El gran teatro del mundo

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El gran teatro del mundo | Festival Grec
Teatre Lliure, Barcelona 21 de julio de 2012

De darle vida a los figurines de un retablo del Bosco, sin duda se parecería a esto. Si a ello se añade la subversión manicomial del Marat Sade que la compañía Animalario trajo de gira hace unos años, la cosa ya borda la insania mental. Pero no, tranquilo todo el mundo (o no), que todo está bajo control (o tampoco): son Calixto Bieito (dirección), Marc Rosich (adaptación) y Carles Santos (música) quienes firman semejante experimento, y el resultado no puede ser más demoledor. Basándose íntegramente en El gran teatro del mundo, de Calderón de la Barca (1600-1681), los arriba citados han recreado la obra barroca desnudando todo simbolismo, desvelándola de toda abstracción.

Todo ello aportando cada cual su propia idiosincrasia: el primero se presenta más austero y brechtiano que de costumbre, agreste y salvaje, al borde de la histeria y desapegado de su público, con un aún más exacerbado menosprecio por sus personajes; el segundo subraya el sentido oculto de cada verso, despojando las metáforas de su vestido de arpillera; el tercero prosigue con sus juegos vocales y sus pasajes sincopados, dando a la palabra una importancia capital. Esta vez, sin embargo, se basta de un escueto ensemble de órgano, harmonium y percusiones varias (incluyendo campanas tubulares, martillos y yunques, taladradoras y sierras, etc.) para acompañar los desvaríos de siete actores y cuatro cantantes, combinando dodecafonismo, cabaret, tango y zapateado flamenco a ritmo de chacona.

Tras su divorcio artístico con Mariaelena Roqué, Santos llevaba un tiempo probando suerte con todo tipo de tándems, aunque finalmente parece haber encontrado a alguien que se ajuste bien a su estilo particular. Contra todo pronóstico, Bieito no ha tratado de asfixiar con sus excesos los caprichos del otro. Recitado-cantado en castellano, latín y alemán, el texto de Calderón se convirtió en teatro físico, tan torturado que buena parte del público se iba yendo sobre la marcha. Pero la dureza de la puesta en escena no empañaba la crudeza y valentía de un texto que no deja títere con cabeza.

Desesperanzado y nihilista, Calderón se adelantaba cuatro siglos a las vanguardias jugando a hacer un híbrido de metateatro y ensayo existencialista. El Autor y la Madre Naturaleza, interpretados respectivamente por Xavier Sabata y Claudia Schneider, conciben y engendran a los mortales sin más objetivo que el de dejarlos vivir a su libre albedrío. yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - El gran teatro del mundoUn caos de tubos de órgano decoraba el escenario, que pronto se izarán a modo de estalactitas como el testigo silente de cientos de iglesias muertas, o como una fundición sin ningún fin. Parirán luego a los hombres de una placenta gigante y les enseñarán a hablar: cuna y sepulcro será su primera expresión. Y desde ahí se irán encadenando escenas de una fuerte carga emocional. Por ejemplo, aquélla en la que los mortales, recién nacidos, imploran al creador un papel en la vida. Después, hecho el reparto, los abandona a su suerte, y ellos, ante su infinita libertad, claman angustiados al designio de Dios. La aparición de la Gracia Divina, al son de una fanfarria de órgano espectacular, tornará la historia en tragedia, porque colmará los deseos de cada uno ya al borde mismo de la muerte. La satisfacción de sus ilusiones será también su perdición, porque la vida es eso: el camino y no la meta.

Obrad bien, que Dios es Dios”, reitera la Gracia (Jana Havranová) como cruel leitmotiv. Así, eximiéndoLe de todo juicio moral, condena a mujeres y hombres (y niños también) a buscarle sentido a sus días. Y, claro, cuando se acaba su papel y el actor ya no tiene nada que decir, se hace el silencio y el resto de personajes pueden cobrarse justa venganza. Porque si nadie es nada, no hay delito ni falta ni mal que nadie enmiende. Algunos tan miserables son que sin pena ni gloria se van. Pues, como dice el propio Calderón, mejor hubiera sido nacer nube o río o rama, antes que ser conciencia. De esta forma, llegado el último acto, cada cual recibe la venia de su destino: el Labrador cava la tierra que será su tumba, el fin de la Hermosura se marchita como una flor, al Pobre le dan de comer hasta que reviente, y el velo de la virtud de la Piadosa será la mortaja con que la entierren. Tan sólo aquélla que fue llamada a no ser nada, acaba viva, pero loca (y le dura poco, porque de eterno poco hay).

El aria de la Madre Naturaleza que llora desconsolada porque sabe que la representación va a repetirse infinitamente es uno de esos instantes imborrables en el recuerdo sentimental, con una poderosa Claudia Schneider de voz ronca y rota, que tan bien barajó la fortaleza y el duelo. Hasta entonces, su presencia en el escenario se limitaba a vagar indiferente entre sus hijos, mientras el otro gran pilar de la función, el contratenor Xavier Sabata, hacía las labores de maestro de ceremonias. El Autor –remedo o alter ego del mismo Calderón que oficiaba Sabata no paró de correr de un lado para otro (la creatividad es muy inquieta) y dirigir en la distancia la obra de tan desdichados vástagos, tan ingratos, condenados y ridículos como magnífica su expresividad corporal, facial y vocal.

Aunque por momentos recordara a la mejor época de La Fura dels Baus, El gran teatro del mundo es uno de esos platos de digestión espesa, paladar agradecido y plácido estómago, que horas y días y quizá años después seguirá rondando a los espectadores como una sombra al acecho. Mas, ay, sin saber que la expectación a la que preparaba la obra acaba cuando cae el telón.  +info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno