Robert Fripp & The League Of Crafty Guitarists
Robert Fripp & The League Of Crafty Guitarists
Barcelona, Centre Artesà Tradicionàrius
29 de julio, 2009
Aquí, el orden de los sumandos sí varía el resultado. Anteponiendo el nombre de Fripp al de sus alumnos se advierte que su papel no será el de mero mentor a la sombra, sino el portavoz y director del acto – o si acaso la guitarra más libre-, ya que el resto del grupo se mantuvo demasiado pendiente de la coordinación y el armazón de las piezas, restando viveza al conjunto y desluciendo el brillo previsto. Disciplina, le llaman. Pero con tanta intelectual técnica uno se acuerda de un título de Shakespeare: Mucho ruido y pocas nueces.
Satisfecho con sus anteriores actuaciones con los Crafty Guitarists (no hace mucho tocaron en Barcelona con el trío Zum), resulta encomiable que Fripp se haya prestado a participar en una serie de seis conciertos en el renovado auditorio del Tradicionàrius, tras un mes enclaustrado con sus pupilos en una casita de Sant Cugat del Vallès (Barcelona) enseñándoles a afinar la guitarra con su sistema personal. Según parece también han aprendido a engarzar líneas planeadoras –que Fripp denomina “circulaciones”– sobre los soundscapes que improvisa con su guitarra eléctrica.
Escondido tras una barricada de armarios digitales, pedales y cables en un extremo del escenario, el maestro controlaba todas las variaciones que los discípulos hacían fluir con tirantez y más hiératicos que cariátides, con un gesto mínimo que tan sólo adoptaban para una especie de recurrente juego de pelota invisible con el que iban turnando la nota, acompañándola con el impulso del mástil de la guitarra. (Para entendernos: practiquen con una pala de pin-pon y una ola de mar, et voilà).
Los fans de King Crimson quizá se sintieran desencajados, pues la presencia de Fripp fue ante todo discreta. Tras su torre de racks, se limitó a dirigir con la mirada, a interpretar algunas notas mágicas procedentes de sus aparatos –de sus tiempos de dúo con Eno– y a tocar fugazmente las cuerdas en el tramo final del concierto, compartiendo con los demás lo justo, salvo en un bis acústico, más real y natural, y sin los efectos ni la grandilocuencia del resto del evento.
Dejando apenas espacio para la subjetividad, unos 17 guitarristas presentaron un primer bloque enteramente unplugged, repartiéndose posteriormente por la sala para sacar el mayor provecho de la excelente acústica del lugar. Sin embargo, primó más la sensación de ejercicios de calentamiento que el de una especial valoración de la densidad. En el caso de que a Fripp se le de bien el trabajo con los volúmenes y las texturas, en esta actual propuesta destacó más el ritmo y la velocidad, aunque, eso sí, encorsetándose más en lo figurativo y en las estructuras sonoras, y mostrando menos preocupación por los colores, más planos que el encefalograma de un tulipán. De hecho, el único interés de esa breve introducción, de poco más de quince minutos, era mostrar un escaparate de las lecciones aprendidas en el seminario, para mayor gloria del autobombo y el orgullo de amigos y familiares: las susodichas circulaciones de una nota guitarra a guitarra, rasgueos en común, intercambio de sonidos y algún cover como curiosidad, pero poco más. Eso sí, ganas e ilusión no faltaron.
Ese mismo planteamiento a base de clusters, careciendo de la combinatoria contrapuntística, acabó por aburrir tras casi dos horas que se hicieron eternas. Tampoco ayudó mucho la intervención de Fripp en la segunda mitad, superponiendo ecos, efectos y capas eléctricas con quirúrgica precisión y fría voluntad, y dejando que los correligionarios de
Hasta las versiones –el tema principal de Misión Imposible (más cerca del pedestre Peter Gunn de Emerson, Lake & Palmer que del swing de Lalo Schifrin), Hendrix, Beatles, Dylan, Morricone y, cómo no, King Crimson–, estuvieron más ceñidas al cánon que
El concierto rozó el interés en algunas de las composiciones, que sonaron veloces, acústicas y un poquito chirriantes, según los caprichos del guión. En las circulaciones se pudo apreciar claramente el movimiento literal de la música, viéndose cómo las notas iban de un extremo a otro de la fila de guitarristas. En ciertos momentos se emulaba la sonoridad de un arpa, pero cuando se intentaba rizar el rizo tocando más notas de la cuenta el barullo aumentaba, perdiendo un poquito de vista (¿o sería mejor decir de oído?) el orden para ir deslizándose hacia el caos. En los instantes más íntimos la música se mostraba sencilla y elegante, pero en los más energéticos el rasgueo ensuciaba la partitura, cayendo en la reiteración. Como novedad a destacar, el atisbo de alguna sonrisa en el rostro de Fripp mientras parecía mirar por encima del hombro a los allí congregados, sabiendo además que nadie podría hacer ni una foto a causa de la extrema vigilancia organizada en la sala. Y es que la neura de este hombre por el control roza lo kafkiano.
Lo de Fripp, por supuesto, es una cuestión de actitud y no de talento (de eso tiene de sobras). A diferencia de otros teóricos y artistas de la guitarra, las creaciones de Fripp están pensadas para su propio beneficio, siendo su banda un colchón sobre el que bordar bonitos hilados barrocos. En cambio, Leo Brouwer (Paisaje cubano con lluvia) o Steve Reich (Electric Counterpoint) enfocan más su obra hacia el conjunto grupal, confiriendo mayor protagonismo a lo melódico y el azar. Incluso el agresivo ruidismo sinfónico de Glenn Branca y Rhys Chatham parece más abierto a la participación sustantiva. Eso también acabó afectando a la atención del público, tan dependiente del aplauso de cortesía –en ninguna parte escrito– que prefería romper con la religiosa formalidad del acto en cualquier amago de silencio, por improcedente que éste fuera.
En definitiva, una curiosidad circense musical que no pasará de la anécdota. Eso sí, después de haber presenciado su anterior performance el invierno pasado, ésta otra cobra mayor sentido. En aquella ocasión, la reiteración y el abuso en la cantidad hizo que se prescindiera no ya de la calidad (viniendo de Fripp y sus acólitos, eso es impensable), sino de la necesaria aproximación con el público. Pero como Robert Fripp siempre es imprevisible, a lo mejor la próxima vez se anima algo más, y de paso también la audiencia. // Iván Sánchez Moreno y Antonio Álvarez Moreno