LANG LANG
Goldberg Variations Deutsche Grammophon (2020)
El celebérrimo pianista chino Lang Lang vuelve a la palestra (y de paso por el cadalso) con una nueva revisión de las Variaciones Goldberg, el eterno clásico de Bach con el que se ponen siempre en evidencia las virtudes y también los defectos de cualquier pianista con dedos rápidos pero de escaso talento. Y Lang Lang no iba a ser menos. Pero antes de entrar en vereda, enmarquemos un poco el contexto. Por convención se otorgó al nacimiento de Jesucristo el año 0 de toda la Historia occidental. Lo mismo ocurre con Johann Sebastian Bach (1685-1750) respecto a la música a este lado del mundo. Sin embargo, un largo ostracismo sumió al “maestro peluca” en el silencio académico hasta el tardío pero muy manido revival con el que relinchó un joven Félix Mendelssohn (1809-1847) por aquello de hacerse notar. La razón de tal letargo –conscientemente o no, eso da igual– fue que el propio Bach se situara en la avanzadilla musical de su momento ofreciendo a un instrumento de teclado como era el clave su primer papel protagonista. Hasta entonces, el clave tan sólo formaba parte del concertino: algo así como la base rítmica sobre la que pivotara el resto de la orquesta. El atrevimiento de Bach era más bien el resultado de la austeridad por no poder contar tanto como él quisiera con un conjunto entero de cámara, así que buena parte de su genialidad se debe a la cicatería de sus mecenas o a su racanería a la hora de contratar músicos de sesión. No obstante, esta entronización del clave como instrumento solista dio pie a la aparición posterior de grandes virtuosos como Mozart o Beethoven, clara antesala del mareante chorro de pianistas que germinará en el Romanticismo (Chopin, Schubert, Schumann, Liszt, etc.). En su momento, las Variaciones Goldberg tampoco fueron concebidas con carácter autónomo, sino inseridas dentro del ciclo del Clavier-Übung que compuso Bach entre 1731-1741, y en absoluto las pensó para lucimiento propio, sino por encargo del conde Keyserling, embajador ruso en Sajonia, quien tenía a su servicio a Johann Gottlieb Goldberg, alumno del propio Bach. De ahí el famoso bautizo con que se conoce dicha obra, pero ésta es además la razón por la que la demanda fue expresada en términos de piezas breves y reposadas para ser interpretadas por teclado para combatir el insomnio que padecía el noble pagadero. A pesar de la corta edad del intérprete (catorce primaveras, según dicen algunas crónicas), Bach no se lo puso fácil: por ende, las Variaciones Goldberg están plagadas de pièces croisées que exigen rapidez y determinación en el entrecruzamiento de manos, doble pedal, etc. En definitiva, supusieron desde el principio un auténtico tour de force para cualquier profesional del gremio, y cada cual se ha encontrado su calvario en algún que otro pasaje infernal, sin llegar a solventarlo en años. La obra no quedó exenta de polémica, pues se supone que Bach concibió treinta variaciones basándose en un mismo tema como punto de partida: el Aria que abre toda la serie. No obstante, dicha pieza podría haber sido aportada por el propio Goldberg sin que éste hubiera quedado acreditado como co-autor. Otras fuentes (como el musicólogo Christoph Wolff) sugieren que el Aria de marras podría ser casi un calco de una chacona de Georg Friedrich Händel escrita 30 años atrás. Lo que sí está claro es que originariamente fue pensada para el clave, pero desde que Glenn Gould abrió la veda en 1955, su adaptación al piano ha resultado por contraste muchísimo más lucrativa para cualquier sello discográfico. Es aquí donde encaja honestamente el principal atractivo de esta última revisión perpetrada por el chino Lang Lang. Sin duda, populismo y comercialidad son dos adjetivos que empañan la carrera de todo virtuoso, y Lang Lang no iba ser una excepción. Estamos hablando de alguien que no se cortó un pelo por cobrar su cheque por hacer un cameo en un concierto de Metallica esponsorizado por los Premios Grammy. Dicho esto, conviene advertir que a menudo el citado pianista confunde forma y fondo, imperando lo primero por encima de lo segundo de manera harto evidente. Al respecto sus particulares Variaciones Goldberg suenan por lo tanto desiguales, desangeladas y sin brío, cuando no se nos antojan muy deudoras de los tempi (y de los excesos) de la canónica versión de Gould. Lang Lang se limita aquí a seguir la serie de variaciones sin más orden ni concierto que el que dicta la partitura, sin añadir nada que refleje un animus verdaderamente subjetivo a lo que pretende transmitir. Su función es, más que la de un intérprete, la de un copista que evita toda tentativa de traducción. Así, su cometido no hace sino explorar diversos estilos sin posicionarse en un por qué más que en un cómo. Al final ocurre que, sin hacer notar el argumento de las preguntas que se tratan de resolver con cualquier obra artística, el oyente se cuestiona cuál es el qué al que debía responder la más urgente de todas. El del para qué estaba claro: para ganar pasta sin más miras que las del apellido por encima del título de la obra y con un tamaño de letra más grande que el del propio compositor. Así es como se muestra sin tapujos en la misma portada del álbum que estamos reseñando. En ella, Lang Lang aparece ojeando distraídamente la partitura usando el piano tan sólo como un apoyo. La imagen en sí ya resume a la perfección todo cuanto quedara por decir. + info