Buika
47 Voll Damm Festival Internacional Jazz Barcelona
Palau de la Música, Barcelona. 7 de noviembre de 2015
Volvía Concha Buika a Barcelona, al Palau de la Música. Pero no era la Concha Buika que había venida anteriormente, la de Mi niña Lola o acompañada por Chucho Valdés, o al menos no del todo. Era la Buika actual, la que presentaba Vivir sin miedo, su nuevo trabajo, un trabajo que la acerca a sus orígenes musicales, como nos decía en una entrevista hace pocas semanas: «Me he dado cuenta de que vuelvo a retomar otra vez esa rebeldía con la que empecé». Pero ella misma nos decía que es una rebeldía más madura, más controlada. Un disco donde predominan los temas en inglés, la mayoría de su autoría, los ritmos más cercanos a las músicas anglosajonas, con una carga jamaicana importantísima, pero en el que hay un elemento dominante que es la propia cantante, que aunque esté lejos aparentemente de la copla y los aires mediterráneos que oíamos en muchas de sus grabaciones, tanto sola como en compañía de grandes intérpretes, Concha Buika mantiene su forma de cantar, de decir las canciones, que añadida a la forma de estar y de moverse en escena, tan absolutamente personal da como resultado que es a ella a la que van a ver sus admiradores, casi de forma independiente a lo que les ofrezca. «Salimos con ese acojone de decir: “¡Esperan Mi niña Lola!”, y nosotros venimos con puro rastafari, rock and roll, flamenco, funk, lo que tú quieras llamarle, pero de Mi niña Lola, poco. La peña está muy mal acostumbrada a ir a pagar por lo que ellos quieren oír», decía. Un cartel, en un teatro, en una sala de conciertos, con el nombre de Buika, sin más, llenaría el local, decimos nosotros.
Eso es lo que sucedió la otra noche en Barcelona. El Palau abrió sus puertas media hora antes de lo habitual para facilitar la afluencia del público, y se llenó por completo, hasta las localidades que quedan por encima del escenario, en su parte posterio, estaban totalmente ocupadas. Con un ambiente expectante y rendido a la cantante antes ya de salir a escena, aparecieron los músicos que la acompañaban, preparando su entrada con una base rítmica muy sugerente y muy marcada; hasta que hizo su entrada, con un vestido con la parte superior negra y brillante, y con una falda de lágrimas de algodón, con algo de cola, y una gran abertura triangular, con un abalorio de tamaño considerable en el pecho, y una pulsera en uno de sus tobillos. Fue recibida con más de un minuto de aplausos y gritos, y empezó, finalmente a cantar.
Desde un primer instante, ya vimos cómo iba a transcurrir el concierto. A la costumbre que tiene de que sea el público y las sensaciones que le transmite las que dan forma a su repertorio cuando actúa, como nos había dicho en la entrevista, se añadía la de que las canciones, en directo, poco o casi nada iban a tener que ver con las grabadas en su cedé. Porque en la versión de Vivir sin miedo que ofreció, como primer tema, hizo una extensa introducción cantando en castellano, que en el disco no está, añadidos que iría haciendo durante todo el concierto.
Y mientras iba desgranando algunas de los canciones de su nueva etapa, de improviso, junto a su eterno percusionista Ramón Porrina, con el cajón, nos interpretaban, ellos dos solos, Que nadie sepa mí sufrir, el mítico tema del argentino Angel Cabral, con un final que ella hizo a lo Edith Piaf, que la cantaba en su momento como La Foule, pero pasado por el filtro Buika. O se paraba en medio del escenario, lo hizo varias veces, quieta, meditando, para luego cantar, por ejemplo, En el nom de la pau [En el nombre de la paz], una balada en catalán; o para decirnos que iba a hacer un poco de reggae, dedicando la canción Tiger Eyes: «A aquellas señoras que se cogen el bolso cuando se cruzan con mi hermano, que lleva rastas»; o para introducir ritmos latino-rumberos con Llorarás, una canción de Los Amaya.
También intercalaba temas en los que homenajeaba a algunos de sus cantantes favoritos, como cuando dijo: «Vamos a interpretar al maestro Miguel Ríos, que me gusta mucho, que yo me acuerdo mucho de él. Este tema no lo escribió él, pero él hizo que saltara una pared para colarme en una verbena porque no tenía la edad para entrar. Pues para escucharlo a él cantando este tema pues salté y no salió bien…», antes de cantarnos Santa Lucía, la canción de Roque Narvaja que aquél hiciera popular. O cuando, nuevamente sola con Ramón Porrina, cantaba, Sin tu latido, de Luís Eduardo Aute, en una sentidísima interpretación; e inmediatamente después atacaba, The Key (Misery), de su nuevo álbum, en una versión magnifica, prolongadísima y con el grupo inspiradísimo y potentísimo, muy distinta a la grabada. Y cuando se llegaba a ese momento de euforia musical, les indicaba a los músicos que iba a hacer otro tema, no el previsto, y le pedía a Ahmed King, que la acompañase solo con su guitarra en Sister, la preciosa balada que compuso; y, hablando en catalán, nos explicaba que estaba dedicada a los que ayudan a los demás, y más concretamente a aquellas personas que nos quieren por encima de todo y en todo momento, y aceptan todo de nosotros: «Que ens han vist ser lo millor de n’altros i lo pitjor de n’altros, i que han volgut quedar-se a sa nostre costat per sempre» [Que nos han visto ser lo mejor y lo peor de nosotros, y que han querido quedarse a nuestro lado para siempre].
Íbamos a llegar al final, el oficial, con una rumba, Sí volveré, también de su nuevo disco, con la cantante dejándose ir totalmente, mientras presentaba a sus músicos, en un formato distinto a los anteriores, como nos comentaba: «Traemos una gran banda, por primera vez, porque tú sabes que yo he sido siempre de formatos muy chiquititos, trios, cuantetos,…». Una gran banda, como ella decía, con un sonido compacto y muy potente, con el citado Ramón Porrina a la percusión; el también citado Ahmed King a la guitarra; Sven Lindvall, al bajo eléctrico; Kristoffer Sonne a la batería; y Glen Scott, el director musical del grupo, a los teclados.
«Oficialmente se ha acabado el show, pero ahora empieza… empieza la candela», eran sus palabras para empezar la tanda de bises con Ramón Porrina y ella interpretando el tema de Joaquín Sabinan, 19 días y 500 noches, una de las joyas de la noche, donde demostró el porqué es una cantante tan admirada y que puede con todo, que los temas cogen inmediatamente el sello de la cantante, que se los hace suyos, pero manteniendo la esencia de los mismos, y es igual que sea una copla, una canción reggae, una estándar de jazz, un tema del folclore americano, o una canción de un cantautor: siempre acaban siendo una canción de Buika.
Así, con su personalidad arrolladora nos ofreció un magnífico Siboney, con un scat fantástico al principio del tema, recuerdo de su álbum La noche más larga, con Chucho Valdés; o unos Ojos Verdes, para culminar su actuación, nuevamente con el único acompañamiento del cajón, en unos registros que nos devolvían a aquella Buika coplera, pero con todo el bagaje que está llevando en esta última etapa, muy presente.
Más de cien minutos de Buika en estado puro, con momentos místicos ―cuando en el centro del escenario se plantaba en silencio en actitud de meditar―; de ritos ancestrales ―cuando antes de beber tiraba una pequeña cantidad de líquido al suelo, como una ofrenda―; esta vez sin sus fotos ―acostumbra a hacer fotos en el escenario―; con una forma de ver la música que traspasa fronteras ―por encima de épocas y estilos―; y con esa voz tan personal que ella domina a la perfección y que, solo con oír una única nota que salga de su garganta, ya reconocemos. Como decíamos, un cartel en el que figurara solamente Concha Buika, sería suficiente para llenar escenarios, pero también para que, al acabar el concierto, la gente saliera absolutamente enamorada de la cantante. + Info | Relacionados | Texto y Fotos: Federico Francesch | DESAFINADO RADIO
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