Hector Zazou
Hector Zazou
”Chansons des mers froides”
Sony Music, 1994
Como todo geniecillo a la sombra de los estrellones mediáticos de este show business que es también la world music, Hector Zazou es de los que se toman mucha calma entre disco y disco, trabajando un discurso conceptual antes de ponerse a escribir canciones como quien hace churros para el domingo. La inquietud de Zazou es, no obstante también, su principal escollo, pues nunca dos trabajos suyos suenan iguales. Chansons des mers froides es, como su título advierte, una inmersión por los mares fríos. Así que si este sobreproducidísimo disco de Zazou peca de algo –aparte de soberbia, que es siempre bienvenida si, como es el caso, está bien merecida– es de cierta frialdad. Resultaría inevitable compararla con el casi continuista Strong currents (Materiali Sonori, 2003), mucho más cálido, melódico y orgánico que éste. Sin embargo, Zazou abría con este trabajo la ventana a nuevos aires que estaban aún por venir, como el trip hop y el chill out de salón versallesco. Inspirado por Lacan, Jung, Rickie Lee Jones, Michael Brooks, The Edge, Maureen Tucker y Dead Can Dance, según va citando en la carpetilla, Zazou basa el sonido general de su disco en cánticos esquimales, chino-mongoles, islandeses, irlandeses y escandinavos, siguiendo una imaginaria ruta por el Océano Ártico. Los ritmos de percusión nativos y la reverberación en témpanos de hielo tienen aquí un peso importante, aunque la lista de voces solistas –Björk, Siouxsie, Jane Siberry, Suzanne Vega…– es tan larga como la de instrumentistas convidados –el grupo Värttina, Marc Ribot, Jerry Martota, John Cale, Harold Budd, Balanescu Quartet…–. Y es que éste es, ante todo, un disco de canciones, pese a su ropaje ambient. Zazou utiliza la voz femenina como un instrumento más, extrayendo de cada intervención toda la gama de agudos y los requiebros posibles, seleccionando un cuerpo sonoro ad hoc para cada fragilidad concreta –con sintetizadores, campanas tubulares, vasos de vidrio, arpas…–. Pero el resultado se resiente un poco de la extraña sensación de frívola broma intelectual que provoca cualquiera de esos discos protopop de Ryuichi Sakamoto después de dejar el grupo Yellow Magic Orchestra o los que editó Laurie Anderson a finales de los años ochenta, pretendiendo colarnos algún devaneo comercial sin demasiada suerte. El sentido del humor de Zazou es, por el contrario, mucho más serio. Tanto que hiela la sonrisa. // Iván Sánchez Moreno