Festival de Tardor de Catalunya
XXIII Temporada Alta | Festival de Tardor de Catalunya
4, 5, 11, 18, 19 y 28 de octubre de 2014. Girona / Salt
Temporada Alta es uno de los festivales de referencia en el mundo de la dramaturgia y, como tal, la calidad, y la cantidad, de las obras que durante más de diez semanas se presentan en los espacios de Girona, Salt, y otras sedes cercanas, es extraordinaria. Nosotros, durante el mes de octubre, tuvimos la ocasión de ver seis de ellas, de carácter absolutamente diferente pero en todos los casos, con valores más que suficientes para que las tratemos aquí.
Dei Furbgi, presentaban su Trilogía Mozart en el Teatre de Bescanó. Un espectáculo basado en óperas de Mozart, especialmente Don Giovanni y Cosí Fan Tutti, que basaba su escenografía en una gran, enorme, falda de miriñaque que presidía el escenario y que centraba la actuación de los cinco actores-cantantes que la representaban. Una idea divertida que, posiblemente por falta de rodaje o, simplemente, por un problema basado en las aparentemente sencillas partituras del músico de Salzburgo, pero que realmente son de una dificultad extrema y una exigencia vocal elevadísima, no llegó a cuajar como esperábamos.
I si elles marxessin a Moscou? [¿Y si ellas se fueran a Moscú?] era una propuesta que, partiendo de Las tres hermanas de Chéjov nos hacía la directora brasileña Chistiane Jatahy, de Vértice de Teatro, con una puesta en escena protagonista; unas actrices, Isabel Teixeira, Julia Bernat y Stella Rabello, especialmente inspiradas; mezclando cine y teatro de forma simultánea y absolutamente original. El público que llegaba a la sala El Canal, se repartía en dos espacios separados: frente al escenario o frente a una pantalla de cine. La acción se había trasladado a la actualidad y, como en la obra de Chéjov, las actrices celebraban el cumpleaños de la pequeña, pero, en este caso, con la colaboración de los espectadores, que recibían bebidas, comida, salían a bailar a escena, mientras el tremendo drama de incomunicación y sentimientos extremos que se iba desarrollando, era filmado por diversas cámaras que los actores, no solo ellas tres, también los masculinos, e incluso en algún momento los espectadores, manejaban produciendo unas imágenes que eran las que se iban viendo en la sala de cine. Dos públicos, una obra desdoblada en dos que, de esa manera, llegaba de forma distinta a unos y a otros aunque mantuviera la misma esencia. Todo ello con el objetivo final de conseguir dos lecturas de un texto clásico que ya había cambiado en su adaptación por parte de Chistiene Jatahy, pero con un punto de encuentro entre dos públicos que asistiendo a un mismo espectáculo, lo veían de forma tan diferente. El instante final, cuando tras apagarse las luces, los espectadores de una y otra sala se vieron en una pantalla unos a otros, aplaudiendo, era una imagen que sintetizaba las intenciones de la autora.
Confidències a Alà es una obra basada en el libro de Saphia Azzaddine que nos explica, en primera persona, la historia, tremenda historia, de una pastora bereber que llega a la prostitución, con la eterna pregunta de la existencia y la justicia de ese Dios que siempre ha estado presente en su vida. Mireia Trias y Judit Farrés, a la que conocíamos como acompañante musical en muchos de los montajes de Albert Pla, ofrecían con sus monólogos compartidos, llenos de crudeza, en una sala donde la cercanía a los espectadores es casi agobiante [por cuestiones de agenda, esta obra la pudimos ver en Barcelona, en la Sala Atrium], donde la música presente en dos interpretaciones geniales a cargo de Judit Farrés, especialmente de Gracias a la vida, no solo no bajaba la tensión del espectáculo, sino que la potenciaba; con una visión entre irónica y cínica de la realidad que, en algunos momentos, te helaba la sonrisa. Una manera de reflexionar sobre la realidad del Islam por parte de su autora, que dijo una vez en la televisión: “El Islam es laico”, una paradoja sobre la que ella trata en su obra, presentando temas tan controvertidos como el del velo: “Es el [hombre] quien tiene pensamientos vergonzosos y yo la que me he de ocultar”. Una tercera voz que carga contra un Islam dogmático y arcaico que utilizan el miedo para asegurarse su dominación patriarcal. Una obra magnífica, con un montaje excelente, que denuncia de forma directa y cruda, pero llena de poesía y humor, la opresión de la mujer.
