The Australian Pink FLoyd

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - The Australian Pink FLoydThe Australian Pink Floyd 
L’Auditori, Barcelona,
6 de febrero de 2008
www.aussiefloyd.com

Algunos de los que en 1988 y luego en 1994 tuvimos la posibilidad de ver a los ya carrozones Pink Floyd, sin el alma de Roger Waters, en Barcelona, y por primera vez en España, seguramente no resistimos la tentación de poder contemplar y escuchar a los Australian Pink Floyd, una banda tributo que según dicen los más expertos ha sido “bendecida” por  la formación original. Con la incógnita del experimento, los adictos a la banda, curiosos y algún despistado, nos dimos de bruces con una excelente reinterpretación sonora de los conciertos que en aquellas ocasiones pudimos presenciar. Si en los primeros compases de la noche el respetable mantenía alguna duda, reticencia o defensa ante la incredulidad de la propuesta y ante la posibilidad de deshacerse en el gozo por la falta de los originales, en la segunda parte del espectáculo, tras el descanso, se firmó la rendición ante el torrente de sonido que se producía en el escenario.

La idea de disfrutar de un concierto de una banda tributo o clónica, que tiene como referente a un “dinosaurio” del rock, quizás suene extraña y distante en España, pero internacionalmente ha conseguido extenderse y tener su mercado y su público. Como ejemplo kish recuerden la franquicia de Boney M, girando por todo el mundo, cuando sus integrantes ya se habían retirado. El tema da para reflexionar ampliamente y habría que preguntarse porque se lleva a cabo con la música clásica, cuando constantemente se reinterpreta y su calidad depende de la orquesta y el carácter del director. Si se ha hecho siempre con ese tipo de música, por qué no aplicar el cuento al campo del rock and roll. Ahí queda el debate para otro día…

Los australianos convencieron desde el principio. Ya en la entrada, en el stand del merchandising podían comprarse diferentes productos y camisetas con la iconografía clásica de los Floyd pero adaptada al carácter australiano del grupo. Por ejemplo, la mascota del grupo, rosa por supuesto, en lugar de ser un cerdo es un canguro. Y que tal si cambiamos el emblema del prisma triangular por otro prisma con la silueta de la gran isla continente.

Sobre el escenario se encontraban Colin Wilson tocando el bajo y haciendo de Roger Waters, con una voz demasiado próxima a la del original, aunque sin la energía característica; Steve Mac y Damian Darlington, hacían brillar dos guitarras y se igualaban vocalmente a David Gilmour; Paul Bonney ejerciendo de Nick Mason a la batería, con mucha intensidad; y Jason Sawford imitando al teclista Richard Wright. Aparte, de apoyo, tres coristas y un saxofonista. El resultado, es sencillo, porque quizás los Floyd auténticos no lo hubiesen hecho mejor y la formación logró sonar igual que los originales. Las voces, la forma de tocar la guitarra, los diferentes y nuevos efectos, todo caía a peso. Y en cuanto a la escenografía, todo recuerda a los imitados. Un más que digno juego de luces, imágenes del la película The Wall (también reinterpretadas), canguros rosas en lugar de martillos avanzando en formación, imágenes nuevas destilando todo el imaginario del universo Floyd, a la australiana. El último golpe de efecto llegó con el uso de una esfera brillante incandescente en el transcurso de Comfortably Numb, tal y como manda el canon.

El espectáculo se abrió apretando las tuercas con un buen repaso de The Wall: In the flesh, The thin ice, Another Brick in the wall I y II y The happiest days, y otras piezas de la misma obra magna que fueron desgranando posteriormente. También sonaron Learning to Fly, Money, Sheep, Shine on Your Crazy Diamond, Time, One of These Days, la imprescindible Wish you where here y para poner el broche de oro, Run Like Hell, en dos horas y media de actuación.

Con tal repertorio, los “nuevos” Floyd, lograron aportar personalidad, sonidos propios y reinventados, y nuevas lecturas estirando fragmentos que permiten el juego a la hora de explorar en cierto camino hacia la improvisación. Por ejemplo, en Set the control for the heart of the sun, con notas de didjeridoo, la reinvención del tramo central resultó exultantemente atrevida.

En pocas palabras, el grupo supo trasmitir la esencia del sonido Floyd, la energía y el entramado que el grupo logró construir catedraliciamente en su trayectoria. Si hoy alguien quiere saber como sonaba el original en directo, los australianos pueden ser el mejor ejemplo después de apoderarse del alma de esas canciones universales.

La parte más floja del espectáculo fue la ausencia de comunicación que partía del escenario, seguramente por la falta de glamour estelar o porque los miembros de la banda preferían concentrarse en tocar como sus ídolos. Eso sí, y a pesar de todo, de las sonrisas, del placer ante la audición, en el fondo, cada uno sabía que no eran los Pink Floyd, ya que si lo fuesen, otro gallo cantaría. Si dicen que los viejos rockeros nunca mueren, ya tenemos más claro que lo que no muere es su música. // Antonio Álvarez