Femi Kuti & The Positive Force | Madrid

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Femi Kuti & The Positive Force
Sala But, Madrid. 25 de abril de 2014

«¡Ororororó!»
. El grito resuena como un mantra tras acabar una canción y más tarde otra. En busca de la respuesta del público y como si de un tambor parlante se tratara. El primogénito del músico más político que haya dado
África salta al ring convertido en fiera leonina. Aparece embutido en un tradicional bou-bou, y con el gesto rudo, como si el espíritu de Fela le poseyera, y ya no hubiera lugar para exorcismos. Femi se convierte en la voz de los desposeídos, en un país en el que el oro negro y los fajos de billete circulan debajo de la mesa de los poderosos. En un territorio donde el champán corre en los barrios de lujo de Lagos o Abuya como la sangre vertida en los atentados de los radicales de Boko Haram. Sabemos que Seun Kuti, su hermano menor, es la pantera del afrobeat, y claro, el hermano mayor no puede quedarse atrás en arrojo. Por eso aunque le pesen los años, se mueve de un lado a otro del escenario como si estuviera persiguiendo a un púgil que se le escapa y le hace fintas. Va tras un fantasma en el que descargar tanta adrenalina y rabia contenida.
 
Se supone que Femi presenta nuevo disco: No place for my dream, pero no puede ser infiel a otros temas de su repertorio, por lo yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Femi Kuti & The Positive Force | Madridque una buena selección del cancionero más emblemático de su discografía será bien recibida. Los ojos de la mayor parte del público se clavan como machetes en las tres Positive Force Queens, situadas a la izquierda del escenario. Anthonia Bernard, Kate Udi y Olajumoke Adigun, son esos dulces que, expuestos en el escaparate de una pastelería, hacen salivar los jugos gástricos de los que contemplan absortos en sus sugerentes evoluciones. Y no por su sexualidad sino por la sensualidad que desprenden. Son miembros indispensables de la orquesta porque articulan la espina dorsal de la Positive Force. Ataviadas con coloridos collares, llamativos tocados y galas, con sus cromáticas y puntillosas caras maquilladas en la tradición yoruba, bailan como solo saben hacerlo las mujeres africanas. Saltan. Se agachan. Se contonean sincronizadamente. Mueven sus brazos y piernas a la manera de las aspas de un molino de viento. Esgrimen la pandereta, la clave y el shekere (ese sonajero de colores varios forjado en torno a una calabaza). Restriegan sus cuerpos entre si. Sonrien sin malicia alguna. Se lanzan confidencias divertidas entre canción y canción. Y acompañan con sus coros las diatribas políticas y no tan políticas de Femi. El guitarrista Opeyemi Awomolo toca con rasgado funky y ejerce sobriamente su cometido sin destacar por encima de los demás músicos en ningún momento, salvo cuando se acerca al centro de las tablas convertido en un Prince nigeriano. De pronto se desprende de su condición de mero comparsa. Se hace el silencio de los tambores y la sección de vientos. Los teclados enmudecen. Y entonces ataca decidido con un extenso solo punzante, con la contundencia de un bastón telescópico paralizante de 800.000 voltios. Ante semejante exhibición cualquiera diría que es un virtuoso músico de heavy metal.
 
Tras el derroche de vertiginosas escalas pentatónicas, la batería de Akintayo Akinboro y la percusión de Oluwaseum Oyemade retoman el mando con su rítmico y primitivo latir. Son los ventrículos del Africa profunda, que impulsa acompasadamente el flujo sanguíneo de los que bailan en la pista de la discoteca sudorosos y felices en una suerte de trance. Los demás músicos, incluída la sección de vientos formada por Gbenga Ogundeji: trompeta;  Dotun Bankole: saxo tenor; y Daniel Bankole: saxo barítono, se entrega a una estudiada coreografía cuando no se valen de sus instrumentos. Mientras, Femi recurre a sus saxos. O bien toma el micrófono para cantar de forma ruda, con su canto convertido en soflama de mégafono de manifestación. O aporrea los teclados.  Todo le vale para dirigir con sus gestos, apuntando con sus dedos de una forma u otra a su séquito imperial. «Los gobiernos corruptos no saben que nosotros tenemos una fuerza más grande, la fuerza del amor» – clama Femi. Lanza loas a Madrid y establece lazos con la capital económica nigeriana en un tándem «Madrid-Lagos». Y entonces no hay pigmentos que marquen la diferencia por el color de la piel. Los espasmódicos «gatos» y «gatas» se convierten en auténticos felinos africanos. Y la sala But ya no es la sala But. Se ha metamorfoseado en el mítico club Shrine en pleno centro de Lagos-Madrid. Es un hervidero de almas flageladas por los hechiceros del afrobeat.
 
En ese momento Kuti clama: «Comprendo vuestro dolor. Comprendo vuestro dolor por no encontrar trabajo. Comprendo vuestro dolor por el desempleo. Comprendo vuestro dolor por los desmanes de este gobierno corrupto». Y prosigue su discurso: «No confieis en Estados Unidos. Estados Unidos es el mal». La fiesta continua y la orquesta toca Day by day, después de haber abordado lo más granado de su repertorio:  Dem bobo, Do your best, You better ask yourself, Politics na big bussiness….Ya en la recta final una de las bailarinas agarra una botella de agua vacía y la lanza en dirección a la sección de vientos. Luego tira una toalla, que queda enganchada en los herrajes de la batería. Se inicia una lluvia de objetos en el escenario entre todos los músicos, que participan divertidos en el juego esquivando como pueden las «armas» arrojadizas, entre las que se incluyen hasta cubitos de hielo. Una chica de la primera fila acerca una fila de vasos al trío de coristas y todo se desmelena mas y mas. Por un momento se pierden los estribos, pero afortunadamente todo vuelve a su cauce. La Positive Force agota ya sus dos horas y la mecha llega a su fin, no sin que los bises hayan acabado con la pólvora marchosa de los que todavía gritan extasiados el nombre de Femi. El que hace honor a su significado yoruba, que quiere decir «amado». Querido de verdad por la parroquia de incondicionales. Devotos que se resisten a que la fiesta ponga su punto y final. «¡Ororororó!» + info l Relacionados l Miguel Ángel Sánchez Gárate