El director Brett Bailey, partiendo de la opera de Giuseppe Verdi, Macbeth, presentaba el espectáculo del mismo título, del que había trasladado la acción al África actual, donde Macbeth es un señor de la guerra de los que tenemos, desgraciadamente, constantes noticias, embarcado en una lucha fratricida y sangrienta que, a pesar del tiempo trascurrido y la traslación geográfica, es vigente siguiendo la obra de Shakespeare, como lo hizo Verdi. Doce excelentes cantantes africanos, curiosamente algunos de ellos con una vida muy cercana a los que sufren los abusos del poder que se explica en la ópera; una escenografía recogida, con constantes elementos simbólicos que potencian el espectáculo; la más que correcta orquesta, en directo, acomodada en un lateral de la escena; una iluminación con momentos de evidente protagonismo; conformaban una representación de un altísimo nivel; que el público asistente premió con una justa y cerrada ovación.
La farsa de Walworth es una obra del dramaturgo irlandés Enda Walsh, que, dirigida por Pere Puig i Tallada, explica, de forma indirecta, como un puzle que el espectador ha de ir montando poco a poco, la historia de una familia, padre y dos hijos, que han huido de Irlanda hasta Londres, donde viven una vida de maltrato psicológico, e incluso físico, por parte del padre, que les hace repetir, y vivir, una y otra vez, una historia inventada que, cuando llega hasta su vida de reclusión, de forma fortuita, un nuevo personaje, les aboca a la tragedia. Una situación extrema que, con toques de humor negro e ingeniosos diálogos, nos relata la tremenda historia de una familia que ha creado un mundo paralelo donde trascurren sus traumáticas vidas. Mención aparte merecen los actores, especialmente Pep Vila, Jordi Subirá y Oriol Casals, que presentan, de manera impecable, a unos seres que basculan entre la realidad y la farsa en ese mundo imaginario que han creado.
Finalmente, Le Croupier, el grupo musical que lidera Carles Cors, presentaba Esperança Dinamita, basada en la biografía de la que fuera (o no fuera), una de las grandes vedettes del Paralelo en su apogeo. Catorce temas que interpretaba el grupo, con la ayuda de la cantante invitada Aina Sánchez, perfecta en su papel de vedette, y la intervención de Mont Plans, en el tema, totalmente incorrecto, El tango de la cocaína, así como la de Merche Mar que, antes de la actuación, fue acomodando a los espectadores que iban llegando, con comentarios divertidos que todo el teatro oía por la amplificación de la sala, y que iba preparando la posterior actuación, que no defraudó. En el fondo del escenario se proyectaba un documental que, entre canción y canción, iba explicando la posible vida de la cantante, con voces tan autorizadas como la de Xavier Albertí, actual director del Teatre Nacional de Catalunya, experto en el tema y que ha ayudado al nacimiento de este espectáculo; el director teatral Joan Anton Codina; o el mismísimo director de Temporada Alta, Salvador Sunyer, entre otros, que situaban a la artista en su entorno y a través de su trayectoria. Un divertido espectáculo que se propone recuperar canciones de aquella época, como Al Paralelo, La vaselina, La pulga o L’ex–president, que, en este caso, ellos habían actualizado, y que, de una forma muy personal, consiguen.
El Festival Temporada Alta continua hasta el 8 de diciembre, y nosotros os seguiremos informando de aquellos espectáculos a los que vayamos asistiendo. + Info | Relacionados | Federico Francesch | DESAFINADO RADIO