Josep Soler
Josep Soler
«Edipo y Yocasta», Columna Música, 2013
La tragedia ática ocupó un pequeño periodo de 65 años (entre los siglos V i IV antes de Cristo), pero las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides todavía hoy son importantes para la cultura europea. Nació con el triunfo de la democracia ateniense y con la desaparición de ella murió, y entonces se instauró la filosofía metafísica (de Platón y Aristóteles). Cambió el contexto y nació otra forma de hablar y de problematizar. La tragedia es un arte democrático que cambió la manera de vivir y de ver la realidad entera (también al ser humano) y que ha tenido una influencia decisiva en la cultura occidental. Un género artístico que nace con y para la ciudad y con y para la democracia. Trata de la verdad de las relaciones humanas y explica el comportamiento del ser humano porque tiene un necesario carácter ético. He aquí el modelo a finales del siglo XIX que Pompeu Gener (empapado por los ideas de Nietzsche) reclamó desde Barcelona en su propuesta de una sociedad utópica, en la cual los nuevos templos serían los teatros (porque el teatro es un arte democrático).
La ópera de Josep Soler que acaba de ser editada en un doble CD por Columna Música (Edipo y Yocasta) es una obra en dos actos que toma como punto de partida la tragedia escrita por Sófocles, la cual tuvo una fuerte influencia en Hegel (que hizo una lectura de ella desde la legitimidad del derecho) y en Freud (que hizo una lectura psicoanalítica de la obra de Sófocles y dijo que es el paradigma de lo que le pasa a todo ser humano). Y, después de pasar por las manos de Séneca, ha resurgido como expresión sonora de las manos de Josep Soler. La opera del compositor catalán mira más allá de la dramatización del conocido complejo de Edipo y de los conflictos políticos que apasionaron a Hegel. Además, Soler no parte del texto de Ésquilo sino del de Séneca, por ser más radical y violento. La música transmite unas emociones fuertes que no dejan indiferentes. El conflicto ético emerge de una belleza lírica, expresiva e hiriente al mismo tiempo. ¿No es ésta la misión del arte? Lo dice el autor: «el suicidio de Yocasta o la ceguera de Edipo son gestos de seres desesperados, arrebatados por unas pasiones que no les dejan razonar: de haberlo hecho habrían vencido –cual Jacob después de su lucha nocturna con el ángel de Elohim–.» Y ¿no es éste el mismo problema de la sociedad contemporánea, resentida, sumida en el ruido, sumisa a la pantalla multifuncional y llena de muertes inocentes…?
El retorno a la tragedia ática no es una casualidad. En 1960 escribió la opera Agamenon (premiada en Montecarlo) y en 1972 Edipo y Yocasta. Después vendrían las óperas con textos de Shakespeare (Macbeth, 1989; A Midsummer Night’s Dream, 1991), de Rilke (Murillo, 1989), Mary W. Shelley (Frankenstein, 1996), Calderón de la Barca, Mallarmé, Verdaguer… De hecho, la ópera ha sido uno de los caballos de batalla y una de las señas de identidad de Soler. Lo tenía muy claro en 1962 cuando, después de ganar el Premi Ciutat de Barcelona y en unas declaraciones al semanario Panadés, decía que la música que más le atraía era la sacra y la ópera. Y es que, como nos dijo en el año 2001: «la ópera es la instauración, física, visible, de aquellas vivencias que la humanidad necesita para enfrentarse a la existencia y a sus arquetipos esenciales, vida y muerte. […] Lo sagrado y lo profano, vida y muerte, presente, pasado y futuro, se expresan a través de la palabra, el canto, la danza, los colores, la decoración.» Por ello, la ópera es hija de la tragedia griega y de todo lo que ella representó (y que Séneca también reconoció; como después Nietzsche y Wagner, Schönberg, Strauss y Bartók).
