Enrique Morente

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Enrique MorenteEnrique Morente y el flamenco.

Nació en el Albaicín granadino y sensorial. Intérprete excepcional, dotado con la compleja virtud de hacer atractivo lo revolucionario, Enrique Morente es el máximo exponente del cante flamenco en la actualidad. Cuando canta sus versos, revive a Lorca y Miguel Hernández, a San Juan y Fray Luis, a Neruda y Guillén, sabedor de haber encontrado el justo acento atemporal que los sobrevive.

Una voz honda que trasciende también el común escenario, cómplice de otras artes, escénicas y plásticas. El último medio siglo de música popular tiene en Morente a un referente genial e inexcusable.

Al flamenco se lo vincula a músicas de origen urbano, como el blues, el fado o el tango. ¿Cuál es la esencia del cante jondo?

Tiene ese carácter pasional, desgarrador, urbano, pero es una música que está también a un paso del folclore y otras de Latinoamérica, de África o de sonidos griegos y romanos. Es un arte de personas que se han dedicado profesionalmente a su estudio y a sacarlo como arte en los tablaos. No cae del cielo, porque para tocar la guitarra al nivel en que se toca hoy, una persona tiene que dedicar muchísimos años y horas diarias.


En su espectáculo ‘África-Cuba-Caí’, usted trazó un híbrido sonoro entre tres culturas. ¿El flamenco es también mixtura?

Para mí sí. El flamenco es el resultado de una mezcla. Casi en sus comienzos, ya era un conglomerado de sonidos de diversos sitios y de diversas gentes.


¿Dónde se encuentra usted más cómodo, ante un gran auditorio, en un pequeño recinto, en un tablao?

No tengo una predilección en ese sentido. En principio, se dice que el flamenco es de recogimiento, de entre cabales, de expertos. Pero la expresión tiene que salir en cualquier sitio y con la misma fe, siempre que se den las condiciones. Son sólo expresiones diferentes, no mejores ni peores. Una cosa es estar entre cinco amigos, o en un tablao, y otra cosa es un auditorio grande.


Usted ha llevado al escenario y al estudio de grabación espectáculos e iniciativas rupturistas y originales. ¿Hasta dónde se puede llegar con el flamenco?

Se pueden hacer muchas cosas, siempre que se esté abierto. A veces se espera una formación grande en un sitio también enorme, cuando lo que requiere es una guitarra sola, una percusión y unas palmas. Pero si yo considero que lo mejor es una formación y no otra, ésa llevo. Y de repente me presento en un pueblo con un grupo de rock.


Ese atrevimiento suyo ha permitido acercar al flamenco propuestas como las de Lagartija Nick, Ute Lemper o Khaled…

Son gente extraordinaria. Con Lagartija hace ya diez años que hice el disco ‘Omega’. Con Ute Lemper me gustaría volver a tener contacto, es una gran artista. Son experiencias y comunicaciones muy importantes para mi expresión.


¿Qué relación guarda con el flamenco que surge ahora?

Hay gente muy válida, cantando, tocando y en el baile, gente joven muy buena. Soy optimista, y los estimulo cada vez más. Esto no se ha acabado, esto continúa.


Su trabajo ‘El pequeño reloj’ fue una especie de homenaje a la guitarra flamenca. ¿Qué lugar ocupa el guitarrista en el cante?

Decisivo. La guitarra es la que armoniza. Forma parte decisiva de la creación del cante flamenco, de lo que existe hoy en el flamenco. Hay que oír la dinámica en la que están y su gran evolución, esa capacidad tan tremenda que hoy hay en la guitarra flamenca.


¿Qué le ha llevado a decantarse por la poesía escrita, desde poetas del Siglo de Oro a muchos del 27?

Las letras del cante clásico son poesías de alta calidad. No en vano, poetas cuyos versos he cantado son los primeros en admirarlas. Yo mismo he terminado cantando a poetas porque esas letras me han ido haciendo amante de la poesía y me han hecho conocer a los grandes poetas de España y de América. Ya no encuentro diferencias entre las letras del cante y las letras cultas, como las llaman.


En cuanto a los palos, ¿por cuáles se decanta?

Tengo temporadas. Para mí, los cantes por soleá y por seguirillas son esenciales, también por malagueñas y por tarantas, y por tientos, tangos y alegrías. Hay veces que estoy más en la inspiración de un sonido y otras veces en otras. Pero me gustan todos.

 

Defíname “hondura”…

El sentimiento del cante flamenco.

“Pasión”…

Lo que hay que tener para hacer arte.

“Quejío”…

Es una expresión primordial para transmitir cantando.

“Pena”…

Está en todas las músicas.

¿Y esa pena en el flamenco?

Tiene la misma fuerza que la alegría. Hay veces que se está cantando por alegrías, que va en tonos mayores, muy alegres, y sin embargo se cantan letras superdramáticas.


¿Cree que la música puede ayudar a solucionar males que aquejan al ser humano?

Ojalá pudiera servir la música para resolver los conflictos de hoy en día. Desde luego estaríamos donde hiciera falta. Pero los políticos del mundo están más preocupados por el gas y por el petróleo, que por el arte y la música. Aunque hay algunas esperanzas.


¿Y los pueblos del mundo?

El pueblo lo que quiere es paz, quiere arte y música, pero los brujos de la tribu, como yo les llamo, no dejan a los pueblos tranquilos. Qué familia, qué madre o qué padre, quiere que le caiga una bomba, no ya a ellos, sino al vecino de al lado. Son los políticos, los del ansia del poder, los que quieren figurar, los charlatanes, que no saben hacer arte, ni literatura, y no tienen más remedio que brillar echando sermones y charlatanería. Engañan al pueblo, lo vuelven loco y se tiran a tiros entre ellos. Los dichosos brujos de la tribu, tienen unos piquitos de oro algunos… Pero esta experiencia no es de ahora, viene de siglos. Nos cuesta trabajo aprender; ¡qué poco progresamos!


Pero, ¿logrará la música sanar en algo a un mundo herido?

Tengo esperanzas de que sí, aunque, claro, en medio del hambre, la sequía y las metralletas es muy difícil convencer a la gente para que escuche música. Pero creo que, a la larga, una de las comunicaciones más sensibles va a ser el arte, la música.// Javier Jimenez