Roger Mas & La Cobla Sant Jordi
“Roger Mas i la Cobla Sant Jordi Ciutat de Barcelona”
Sant Jordi Produccions, 2012
Grabado a finales del año pasado en Solsona, el disco contiene 18 relecturas de Roger Mas en clave de cobla, tanto del cancionero propio como ajeno. A la casa d’enlloc (Satélite K, 2010) ya incluía la pieza que sería el germen de esta nuevo trabajo (El dolor de la bellesa), pero tanto en Mística Domèstica (K Indústria, 2005) como en Les cançons tel·lúriques (K Indústria, 2008) introducía la sonoridad de la tenora en no pocos temas. Aquí cuenta, además, con la participación del Brossa Quartet de Corda y de la omnipresente intervención del fiel Xavier Guitó al piano y los arreglos. La de la Cobla Sant Jordi no es tampoco una elección caprichosa, pues han sido cómplices de proyectos similares como el recientemente publicado por Pascal Comelade (Discmedi, 2011) y su acercamiento al jazz junto a Amargós & Vidal (Columna Música, 2009).
Aunque el resultado sea en cada caso un tanto desigual, cabe advertir que la música, en disco, permite apreciar mejor los detalles que en directo pasan desapercibidos o incluso parecen estorbar a la voz. Al respecto, la posibilidad de pulir el sonido y equilibrar mejor el volumen de la instrumentación es crucial para valorar el sentido transcripcional de los cambios. En el disco que nos ocupa, los aportes de la cobla se reducen en ocasiones a puntuar y acentuar algunas frases, o la repetición de un estribillo. O, como en el caso de Negra Sombra, dota de nuevos timbres a una melodía conocida, cuando no adquiere la textura de una big band de vientos como en los viejos vinilos de soul. La Cobla Sant Jordi, sin embargo, sólo cobra un absoluto protagonismo en los cortes más sardanísticos –El rei dels núvols, El testament d’Amèlia, Muixeranga y el final de Haika Mutil–, sirviendo éstos como telones que dividen el disco en tres partes claramente diferenciadas.
El primer tercio lo ocupan los aires medievalizantes que remiten al rock sinfónico y el folk de los años `70. De L’home i l’elefant en adelante, la psicodelia y la doble caña se dan la mano junto al tenebrismo del que tanto gusta a Nick Cave. Por ende, la voz de Roger Mas la va como anillo al dedo a dramones clásicos como El testament d’Amèlia, historia con depresiones crónicas que llevan a la muerte y cuernos de suegras con yernos que por supuesto acabarán maldecidos. La Companyia Elèctrica Dharma, los Jethro Tull y los hoy olvidados Gotic (surgidos de la cantera de Zeleste en el pasado siglo) asoman por entre las notas de Emboscat, Caminant o Michela. Herederas de las arriesgadas sendas surcadas en Les cançons tel·lúriques, las piezas citadas presentan el lado más experimental y personal de todo el disco.
El segundo bloque, en cambio, ofrece una buena muestra de aquellas formas épicas tan aplaudidas de la Nova Cançó de las que LLuis LLach fue todo un maestro. No obstante se cuelan otros referentes como Nino Rota o Ennio Morricone en El vals de La Ginesta o El dolor de la bellesa. Tras éstas, la media docena de temas que cierra el disco (contando también el pasodoble coblero de la Oda a Francesc Pujols) se adentra en el siempre difícil campo de la balada moderna. Difícil porque lengua y sentimiento suelen ir muy íntimamente ligados, y a menudo el intérprete bienintencionado transmite bien la palabra, pero no conduce la expresión. Ocurre con L’aigle noir, La bien pagá y Haika Mutil, además de una contenida Negra Sombra y un cover del viejo Fabrizio de Andrè (Amore che vieni, amore che vai) con que habría hecho delicias el Mike Patton de Mondo Cane (Ipecac, 2010).
Los amigos Moixic, Perejaume, Oriol Malet y Raül Garrigasait son algunos de los muchos nombres que aparecen en los créditos de la funda, un aspecto material que merece una mayor atención (y al que dedicamos otro texto en esta revista). En efecto, la contribución de Malet en el diseño gráfico es un plus que integra aún más el sentido conceptual de un disco que no se limita a ser una curiosa hibridación estética sin más. Al contrario, no es tan sólo música lo que encierra el disco, sino toda una declaración de principios que, como la escala Fibonacci que se recita en la procesional Muixeranga, no tiene límites. El conjunto es complejo, sin duda. Pero también un síntoma de madurez y de necesidad de transformación, de renovación del ideario y de labrarse un nuevo horizonte, como reivindica en la surrealista letra de El dolor de la bellesa. Sí, alcanzar la Belleza (con la mayúscula con que los románticos marcaban a fuego pasión lo sublime del éxtasis) cuesta, y es tortuoso camino, y es un sueño que ahoga el seny y cabrea la rauxa. Però ens en sortirem, oi? | + info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno