Grup Instrumental BCN216
Grup Instrumental BCN216
Barcelona, L´Auditori
27 de noviembre de 2008
Decir que Ernest Martínez-Izquierdo es el mejor director orquestal de España podría sonar exagerado, no así afirmar que, al menos, es el más arriesgado de todos. No es por nada que a mediados de los `80 este ex–pupilo de Pierre Boulez fundara junto a David Albet el grupo BCN216, especializado en música contemporánea, o que se haya convertido –experimentos tecnosinfónicos aparte, como el que perpetró en el Sonar de 2004 junto a dj´s de la talla de Fennesz, Pan Sonic o Ryuichi Sakamoto– en el organizador del Festival Digressions, tratando de acercar la música culta al público del rock de vanguardia.
Ahora, al frente de este ensemble de cámara reducido a 15 músicos (casi todos miembros de la OBC) y dos técnicos de sonidos cuyo fundamental peso específico desvelaremos más adelante, revisó cuatro piezas de la finlandesa Kaija Saariaho, presente en la sala. Autora de una prolífica obra (que gente como Dawn Upshaw, Gidon Kremer o el Kronos Quartet ha tenido el gusto de interpretar), la relación con Martínez-Izquierdo proviene de la época en que, dotado de una beca de estudios, éste dirigió la Filarmónica de Helsinki y la Sinfónica de Radio Finlandia, además de estrenar su ópera Adriana Mater en París.
Caracterizada por su querencia por los cambios rasantes, la sensualidad arisca de las melodías y la concatenación de líneas armónicas y rítmicas agresivas y de velocidad creciente, el programa escogido de esta compositora pone en entredicho aquella duda prejuiciosa de los melómanos de la vieja escuela, quienes advierten equivocadamente que no puede haber música descriptiva con un lenguaje atonal dado su condicionada asimilación a las artes abstractas y la sintaxis sin forma. Nada de eso es evidente en Saariaho. Sus paisajes sonoros presentan siempre una riquísima gama de detalles sutiles, infinitos, y no gratuitos ni meramente ornamentales.
En New Gates son los campos bellamente helados de su tierra la principal fuente de inspiración, plasmando un paseo que parte del silencio absoluto para volver al silencio con el único acompañamiento de flauta, viola y arpa. Con el susurro del viento por protagonista y las disonancias marcando sinuosidades, el trío tejió un cuadro onírico tan sugerente como fluctuante.
De hecho, la flauta adquirió a partir de entonces un rol esencial en todas las piezas siguientes, siendo un instrumento tan apreciado por el folklore nórdico. Lo puso de manifiesto el largo solo de NoaNoa, inspirado en los diarios tahitianos de Gauguin. El citado David Albet emulaba el trino de unos pajarillos en el abrevadero apoyándose sobre sus propios ecos y el procesamiento electrónico de su sonido ralentizado –colando también algunos versos murmurados en francés–. Un poco deudora de los manierismos de Ian Anderson (Jethro Tull) y las improvisaciones reverberadas del dúo Fripp/Eno, la performance de Albet fue sin duda lo más aplaudido de la velada.
No merecen menos los otros dos títulos del concierto, Lichtbogen –basada en una lluvia de estrellas fugaces en el cielo ártico– y Solar –un complejo juego armónico entre todos los elementos musicales: ritmo, tempo, color… –. Si en ésta se forzaba al caos a disciplinarse reutilizando las propias secuencias sonoras para centrarlas sobre un eje de gravedad, en aquélla se avanzaba superponiendo repetidamente figuras rítmicas –a base de pizzicatos en las cuerdas y trémolos de marimbas y piano– que hacían las veces de debussyanas gotas de lluvia o de una azarosa caída de estrellas mientras los instrumentos fuertes como el chelo y el oboe tejían densas capas (que Saariaho llama multifónicas). El resultado era un vivo contraste entre la belleza cruda del chirrido de las cuerdas y los apuntes percusivos dando forma al brillo titilante de la luz de las estrellas, como luciérnagas sobre el manto negro de la noche, destacando de nuevo la flauta por marcar los cambios de inflexión y crear atmosféricas texturas de grano espeso gracias a la acertada amplificación electrónica.
Por su parte, Solar era un tenso ejercicio de intelectualizada anarquía en el que progresivamente se iba recuperando un orden aparente. Las resoluciones constantes convergían en breves momentos de engañoso reposo donde las cuerdas se estiraban sobre los puentes de los vientos y las olas de vibraciones de la percusión con violentos fraseos –por ejemplo, desde la telúrica trompeta caliente de Mireia Farrés hasta la locura del violín a un punto desbocado y al siguiente lacrimógeno de Eric Crambes– que, secuencialmente, retomaban aquel terremoto sonoro del principio.
A pocos meses de la inminente cita para lucirse como compositor –será en marzo del año que viene, antes de un homenaje a Frank Zappa blandiendo la batuta ante la misma formación– Martínez-Izquierdo ya enciende motores para la puesta de largo de las dos nuevas obras de Saariaho que prepara para este fin de semana: un concierto para –cómo no– flauta solista y un compendio de lieds para mezzosoprano. Esperemos que, al cierre del evento, no echen al público para convocar al brindis postrero sólo a los vip´s de turno, que ni siquiera pagan entrada. Eso queda muy feo y luego va uno y lo cuenta, como hoy. // Iván Sánchez Moreno
Ahora, al frente de este ensemble de cámara reducido a 15 músicos (casi todos miembros de la OBC) y dos técnicos de sonidos cuyo fundamental peso específico desvelaremos más adelante, revisó cuatro piezas de la finlandesa Kaija Saariaho, presente en la sala. Autora de una prolífica obra (que gente como Dawn Upshaw, Gidon Kremer o el Kronos Quartet ha tenido el gusto de interpretar), la relación con Martínez-Izquierdo proviene de la época en que, dotado de una beca de estudios, éste dirigió la Filarmónica de Helsinki y la Sinfónica de Radio Finlandia, además de estrenar su ópera Adriana Mater en París.
Caracterizada por su querencia por los cambios rasantes, la sensualidad arisca de las melodías y la concatenación de líneas armónicas y rítmicas agresivas y de velocidad creciente, el programa escogido de esta compositora pone en entredicho aquella duda prejuiciosa de los melómanos de la vieja escuela, quienes advierten equivocadamente que no puede haber música descriptiva con un lenguaje atonal dado su condicionada asimilación a las artes abstractas y la sintaxis sin forma. Nada de eso es evidente en Saariaho. Sus paisajes sonoros presentan siempre una riquísima gama de detalles sutiles, infinitos, y no gratuitos ni meramente ornamentales.
En New Gates son los campos bellamente helados de su tierra la principal fuente de inspiración, plasmando un paseo que parte del silencio absoluto para volver al silencio con el único acompañamiento de flauta, viola y arpa. Con el susurro del viento por protagonista y las disonancias marcando sinuosidades, el trío tejió un cuadro onírico tan sugerente como fluctuante.
De hecho, la flauta adquirió a partir de entonces un rol esencial en todas las piezas siguientes, siendo un instrumento tan apreciado por el folklore nórdico. Lo puso de manifiesto el largo solo de NoaNoa, inspirado en los diarios tahitianos de Gauguin. El citado David Albet emulaba el trino de unos pajarillos en el abrevadero apoyándose sobre sus propios ecos y el procesamiento electrónico de su sonido ralentizado –colando también algunos versos murmurados en francés–. Un poco deudora de los manierismos de Ian Anderson (Jethro Tull) y las improvisaciones reverberadas del dúo Fripp/Eno, la performance de Albet fue sin duda lo más aplaudido de la velada.
No merecen menos los otros dos títulos del concierto, Lichtbogen –basada en una lluvia de estrellas fugaces en el cielo ártico– y Solar –un complejo juego armónico entre todos los elementos musicales: ritmo, tempo, color… –. Si en ésta se forzaba al caos a disciplinarse reutilizando las propias secuencias sonoras para centrarlas sobre un eje de gravedad, en aquélla se avanzaba superponiendo repetidamente figuras rítmicas –a base de pizzicatos en las cuerdas y trémolos de marimbas y piano– que hacían las veces de debussyanas gotas de lluvia o de una azarosa caída de estrellas mientras los instrumentos fuertes como el chelo y el oboe tejían densas capas (que Saariaho llama multifónicas). El resultado era un vivo contraste entre la belleza cruda del chirrido de las cuerdas y los apuntes percusivos dando forma al brillo titilante de la luz de las estrellas, como luciérnagas sobre el manto negro de la noche, destacando de nuevo la flauta por marcar los cambios de inflexión y crear atmosféricas texturas de grano espeso gracias a la acertada amplificación electrónica.
Por su parte, Solar era un tenso ejercicio de intelectualizada anarquía en el que progresivamente se iba recuperando un orden aparente. Las resoluciones constantes convergían en breves momentos de engañoso reposo donde las cuerdas se estiraban sobre los puentes de los vientos y las olas de vibraciones de la percusión con violentos fraseos –por ejemplo, desde la telúrica trompeta caliente de Mireia Farrés hasta la locura del violín a un punto desbocado y al siguiente lacrimógeno de Eric Crambes– que, secuencialmente, retomaban aquel terremoto sonoro del principio.
A pocos meses de la inminente cita para lucirse como compositor –será en marzo del año que viene, antes de un homenaje a Frank Zappa blandiendo la batuta ante la misma formación– Martínez-Izquierdo ya enciende motores para la puesta de largo de las dos nuevas obras de Saariaho que prepara para este fin de semana: un concierto para –cómo no– flauta solista y un compendio de lieds para mezzosoprano. Esperemos que, al cierre del evento, no echen al público para convocar al brindis postrero sólo a los vip´s de turno, que ni siquiera pagan entrada. Eso queda muy feo y luego va uno y lo cuenta, como hoy. // Iván Sánchez Moreno