The Tallis Scholars

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - The Tallis ScholarsThe Tallis Scholars
Festival de Musiques Religioses i del Món
Catedral de Girona
28 de junio de 2008

Acudir a un concierto de réquiem con un amigo difunto en mente provoca sensaciones muy impresionantes, y desde luego un marco como la Catedral de Girona acrecienta aún más el efecto catártico que se pretende. La campana de Perejaume que sirve de reclamo icónico para este IX Festival de Músicas Religiosas y del Mundo tañía quieta a fúnebre misa. Si el día anterior estuvo dedicado al Réquiem alemán de Brahms, hoy era el turno del Réquiem que Tomás Luís de Victoria compuso para la Emperatriz María, viuda de Maximiliano II de Austria y hermana de Felipe II, durante su retiro en el Convento de las Descalzas de Madrid. Profundamente afectado por su muerte, T.L. de Victoria –que tuvo por maestro al mismísimo Palestrina y que había compartido las mieles del éxito junto a autores como Cristóbal de Morales, Mateo Flecha o Francisco Guerrero– escribió en 1604 su Officium Defunctorum para seis voces, dobladas para esta ocasión en un coro de doce. La obra empieza como un salivazo en la cara de Dios (la cita del Libro de Job del maitines desprende una rabia inusitada: la vida es efímera, la gloria es dolor y tan sólo la muerte es su valor seguro) y avanza pausadamente hacia la contrición y la misericordia, para acabar antes de su último arrepentimiento temeroso de decir adiós al mundo con un motete final tan amargo como brutal –“Déjame tranquilo, Señor, pues mis días ya no son nada”–. Era la intención del autor mostrar cómo María vivió como una reina, murió como todos y se fue al Cielo en paz, atreviéndose a hablarle a Dios de tú a tú, sin embellecimientos ni complacencias, siguiendo esa premisa estética del Renacimiento español extremadamente sobria y seca como un puñetazo, un misticismo urdido entre la religiosidad más apasionada y un realismo inimitable, nada que ver por ejemplo con los juegos cromáticos del Salve Regina de Jacob Obrecht o el Ave Virgo de Adrian Willaert, interpretados también junto a otras piezas polifónicas de Victoria y del citado Guerrero. Claro que los Tallis Scholars lo tuvieron fácil para emocionar como lo hicieron, aprovechando al máximo la sonoridad del espacio hasta el punto de obtener armónicos que parecían producidos por un órgano de tubos (sobre todo en momentos de auténtico éxtasis como el Gradual o el Sanctus, Sanctus del Oficio de difuntos). La luz, además, se convirtió en una tétrica aliada, sumiéndose la noche a través de los vitrales de la Catedral hasta cubrirlo todo con una espesa oscuridad que tan sólo ahuyentaban las velas falsas que alumbraban al coro. Dirigidos con fluida mano maestra por Peter Phillips, la formación bordó un programa de casi dos horas de cantos litúrgicos que ultrapasaba lo religioso y desbordaba lo afectivo. No es raro que fueran llamados años antes para cantar en la Capilla Sextina, rendir honores a Palestrina, colaborar con Sting, Paul McCartney o Vanessa Redgrave, y estrenar obras de encargo de sir John Tavener en homenaje a Cavafis. En definitiva, era éste uno de esos conciertos en que el aplauso está de más para hacer del silencio final el eco callado de un llanto interior por la crueldad de un Dios no siempre justo y por una paz que nunca nos llega a tiempo. Benditos los oídos que estuvieron allí. // Iván Sánchez Moreno