Orquestra de Cambra del Teatre Lliure
Orquestra de Cambra del Teatre Lliure
”Astor Piazzolla, concierto para bandoneón”
Harmonia Mundi
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Hace una década, esta grabación se convirtió en una obra de referencia para todo piazzollero de pro. Reeditado ahora con un lujosísimo formato de disco-libro de casi cien páginas, se incluyen el Concierto para bandoneón, una suite en tres movimientos y un ramillete de tangos, de entre los que destacan Invierno porteño, Milonga del ángel y la elegíaca Adiós Nonino, dedicada a su padre. Interpretado por la extinta Orquestra de Cambra del Teatre Lliure –compuesta por músicos provenientes del jazz, del pop y de la banda de Jordi Savall, como Olvido Lanza, Pere Bardagí, Alfons Reverté y Horacio Fumero– que en aquel momento dirigía Josep Pons, antes de su consagración al frente de la ONE y la Orquesta Ciudad de Granada, cuenta con Lluís Vidal y Pablo Mainetti en los papeles de piano y bandoneón solistas, respectivamente. Íntimo de la viuda de Piazzolla, recomendado por el gran Rodolfo Mederos y esporádico compositor para ballets de La Nómina Imperial, Mainetti torea con nota alta los difíciles arreglos de sus intervenciones, dejándole manga ancha en la improvisación. Por otra parte, se rebajó la ñoñería habitual de los pasajes de cuerda, convirtiendo su sonido en algo seco, rasposo, muy desnudo de aderezos y ornamentos secundarios –salvo efectos de látigo, de lija y de tambor, tan queridos por el autor–. Estrenado en 1979 por el propio Astor Piazzolla bajo la batuta de Lalo Schifrin, el Concierto para bandoneón arranca a saco y no le suelta a uno hasta ese final aceleradísimo que deja sin aliento. El arte de Piazzolla –hoy ya consolidado entre los clásicos– supuso una revolución estética en su tierra, comportando un lenguaje y un género propios: el Nuevo Tango. Discípulo de Boulanger y Ginastera, amigo de artistas de la talla de Anibal Tróilo, Milva, Pat Metheny, Keith Jarrett, Kronos Quartet, Moustaki y Rostropóvich, entre tantos otros, Piazzolla fue uno de los principales introductores del bandoneón como instrumento solista en una orquesta sinfónica. Denostado por los puristas por su atrevida ortodoxia –los mismos que hoy le aplauden como a un genio–, Piazzolla aportaba a una música que comenzaba a oler a rancio elementos del jazz, el rock, el neoclasicismo, el impresionismo, el barroco y el folclore porteño, complejizando cada vez más la estructura armónica y engarzando con maestría bases de contrapunto y formas de fuga, poniendo el énfasis en el ritmo –de una velocidad endiablada– y las percusiones –casi siempre en un ostinato neurótico, obsesivo–. A Piazzolla se le criticó mucho por haber intelectualizado el tango. Pero es innegable que su concepción está en este disco absolutamente impregnada por una emocionabilidad que tira de espaldas, a la que contribuyeron los sabios arreglos de Pons y Vidal. Melancólica y rabiosa a la par, la música de Piazzolla suena hoy tan moderna como en su época, hace ya más de medio siglo. Y, ay, parece que fuera ayer. // Iván Sánchez Moreno