Trío Kandinsky

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Trío KandinskyTrío Kandinsky
El Vendrell (Tarragona), Auditori Pau Casals
5 de octubre de 2008


Fundado hace una década por Corrado Bolsi, Amparo Lacruz y Emili Brugalla, la labor del Trío Kandinsky como investigadores y docentes se vierte en cada uno de sus conciertos incluidos en el programa de otoño del Auditori Pau Casals. Especialistas en repertorio tanto clásico como moderno (lo atestigua su participación en Nou Sons y el Festival de Músiques Contemporànies de Barcelona) y recuperadores de obras casi inéditas de Gerhard, Granados y Montsalvatge, entre otros, es una de las formaciones más aclamadas internacionalmente por sus labores de exploración del legado culto catalán. Contratado como conjunto residente, el trío interpretará a lo largo del ciclo sendos monográficos sobre Joan Guinjoan (el próximo día 19), el romanticismo (con Brahms y Schumann en cabeza, a mediados de noviembre) y Messiaen en celebración del centenario de su nacimiento. El que hoy nos ocupa (con debate incluido) estuvo dedicado a la segunda escuela de Viena, diametralmente opuesta en lo formal a la primera –el triunvirato Haydn, Mozart y Beethoven, el barrenero revolucionario, preludiando los remilgos románticos– y que se empaparía inevitablemente de las ideas psicoanalíticas y experimentalistas del zeitgeist de su tiempo. Cada uno de los miembros del Trío Kandinsky –al que el nombre le viene que ni pintado pues el artista fue colega de tertulias y juergas de muchos músicos del cotarro cultural vienés– fue introduciendo a los autores en la preciosa sala del Pau Casals, iluminada por ese fastuoso sol de domingo a través de su vitral azul. Contra todo pronóstico, un nada afectado Schubert abrió el concierto. Su Nocturno opus 148, intimista y cálido a la vez, presentaba marcados contrastes entre los pasajes, hasta el punto de hacer sonar a Schubert como un pasota extrañamente feliz. Los intérpretes supieron transmitir su no muy acostumbrado optimismo con ligereza, sirviendo de aperitivo antes del “bloque duro”. Por el contrario, el Trío en Re Mayor opus 3 de Alexander von Zemlinsky arrancó con violentos requiebros e intercambios de las voces instrumentales, y aunque los pizzicatos del chelo parecían algo sordos en sus diálogos con el piano, cuán sensible era el violín, al que Bolsi hacía llorar con textura de viola… Nada más apropiado, dado el infortunado destino del autor: su condición nobiliaria que delata el título de von no le salvó de morir en la miseria en su exilio estadounidense, donde se refugió huyendo del antisemitismo imperante en la Viena de su época. Profesor de Mahler, amante de Alma y cuñado de Schoenberg, su estilo más conservador y clasicorro –un símil pictórico de su arte podría ser la pintura de Klimt entre los expresionistas que estaban por llegar– no auguraba ni rastro de la influencia de sus coetáneos Berg –forzosamente ausente del concierto por su escasez de obra camarística– y Weber, discípulos ambos del citado Schoenberg. De carrera paralela a Zemlinsky, el lenguaje de Weber era radicalmente menos tradicionalista. Difícil de tocar y más difícil aún de escuchar, los músicos fueron claros y muy transparentes en la ejecución de las Tres pequeñas piezas para violonchelo y piano, resaltando visiblemente cada detalle. La economía de gestos de Weber –quien pretendía casi sintetizar una novela entera en una sola frase con su estética atonal– se hacía más patente en estas brevísimas muestras de su talento (su obra completa cabe apenas en dos cd´s), truncado por la bala perdida de un soldado norteamericano que le disparó “por error”. Cerrarían con La noche transfigurada de Schoenberg, un poema sinfónico originariamente compuesto para sexteto y arreglado para la ocasión por su alumno Edward Steuerman. Exceptuando ésta y sus Gurrelieder, a Schoenberg –quien por cierto veraneaba por estas costas vecinas– se le conoce sobretodo por su incómodo y nada complaciente método dodecafónico. Sin embargo, algo de eso ya asoma en la tensión del principio de La noche…, que relata la angustia por un embarazo no deseado a causa de un desliz con otro hombre y su posterior resolución con la bendición del marido cornudo. Cuando llega el perdón en el ecuador de la pieza, las arcadas de las cuerdas se tornaron más largas y empáticamente frágiles, creando una lograda sensación de tristeza y misericordia juntas. En el derroche de bondad de la última parte –a ratos atropellada–, el violín literalmente se elevaba. El abajo firmante duda que la música pueda volver buenas a las personas, pero al menos las de hoy harían olvidar las penas, de tenerlas. Pero las del Trío Kandinsky no son las únicas citas interesantes del ciclo: en el ámbito “serio” se ofrecen los recitales de la soprano Marta Matheu, el coro-orfeón de El Vendrell, el cuarteto Aire y el último premio Paper de Música de piano, el joven Enrique Bernaldo Quirós; para el público de la world music hay preparadas unas veladas de grallas (un homenaje a los Romeas), tambores, cajón (Drumcircle y Cajonmania, respectivamente, dirigidos por NanMercader y Ángel Pereira) y danza africana (Djokoto), además del tándem conformado por dos colaboradores habituales de Jordi Savall: el percusionista Pedro Estevan y el multiinstrumentista Dmitri Psonis. Así no hay excusa para el silencio hasta la navidad. // Iván Sánchez Moreno