el dominio del idioma es fundamental para cualquier intérprete, algo que bien conoce la Lemper de sus tiempos como vocalista de ópera y music-hall y como actriz de cine y teatro. En efecto, su esforzado castellano salpicado de acentos afrancesados apenas favorece la comprensión, perdiéndose en su proyección la importancia de las inflexiones, los énfasis cromáticos, la prosodia, etc. En comparación, ¡qué bien lo entendió la griega Angélique Ionatos en su aclamado Eros y muerte (2007, Naïve), dotando de un aire fúnebre las composiciones del poeta chileno! En cambio, Ute brilló más al cantar en inglés y francés, idiomas que defiende tan bien como su alemán natal. Si bien se servía del primero para las canciones de estilo jazz y blues –como Siempre, The Saddest Poem (“Puedo escribir los versos más tristes esta noche…”) o If You Forget Me, remendando también a Erik Satie–, no se olvidaba de su deuda con la chanson en piezas como La nuit dans l’ile o Ausencia –demasiado parecida al Ne me quitte pas de Brel/Piaf–. Excepcionalmente, El Sueño se movía por parajes arábigos, a pesar de que Piazzolla presumía de ser el principal referente del repertorio recién estrenado. Eso sí, también le hizo un guiño a Billie Holiday emulándola con un solo de trompeta a capella que se antojó más largo que emotivo.
En resumen, The love poems of Pablo Neruda convencería de fondo en un bar de copas, pero aburre en una sala de conciertos que obligue a una escucha atencional. El alto número de deserciones en el ecuador del concierto fue un reflejo del escaso interés que despertó en el público. Pero tampoco el formato acústico –violín, piano, contrabajo, bandoneón, guitarra y percusión– ayudó a avivar el fuego que Neruda requiere, que sólo repuntaba en el crescendo que partía por la mitad cada una de las canciones. Para ser canciones de temática amorosa, las de Lemper podían pasar por nanas si no atendiéramos a sus letras.
No todo iba a ser negativo aquella noche. Por suerte, la cosa se animó ligeramente en los bises, una suite encadenada de estándares cabareteros que barajaba a Lili Marleen con Mack The Knife, Alabama Song y All That’s Jazz al modo de Broadway. Ahí, la Lemper ya se transformó en el animal escénico que puede llegar a ser. Su medio natural es éste, claro, por más que explore/explote otros terrenos que le son ajenos. Pero tras una hora y cuarto de acercamientos incoherentes al universo de Neruda, su apuesta segura sonó desinflada, embellecida sin alma, más preocupada por agradar a las abuelas con permanente que por retrotraernos a una época en que escuchar cabaret era ante todo una actitud frente a la vida, y no una pose para lucir peinado. +Info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno