Tuxedomoon

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“Vapour Trails”

Crammed Discs, 2007

www.crammed.be

¿Qué excusa argüir para incluir en una publicación como ésta un trabajo de Tuxedomoon? Es verdad que son más raros que un perro verde, difícilmente catalogables en géneros o estilos definidos: igual sorprenden con una extravagante “ópera sin palabras” como The ghost sonata (Crammed Discs, 1997) como un encargo de Maurice Béjart para una danza en memoria de la Garbo. Creadores de músicas hipnóticas y de emociones frías, acorde con los tiempos que transcurrían en los `80, Tuxedomoon –pese a los cambios internos– se caracterizaron por ser culos de mal asiento cuya meta principal parecía ser sonar siempre distintos, sin perder nunca ese sonido áspero que les identificaba y que bebía de fuentes experimentales contemporáneas (como el tándem Eno/Fripp o grupos vanguardistas de época, con sintes a lo Tangerine Dream), amén de sus devaneos con el jazz y la new wave. Tuxedomoon supuso una innovación en su momento por mezclar cajas de ritmos y programaciones con elementos “más orgánicos” como instrumentos de viento y cuerda clásicos. Sin embargo, pese a sus retorcidas incursiones en el rock –y para prueba su personal revisión de Heard it through the grapevine de Marvin Gaye o su participación en la BSO de El cielo sobre Berlín, de Wenders– nunca obtuvieron el éxito comercial que merecían. No obstante, el tiempo ha puesto las cosas en su sitio y la reivindicación de otros “jóvenes artistas” como Martin Gore, de Depeche Mode –con un cover de In a manner of speaking–, Dj Hell –versionando Here til Xmas–, Tortoise o Air, les animaron a romper un silencio de casi veinte años con la publicación de los aclamados Bardo Hotel (Crammed Discs, 2006) y Cabin in the sky (Crammed Discs, 2004), ecléctico homenaje a la pintura de Miró, Dalí, Pollock y Bacon. Su lenguaje compositivo, minimalista y de base muy marcada –con la percusión y los bajos, sobre todo– y su forma especial de superponer capas y texturas serían muy imitados en la posteridad por la música electrónica y eso que llaman post-rock, a falta de nuevas etiquetas de seda con que vestir a la mona. Pero la cuestión del inicio aún está por responder. Ocurre que, huyendo de los USA de Reagan, los miembros de la banda se refugiaron en Europa buscando aire fresco; pero pronto la inquietud hizo mella en el carácter de cada uno, y su diáspora particular les separó por diversos lados del mundo: México, Atenas, Bruselas, Nueva York… Y, por el camino, fueron absorbiendo nuevas influencias sonoras del suelo que pisaban. Por eso no es extraño constatar que Vapour Trails fue grabado en un estudio con miras a la Acrópolis, que combina idiomas –inglés, griego, español y seguramente incluso klingon– e instrumentos analógicos y digitales. Perpetrado por sus miembros fundadores (Lieshout, Reininger, Principle & Brown, con la ausencia de Tong/Geduldig y la incorporación de músicos de sesión “autóctonos” –genial batería la de Big Olive–), se barajan aquí aires mariachis, coros luciferinos, western ambiental à la Badalamenti, piezas que bien podrían haber sido escritas expresamente para ser cantadas por el último Bowie, y citas a Platón, Kubrick, Ligeti, la Gestalt, el subcomandante Marcos y Elvis. Coincidiendo con el lanzamiento por el mismo sello de un directo y una colección de rarezas (Unearthed en formato CD –Lost chords– y DVD –Found films–), vale la pena redescubrir la obra de este fantástico pero injustamente ignorado grupo. // Iván Sánchez Moreno