Toumani Diabaté

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Toumani DiabatéToumani Diabaté’s Symmetric Orchestra 
Madrid, Caracol 
17 de mayo de 2007

La verdad es que los aficionados a la música africana en Madrid no nos podemos quejar. En los últimos meses, programaciones como las del festival Ellas Crean (con la presencia de Sally Nyolo, Oumou Sangare, Julia Sarr y Mamani Keita), recitales más recientes como los del legendario Mory Kanté o La Noche del Tam Tam, a cargo del bailarín senegalés Alboury Dabo y el percusionista guineano Kissima Diabaté, han contribuido a esta súbita profusión. Toumani Diabaté, el gran genio de la kora, nos visitaba por segunda vez en apenas un año. Hay que recordar el efervescente concierto que ofreció el músico malí en el Teatro Albéniz el 5 de mayo del año pasado: allí contó con un público entregado que se arrancó de las butacas en la recta final del festín. En esta ocasión el escenario de la sala Caracol no iba a ofrecer impedimentos para el desfogue de unos acólitos sin barreras escénicas y con una reducida presencia de público africano. El combo malí de nuevo reincidió en el repertorio contenido en su álbum Boulevard de l’Independance (World Circuit / Nuevos Medios, 2006). Con una formación en la que se llegaban a contar hasta catorce integrantes, la noche fue un auténtico jolgorio con un sonido brillante y demoledor. El lleno absoluto y las ganas de disfrutar contribuyeron en buena medida a tal fin. Habría que reverenciar las increíbles batidas percusivas del djembé del marfileño Aboubacar Diabaté: sus dedos tañían como una metralleta en pleno resuello con el cuero del tambor. Y también rendirse al evocador arte del virtuoso mauritano Banda Tounkara, una suerte de Jimmy Page del desierto que con su vestido azul de tuareg hizo nuestras delicicias con el doble n’goni, el primitivo laúd mande que no podía faltar en esta cita. Su acústica cristalina nos retrotraía a las diáfanas arenas del Sahara. Además, convendría ensalzar las dotes vocales de Ismaila Kanouté o Moussa Diabaté, dos de los cuatro vocalistas que aderezaron con su ancestral estilo mandinga las composiciones de la orquesta. Tras varias canciones con una enjundia y un poderío fuera de serie, como Mali Sadio o la impresionante Toumani (con un intrincado y virtuoso duelo instrumental en formato de llamada-respuesta entre el balafon del guineano Fodé Lassana Diabaté y el jefe de la orquesta), Toumani Diabaté explicó al micrófono que su abultada formación no era más que una reconstrucción cultural de lo que fue el Imperio Mandinga, aquel inmenso territorio en el oeste africano que aglutinaba los actuales Mali, Guinea Conakry, Burkina Faso, Níger, Senegal, Mauritania e incluso Costa de Marfil, y que tuvo su máximo apogeo entre los siglos XIV y XVI. De hecho, las filas de esta orquesta simétrica se cierran en torno a músicos de casi todos los países que conformaban el antiguo y vasto imperio pergeñado por el rey Soundiata Keïta. El gran protagonista de la noche apuntó que su música no era más que una mezcla de las sonoridades tradicionales con las modernas y que para él no existía otro lenguaje que fuera tan universal como la música. En un momento de la velada los senegaleses Pape N’Diaye (del grupo Djambutu Thiossane) y Cheikh Dalifort subieron al escenario para causar la admiración del respetable con sus espectaculares bailoteos. De paso evocaron el linaje griot de Toumani Diabaté con sus cánticos de alabanza. Cuando Pape N’Diaye se unió a los tambores sabar de Mohamed Coulibaly, el excelso Toumani Diabaté se levantó con regocijo ayudado de su muleta –hay que recordar que sufre una parálisis producto de una poliomielitis– y disfrutó de lo lindo con las andanadas de la pareja de senegaleses, señalando una y otra vez con un gesto de reconocimiento el set de tambores. La figura de Ali Farka Touré también tuvo su hueco en la memoria del hijo del célebre y revolucionario músico Sidiki Diabaté. Pasado ya el ecuador del concierto, Toumani Diabaté aprovechó para impartir una lección magistral en solitario. Eligió Diarabi, una canción de amor que grabó hace más de dos décadas junto a Ketama en el disco Shongai. Así explicó que “la abuela de la guitarra” se toca con los dedos índices y pulgares de ambas manos. Añadió que mientras una mano construye la base rítmica del bajo, la otra ejecuta la melodía. Luego se lanzó a una sentida improvisación que sembró el silencio entre el alborozado público. Fue espectacular contemplar en este clinic a todos los músicos arremolinados a su alrededor, escoltando atónitos al maestro, y con una sonrisa cómplice de admiración. La velada acabó de forma frugal con la presentación de los integrantes de la orquesta y sus solos de rigor. Sin duda, fue una noche mágica y plena de embrujo y adrenalina que sirvió para teletransportarnos a las orillas del río Níger, ese territorio indómito donde un día brilló el legendario emplazamiento de Toumbuctú. // Miguel Ángel Sánchez Gárate