Oumou Sangare

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Oumou SangareOumou Sangare
Festival Pirineos Sur
Lanuza, Auditorio Natural
28 de julio de 2007

He de reconocer que no las tenía todas conmigo la noche del sábado. Aunque sigo con devoción la obra discográfica de Oumou Sangare desde que una amiga me prestó una de sus primeras casetes para el mercado de su país (embrión de aquel trepidante debut que fue Moussolou, World Circuit, 1991), sus conciertos (y la he visto en cuatro ocasiones, por lo menos) siempre me dejaron sensación de desnivel, de desequilibrio, como si la malí no fuera capaz de canalizar sobre el escenario la fuerza y la calidad que mostraban sus registros en estudio. Además, tras un día espléndido, el viento empezó a soplar de repente en Formigal. Y arrugué el hocico. Pero llegamos a Lanuza y la luna llena apareció radiante detrás de las montañas. Y Oumou Sangare, contagiada como todos por aquella luz que nos iluminaba, apareció hermosa, vestida también de blanco, para entonar los primeros versos de Kayini wura y hacer que mis temores desaparecieran de golpe. ¡Tremendo concierto, familia! Simpática, risueña, afable, entusiasmada, danzarina… Nada que ver con lo que yo recordaba. Salvo el férreo control que sigue ejerciendo sobre sus músicos (nadie mueve un pie sin su permiso). Y su voz, claro, esa voz que conserva intacta, esa voz que impacta, encandila y deslumbra, esa voz que, con todo merecimiento, le ha merecido el apelativo de “El ruiseñor del Wassoulou”. Toumani Diabaté, nada más llegar al lugar de los hechos y antes de su concierto, salió al escenario para besarla en señal de reconocimiento. Y creo que todos habríamos querido hacer lo mismo para agradecerle a ella y a sus músicos lo que nos ofrecieron. Porque nos hicieron bailar con el ritmo insistente de Yala o nos dejaron anonadados con la sutileza de Djorolen en un recital que se nos pasó volando, casi como si se nos escapara. Creo que nunca me sentí mejor tras haber errado en mis pronósticos. Y no lo digo para darte envidia, pero deberías haber estado allí para disfrutarlo. // Jordi Urpi