Cántara
Este cuarto disco tras Puerta de Occidente, La Leyenda de Nonaya y Mar de Nubes, supone un punto de inflexión en el estilo de Cántara, por cuanto no se bastan ya con las tonadas asturianas –hay muñeiras, bailes de corro y danzas–, sino que echan mano además de otros aires célticos cercanos (Bretaña), lejanos (Irlanda) y remotos (Canadá), y hasta combinan su sonido clásico con influencias armenias, griegas, sirias, turcas e hindús. De pasmosa juventud, los integrantes de Cántara –once más doce colaboradores– tocan percusiones, gaitas, guitarras, acordeones y una larga ristra de instrumentos tradicionales. Sin embargo, el resultado borda el new age más amable, donde proliferan los midis, los sintetizadores y la ambientación electrónica. Cántara es, en realidad, un proyecto para el lucimiento de su arreglista, director y productor. Por ende, la falta de frescura y espontaneidad lastra un a priori interesante producto de mejunje multiétnico (eso dice la contraportada), ahogado por la previsibilidad y la rutina. Un ejemplo es la adaptación de Katabtak, una canción de Assala Nasri, abortada aquí por un deje de ragatón que tira de espaldas; o esa fea versión del Kochari armenio a ritmo de techno discotequero de los caballitos de la feria. Cuelan también una revisión en clave astur del Going Home de Mark Knopfler –de la banda sonora de Local Hero (Vertigo, 1983) que da el pego. Pero en general, el disco agradará más a las abuelitas que a aficionados al folk norteño y, por descontado, a musicólogos exigentes. La única osadía –y es valiente, muy valiente– es hacer constar entre los créditos del disco una sentida patada al “excmo.” ayuntamiento de Salas por su manifiesta indiferencia por el foklore autóctono durante “20 años de apartheid”. Ya se sabe que entre la cultura y la política tan sólo median gestores, pero casi nunca artistas. Y eso, a la larga, se paga (y encima con dinero público). // Iván Sánchez Moreno