Edipo y Yocasta es una ópera escrita entre los años 1971 y 1972 que hoy podemos escuchar en la grabación que se hizo el día 30 de octubre del año 1974 en el Palau de la Música Catalana y en el marco del XII Festival Internacional de Música de Barcelona. Y de esta manera llega a mucha más gente de la que estuvo presente en aquel concierto y de la que asistió a las tres representaciones que de ella se hicieron en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona los días 22, 25 y 27 de mayo del año 1986.La tragedia y la ópera son artes de la ciudad: miran hacia la máxima libertad y democracia en la ciudad y en la vida (individual y colectiva). Sus temas, retos y conflictos nos ponen frente a frente con la vida. Lo dice Esquilo en una de sus obras: «aquello que habitualmente denominamos “civilización”, es decir, el arte, la ciencia y las grandes creaciones del espíritu humano, surge cuando una clase social llega al punto más alto de su desarrollo», y para llegar a este punto ha tenido que ir tejiendo y destejiendo los hilos de la vida porque aquello que muestra la tragedia (como bien dice Wittgenstein anticipándose a lo que más adelante teorizarán la física del caos y la termodinámica del noequilibrio en los sistemas vivos de alta complejidad), es que un simple encuentro puede decidir toda nuestra vida.
La tragedia nace de la lucha, dice el filósofo alemán. De la lucha del ser humano con sus límites, del finito con lo infinito, de las leyes familiares con las leyes de la ciudad, de las leyes de la ética con las de la religión. En esta lucha, la obra de arte nos obliga a adoptar la mejor perspectiva posible. A transformar la civilización en una cultura llena de colores para iluminar la civilización con el arte y la cultura. Y es que si por «civilización», sobre todo en el siglo XX y XXI, entendemos un modelo de progreso de la técnica y de la tecnología, la «cultura» (y con ella todas las artes) aporta a esta civilización un estilo. La posibilidad de huir de la indiferencia que acompaña la vida contemporánea atada a las tecnologías.
Contra la indiferencia que caracteriza una civilización sin cultura (que para Wittgenstein es la que hay en Occidente a lo largo del siglo XX) luchan las óperas de Josep Soler. Se lo dijo a Agustí Bruach hablando de Edipo y Yocasta en el año 1995: «en ellas no era un problema político lo que se trataba de mostrar: era -como idea esencial- la imposibilidad de que los hombres se hablen entre sí y se escuchen entre sí y la constatación de que, en su lugar, son los dioses quienes lo hacen y que éstos, por su misma naturaleza, están más allá de cualquier nivel moral». La violencia brota de la imposibilidad de un logos (cultura, sentido y valor) compartido. Soler escribió y estrenó la ópera (y hoy la hace nuevamente pública) en una sociedad constantemente falta de diálogo y de democracia. Por ello recogió y revivió el viejo y bello aliento (o «pneuma») de aquella tragedia que también fue expulsada y excluida de la ciudad con la perversión y prostitución de la democracia ateniense. Por tanto, la música de Soler nos llama y nos inquieta. Pone sobre la mesa el conflicto y las preguntas. La violencia de la vida humana y el reto ético que todos llevamos pegado a la espalda, lo asumamos o no.
La ópera empieza con el sonido de la viola (justo en el amanecer del día) no por casualidad sino por toda la carga simbólica que el autor otorga al timbre de este instrumento que abre las puertas de la incertidumbre a través del lirismo y de la belleza. De hecho, como dijo Soler al estudiar las últimas sinfonías de Mahler: «al que ame realmente esta música […] la recibe como lo que es: una maravilla tanto de estructura, como de invención y, asimismo, objeto artístico de categoría absoluta […]. Constatar el equilibrio entre la perfección formal y la emoción quitada al máximo posible ante su presencia.» Y el timbre y el color de la música son una clara muestra de la conciencia ciudadana de la música. No es una música natural ni salvaje, es la música de un ciudadano para los otros ciudadanos. Como lo es la conciencia tímbrica que aprendemos a través de la educación ya que si bien es cierto que sin ningún tipo de formación musical todos los humanos somos receptivos al ritmo, para aprehender el valor del timbre y del color de la música uno tiene que haber dado un paso más firme en el conocimiento de la armonía y de los timbres y en la vocación que mueve al artista. Es a través del color que los músicos alumbran la ciudad y la conciencia. La vida humana.
La ópera contemporánea, como la tragedia ática, abstrae el drama de la acción a través de grandes escenas. Dramatiza y crea un hito para la vida humana. Es una estructura sonora de la emoción que nos transporta más allá de lo efímero y cotidiano, que ilumina a los habitantes de la caverna platónica para el buen vivir y para el buen morir. El arte es una «epojé» de la realidad (un corte, una herida, una distancia…) para conocer más a partir de una nueva perspectiva (que emerge de esta catástrofe vital y emocional), desde la cual podemos observar, conocer y reconocer. Lo sabían Platón y Wittgenstein y lo pone en práctica Soler. Son el arte y la filosofía que nacen una vez derrotada la democracia en la vida real y después de la tragedia como expresión de ella. El arte como salvación, después del dolor, mediante la transformación de lo que somos y de lo que queremos ser.
La ópera se plantea el límite de la forma de ser que denominamos «humana» y la violencia que comporta no saberlo ni quererlo ser. El límite de las decisiones éticas que permiten construir la personalidad, o no. Por eso escogió la obra de Séneca como punto de partida. Quién vivió durante la época imperial junto a Calígula, Claudio y Nerón, experimentó en toda su crudeza el exilio y vivió siempre atento en la investigación rigurosa sobre la realidad de todas las cosas porqué vivir es un «Ars» donde uno se lo juega todo. Séneca, y ello le enlaza bien con Soler, es un escalón más en la escalera que llevó la filosofía hacia el neoplatonismo de Plotino; al mismo tiempo que el imperio romano se hundía en la miseria, la anarquía y la guerra. Es el camino que enseña a «vivir filosóficamente» (y a bien morir). Un momento paralelo al que se vivió en Grecia con la muerte de la democracia (y con ella de la tragedia) y la consiguiente pujanza de Platón y Aristóteles. Ante una realidad embrutecida y envilecida (como lo era, también, la del Estado Español en los inicios de la década del 1970, y lo es hoy) brota la filosofía especulativa, del mismo modo que brota la música en Soler. Ante la muerte de la «Res publica» brotan las diferentes variantes del platonismo. La contemplación y la búsqueda de la libertad a través del conocimiento. Por ello, en palabras de Séneca, la vida es breve pero el arte es largo. No es que tengamos poco tiempo sino que perdemos mucho tiempo. «La vida si sabes emplearla bien, es larga. Pero uno es dominado por una avaricia insaciable, otro está constantemente ocupado en trabajos inútiles; otro es dado al vino, otro languidece en el ocio; otro siempre trabaja por la ambición y el juicio de otro, otro por la codicia temeraria del negocio, que con la esperanza de una ganancia lo dirige por todos los mares y tierras. Algunos, inquietos por el prurito de las batallas, no paran nunca de intentar peligros para los otros o de pasar ánsia por los propios, y los hay que se consumen en el desagradable servicio de los superiores (en servidumbre voluntaria). A algunos ha acortado la vida la envidia de la fortuna del otro, o el afán de la propia; los más, sin objetivo fijo, deambulan de aquí para allá en proyectos siempre nuevos por una ligereza vaga, inconstante, malhumorada. […] Los vicios les rodean y empujan por todos lados y no los dejan enderezarse ni levantar la mirada para contemplar la verdad, más bien los tienen sumergidos y enfangados en falsos cantos de sirena», escribe en el prólogo De la brevedad de la vida. Contra todo ello se alza el edificio filosófico y artístico del compositor. Se construyen la Tragedia y la Ópera. Después, necesitamos la voluntad de escucharlas con la atención que requiere la contemplación. Si se atreven, la ópera de Soler no les dejará indiferentes; del mismo modo que no debe dejarnos indiferentes la vida. + info | Relacionados | Joan Cuscó i Clarasó