Richard Bona | Heritage
Richard Bona
“Heritage”, Qwest Records, 2016
El bajista camerunés es poco amigo de inmovilismos. Hace tiempo que gusta de investigar músicas de latitudes distantes, como ya demostraba en su disco Ten shades of blue, donde se internaba en los vericuetos de la música hindú en el tema Shiva mantra, acompañado del arte de los vocalistas Shankar Mahadevan, Nadini Srikar, Vivek Rajgopalan; la tabla de Satyajit Talwalkar y el sitar de Niladiri Kumar. Hace escasos tres años flirteaba con el duende en su espectáculo Flamenco Project, acompañado de Antonio Rey, Premio Nacional de Guitarra, la cantaora Sandra Carrasco, el cantaor Israel Fernández y el bailaor José Maldonado, entre otros artistas gitanos. El flechazo con la música de raíces cubanas viene de muy atrás. No hay que olvidar que en su canción Te dikalo, de su disco de debút Scenes from my life, ya tiraba de congas y timbales al más puro estilo Tito Puente. Y es que la influencia de la música cubana ha tenido fuerte empuje en el continente africano. Ahí está el buen hacer de la Orchestra Baobab, Africando, Bembeya Jazz y muchas otras formaciones legendarias que en su cuaderno de bitácora han tenido bien presente estas sonoridades. Sin tener que desplazarse hasta la isla caribeña, Richard Bona ha optado esta vez por recluirse en sus estudios parisinos Bonayuma, donde además de reflejar sus virtudes como hombre-orquesta (voces, bajo, guitarras, sitar eléctrico, teclados y percusiones) se ha rodeado de excelentes escuderos como Osmany Paredes (piano), Luisito y Roberto Quintero (percusiones), Rey Alejandre (trombón) y Dennis Hernández (trompeta). Si Aka lingala te es una introducción acapella con esas fragancias arrasadoras que desprenden las dulces cuerdas vocales del artista de Minta, Bilongo entra a matar con ese tumbao propio de clásicos como Moliendo café, donde se manifiesta en todo su esplendor el oleaje cubano entre la sensual voz de Bona y los genuinos arreglos de vientos y percusión. Matanga vira a terrenos más melancólicos, como los de Eyala, M´bemba mama o Suninga, provocando un estado de nostalgia como pocos músicos saben hacerlo. Jokoh jokoh vuelve a terreno más soleado y pletórico con tintes de salsa y slap juguetón al bajo, convirtiéndose en uno de los números más bailables del álbum. Cubaneando destila también efervescencia, con un espíritu muy orquestal, que remite a las pistas de baile del Hotel Cohiba o el Havana Club. Essèwè ya Monique hermana las esencias camerunesas del assiko bassa con las sinuosas líneas del jazz de fusión. Santa Clara con montuno suena como si estuviera tocada con la enjundia propia de Africando, una de las mejores orquestas senegalesas de salsa, con una alegría y desparpajo inusuales. Ngul mekon gira a sus registros acapella, donde las voces superpuestas de Bona sin ningún tipo de acompañamiento musical, crean ese entramado mágico que cautivaba en temas como Invocation, de su disco Reverence. En Muntula moto retoma el pulso al genuino e inconfundible sello que le hizo célebre en un medio tiempo con el ADN bien reconocible. Eva comienza con una guitarra acústica y se convierte en otra hechizante balada marca de la casa con alguna que otra pirotecnia puntual del bajo. Kivu vuelve de nuevo a los aires cubanos con exquisitos arreglos y un tempo lento e ideal para bailar pegados, como diría Sergio Dalma. Cierra este trabajo Kwa singa, un exiguo divertimento entre vocal e instrumental con scats y un carácter totalmente lúdico, que pone broche a un disco al que hay que sacarle el jugo como un mango maduro. Es decir, poco a poco y sin prisas. Saboreándolo. + info I relacionados I Miguel Ángel Sánchez Gárate