Carles Santos
Carles Santos
Barcelona, Teatre Lliure
28 de noviembre de 2006
El fervor de la perseverança, el nuevo espectáculo perpetrado por la Companyia Santos, es una peculiar oda a la obsesión. Un programa de piezas ajenas (Wagner, Brahms, Hugo Wolf…) y otras propias sirve de excusa al pianista de Vinaròs para dar rienda suelta a su característica performística. Si bien su anterior ópera, La meua filla sóc jo, carecía de un hilo narrativo y argumental claro, asemejando más bien un compendio de sketches, en esta nueva obra, de mayor austeridad escénica, Santos delega en las artes de sus dos compañeras de reparto todo el peso dramático, creando así un dúo dialéctico-lésbico entre la mezzosoprano Clàudia Schneider –vestida por Mariaelena Roqué– y la actriz Anna Ycobalzeta –desvestida por sí misma–. El inteligente gamberrismo de Santos no tiene igual y aquí se despendola lo suyo sin que nadie le haga sombra. Con suma libertad creativa vierte un vivo surtido de sacrilegio musical: desde un más que sugerente strip-tease, metiendo la ropa en la lavadora al ritmo del Réquiem de Victoria, hasta un corto animado en el que Santos emula a Errol Flynn, tocando el piano con el miembro viril y demostrando (una vez más) que Chopin es el compositor favorito para cualquier palillero/a del virtuosismo. El título del espectáculo alude a la repetitividad –el minimalismo neurótico de Santos, los poemas agramaticales al estilo de Schwitters– y la obsesión –la ortografía, la coprofagia, el paso del tiempo condensado en una angustiosa ducha de arena, la supresión del si bemol en toda sinfonía…–. Santos es, a su edad, todavía un niño travieso que juega a dinamitar pianos, auditorios y esquemas. El día que se haga previsible se nos habrá muerto la poesía. Pero mientras la imaginación holle cauces tan agrestes en el desierto tan yermo que es la cultura de este país, podemos sentirnos igual de libres. Gracias, señor Santos, por desatar nuestras cadenas. // Iván Sánchez Moreno