Tori Amos | Night of Hunters
Tori Amos “Night of Hunters”
Deutsche Grammophon, 2011
Durante unos cuantos años, a Tori Amos se la comparaba con Kate Bush hasta que ambas perdieron el norte, en lo musical y personal; desde entonces, la carrera de la primera se escurrió por cuadros tan ñoños que parecía más bien una émula de Enya. Algo de eso se quedó por el camino, ahora felizmente asentada en un caserón irlandés y firmando con un sello clásico –Deutsche Grammophon– que, de un tiempo a esta parte, se empecina en agrandar (¿aún más?) su público contratando artistas algo ubicuos como Sting, Elvis Costello o Matthew Herbert. La estética del disco puede también llevar a engaño, mostrándonos a una Tori encantada de conocerse, posando en estampas bucólicas y de ensueño, y marcando figura en unos vestiditos super trendy. Pero no, aunque el equipo de estilistas –que desgraciadamente ya no cuenta con los servicios de Cindy Palmano– pueda parecer el único reclamo de un disco que a priori se antojaba insípido –¿otro álbum de covers, desde aquel decepcionante Strange Little Girls (Wea, 2001)?–, la intención es bien distinta.
Night of Hunters viene a saldar una cuenta pendiente con su formación académica en conservatorio, recreando el repertorio de Granados, Bach, Debussy, Chopin, Satie, Schumann, Schubert, Mussorgsky, Mendelssohn y Scarlatti. Cierto es que a la técnica de Tori le pega bien el impresionismo francés y, por descontado, los románticos germánicos, pero se echa un poco de menos que no se haya atrevido con eslavos como Stravinsky, Prokofiev o Bartók, cuyo recurso del ritmo nos hubiera devuelto la Tori enrabietada de sus inicios. Sin embargo, Night of Hunters casi resulta una continuación lógica de Boys For Pele (Wea, 1996), un trabajo que descolocó a muchos fans por la crudeza de su sonido, sus arreglos desnudos y el barroquismo formal de sus canciones, muy breves la mayoría, con profusión de piezas instrumentales. Sin duda fue una arriesgada toma de conciencia, de la que luego, con el irregular From the Choirgirl Hotel (Wea, 1998), quiso Tori enderezar lo que para algunos fue una afrenta contra la rebeldía de Little Earthquakes (1992) y Under The Pink (1994), ambos publicados por Wea. A partir de ahí, todo sea dicho, Tori se volvió autocomplaciente y cayó en un divismo algo tóxico, dando rienda suelta a una grandilocuencia que, contra todo pronóstico, queda aquí muy tamizada.
En efecto, recuperamos a la Tori pianística de antaño, muy segura de sus aptitudes técnicas, sin forzar la voz hasta el histrionismo y, por el contrario, jugueteando con los susurros y el dramatismo teatral. De hecho, las catorce pistas del disco están planteadas como un largo cuento de hadas y de poso ecologista en el que ocasionalmente canta a dúo con su hija Natashya Hawley –encarnando ésta a un espíritu del bosque disfrazado de ganso y zorro–. Lejos de las inteligentes parodias de Dudley Moore al piano, las versiones de Tori son verdaderas metamorfosis, haciendo enteramente suyas las piezas ajenas. Esa habilidad para fagocitar lenguajes es, en su caso, su particular marca de identidad. Lo pone de manifiesto Edge of the moon, basada en una irreconocible Siciliana, sonata de Bach para flauta cuyo clímax final recuerda a los mejores trabajos de David Palmer para los Jethro Tull antes de ponerse tetas.
Si hay que ser justos con aquella tremenda pelirroja que nos enamoró en sus mejores momentos era en parte por el colchón orquestal de John Philip Shenale. En cortes como Star Whisperer, Shattering Sea, Nautical Twilight, Seven Sisters o Fearlessness asoma la retorcida imaginación ambiental de las cuerdas, un plañidero clarinete y los aires tétricos del piano, mientras que otros como Job’s Coffin’ son la licencia a ese otro público más pop –que debe estar aún añorando los días en que la intérprete aporreaba el teclado mientras se frotaba picaruela con el borde de la banqueta–. | www.toriamos.com | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno