Laurie Anderson
Laurie Anderson
Festival Grec
Barcelona, Teatre Grec
30 de junio de 2007
Un concierto no depende únicamente de la(s) música(s) que ofrece, sino de la idea que lo une todo –escenografía, vestuario, repertorio–. Y el concepto es, en la obra de Laurie Anderson, un elemento esencial. Pero Homeland, su último espectáculo hasta la fecha, carece de esa unidad temática. Aunque recicla parte del discurso planteado en su particular encargo para la NASA, The end of the moon, las nuevas canciones redundaron demasiado en imágenes ya mil veces vistas sobre la guerra de Irak y críticas antigubernamentales que no aportan nada nuevo bajo el sol. Esta propuesta adolece de un norte confuso, divaga mucho entre cauces que no se fijan en un lenguaje concreto y tampoco se ancla en un formato de recital poético al uso ni echa mano de grandes recursos plásticos –apenas un austero juego de luces y cuatro docenas de velas repartidas por el suelo–. En lo tocante a lo musical, Anderson ha perdido fuelle con los años, sin arriesgarse tanto como hiciera en discos de antaño –Big science (1982), Bright red (1994) o Home of the brave (1986), todos editados por Warner–, y en sus letras se añora aquella sutil ironía de los inicios, cuando era más metafórica y menos directa. Ahora abusa de un mensaje tan groseramente claro como reiterativo. La banda de acompañamiento –bajo, violonchelo y teclados– aportaba pinceladas breves, un panel al fondo proyectaba sus versos con buena coordinación y se rescató Let X = X en el bis, una de las piezas más aplaudidas de la noche (lo que dice mucho del grado de exigencia del espectador). Mas nada de esto sirvió para impedir una sensación de cierto aburrimiento: quedó demostrado en el ecuador de la cita, cuando aprovechando un solo de Anderson con su violín se produjo un éxodo considerable de público. Qué lejos estaban aquellas dos horas que pasaron volando hace un lustro, cuando la misma artista visitó el mismo recinto para presentar un hermosísimo y desnudo dúo con Lou Reed. Ese contrapunto hubiera sido aquí algo crucial. Difuminada la personalidad creativa de Anderson en una neblina que no dejaba ver la profundidad de su planteamiento, el eco de un escandaloso concierto vecino acabó tapando los agujeros y los tiempos muertos de la performance de Anderson. Desde luego, se merece un descanso. Así, la inspiración le vendrá sola, no forzándola. // Iván Sánchez Moreno